El colapso francés en África o la inevitable cosecha del colonialismo
El colapso francés en África parece inevitable, aunque queda por ver si en el futuro podrá, o no, ser revertido, pero lo que es innegable es que está siendo meteórico:
15 de agosto de 2022, hace solo unos meses: el Gobierno francés anuncia la salida de las tropas de Malí.
20 de febrero de 2023, hace solo unas semanas: el Gobierno de Burkina Faso certifica la salida de las tropas francesas del país, unos 400 efectivos de las fuerzas especiales. Ni la bandera ni los uniformes franceses existen en estos países del corazón africano.
5 de marzo de 2023, hace solo unos días: durante una gira del presidente francés, Emmanuel Macron, por varios países africanos (del 2 al 5 de marzo en Gabón, Angola, República del Congo y República Democrática del Congo): el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, y Emmanuel Macron mantienen una bronca pública pocas veces vista en el escenario diplomático, en el que las buenas palabras ocultan hasta los odios más profundos, los temores más certeros o las traiciones más próximas.
En la tarascada, uno pidió respeto y el otro acusó. "Tenéis que empezar a respetarnos", protestó Tshisekedi, a lo que Macron respondió: "no habéis sido capaces de restaurar vuestra soberanía, ni militar, ni de seguridad, ni administrativa de vuestro país, esto también es una realidad. No hay que buscar culpables fuera".
Europa, en este caso Francia, está perdiendo el tablero africano. Y no será que Emmanuel Macron no ha hecho y no está haciendo todo lo posible para evitar el colapso, pero el conflicto, de fondo, no parece tener solución.
Otra pieza que se tambalea y que, de caer, con mucha probabilidad, arrastrará a otra y continuará con la diabólica realidad: Europa, en este caso Francia, está perdiendo el tablero africano. Y no será que Emmanuel Macron no ha hecho y no está haciendo todo lo posible para evitar el colapso, pero el conflicto, de fondo, no parece tener solución: el colonialismo, ya sea en sus formas o en sus balances, siempre es supremacista. Demasiado.
La descolonización no detuvo el expolio
En primer lugar, debemos recordar que Francia, como el resto de las potencias colonizadoras, creó una red clientelar durante el proceso de —teórica— descolonización de África, acaecido después de la II Guerra Mundial para mantener lo más importante del colonialismo: el expolio.
Es lo que unos conocen como neocolonialismo, el expolio sin dominio militar, o lo que los libros de historia occidentales denominan descolonización, ese proceso idealizado que nunca existió por el cual las naciones colonizadas se emanciparon y pudieron ser libres y soberanas. Casi ninguna lo consiguió, pero no fue un proceso tan sencillo. Ni mucho menos.
Una prueba de ello la encontramos en el término Françafrique, utilizado por el propio presidente francés en su reciente gira por África demuestra. Según Macron, la Françafrique ha terminado, lo que, por una parte, evidencia que existió y, por otra parte, alerta de la posible intención de renombrar el negocio. No parece que el casino vaya a convertirse de un día para otro en una beneficencia.
Una nueva estrategia francesa
La remodelación de la política francesa en África pretende reducir los efectivos militares franceses, sobre todo tras el fracaso en Malí, que costó la vida a más de medio centenar de militares franceses (58), y la expulsión de Burkina Faso. Países en los que se les ha acusado de colonialismo y de permisividad en la lucha antiterrorista, mientras llenan las alforjas. Es decir, según la visión de estos países y de la mayoría en África, Francia no fue de forma solidaria y generosa a combatir el terrorismo en estos países, sino a expoliarlos mientras parecía que los ayudaba a combatir el terrorismo. Una prueba de ello, alegan, es que el terrorismo y la inestabilidad, lejos de mermar, ha aumentado hasta límites insostenibles.
Por su parte, Macron asevera que la reducción de efectivos franceses se debe a que no quiere que Francia se use como chivo expiatorio de los fracasos africanos. Además, de fondo se denuncia que, mientras los franceses han pagado con vidas su presencia militar en la zona, otros países como China, Rusia, Turquía o Alemania no han parado de ganar influencia. Una muestra más de que Occidente, y en este caso Francia, solo están comprometidos con los países si obtienen algún rédito y que el terrorismo o la inestabilidad para ellos es una puerta de entrada. Una puerta de entrada que, en caso de arreglar, se cerrará.
Por desgracia para Francia, la situación parece ser tan compleja que ya no cuenta con la certeza del apoyo de las antiguas colonias francesas de Gabón o la República del Congo, donde los gobiernos no han sido derrocados y permanecen décadas después.
Es decir, el fracaso francés no se reduce —y no se debe— solo a los nuevos regímenes instaurados, sino que hasta Gabón o la República del Congo parecen abandonar. En la primera, gobierna Ali Bongo, y en la segunda, Denis Sassou-Nguesso; el primero procedente de una familia que está en el poder desde 1967 y el segundo lleva en el gobierno desde 1979. Por lo tanto, ni los que fueron parte de la red clientelar tejida durante la segunda mitad del siglo XX se posicionan a favor de Francia.
¿Por qué?
Una de las respuestas la encontramos en Yéli Monique Kam, del movimiento M30 Naaba Wobgo y excandidata a las elecciones en Burkina Faso, que fue juzgada el 26 de agosto pasado tras una manifestación celebrada unos días antes, el 12 de agosto, en la que se exigió la ruptura de los acuerdos militares con Francia y la expulsión del embajador francés, Luc Hallade, ya que consideraba que Francia no tenía intención de detener el avance del terrorismo en el país, pero que todos los acuerdos entre ambos países eran beneficiosos para los franceses y perjudiciales para los burkineses.
Occidente, y en este caso Francia, solo están comprometidos con los países si obtienen algún rédito y que el terrorismo o la inestabilidad para ellos es una puerta de entrada. Una puerta de entrada que, en caso de arreglar, se cerrará.
No solo eso, sino que aseveró que Francia no tenía intención de terminar con el terrorismo en el Burkina Faso porque la existencia de este les beneficiaba para aprovecharse del país, ya que las empresas francesas controlaban todo mientras los locales vivían en la miseria. Por ello, pedían que hubiera un verdadero plan de descolonización.
Tras el golpe de Estado del pasado 30 de septiembre, Monique Kam ha pasado de perseguida a faro de las decisiones del capitán Ibrahim Traoré: los militares franceses y su embajador, Luc Hallade, han sido expulsados.
Seguro que no habrá pocos que aleguen que el capitán Traoré es un malo malísimo porque no se alinea con Francia y el resto de Occidente, pero baste señalar que su predecesor en el cargo fue el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba. Otro militar que, a su vez, había derrocado en enero de 2022 al presidente Roch Marc Christian Kaboré, elegido democráticamente en 2015 y en el cargo hasta su caída.
Una caída cimentada en la incapacidad de Kaboré para resolver los principales problemas del país: la insurgencia en el norte, la inseguridad ante el terrorismo, el avance del extremismo islámico, el elevado nivel de violencia y el gran descontento ciudadano. Una ciudadanía descontenta por infinidad de razones y alarmada por la escasez de medios militares con los que contaban las tropas burkinesas para recuperar el control del país: ¿cómo puede ser que su país no tuviera medios militares cuando estaba siendo apoyada por Francia?
La oportunidad perdida
Lo cierto es que Francia ha tenido su oportunidad de terminar o intentar terminar con el terrorismo o, al menos, realizar avances significativos que hubieran permitido a Burkina Faso mejorar su situación. Ha tenido años. Y antes ha tenido décadas. Y antes ha tenido siglos. Pero en los últimos años la situación no dejaba de empeorar, por lo que la sensación es que Francia no estaba involucrada en esa labor y solo pretendía recoger beneficios.
Por ello, no es de extrañar que las primeras medidas de Burkina Faso y de Malí hayan sido militares. En el caso de Burkina Faso, el alistamiento de 50.000 civiles; y en el caso de Malí, la contratación del grupo Wagner, que ha enviado a 1.400 efectivos y son cada vez más influyentes en la región. Donde el sentimiento anticolonial se expande sin remedio: Malí, Burkina Faso, Níger, Guinea, Costa de Marfil, Senegal.
En definitiva, la realidad es que Rusia ofrece cereales para alimentar a la población y apoyo militar y armamentista para que los países africanos recuperen el control del territorio, a cambio de recursos naturales, mientras Francia lleva ofreciendo durante años un despliegue militar ineficiente mientras se apodera de lo más valioso del país.
Por tanto, la continuidad de las relaciones entre Rusia y África, como las existentes entre Francia, o el resto de Occidente, y África no se cimentará en habladurías, cuentos o chismes, sino que se basará en el éxito de este intercambio. En el equilibrio y la justicia de este. En que se trate de una relación simbiótica en lugar de una relación parasitaria. En palabras de Yéli Monique Kam, que no los saqueen durante décadas y, en datos oficiales, que el salario mínimo de un francés no sea 34 veces superior al de un burkinés, de 1.700 a 50 euros.
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