"Hemos ganao las elecciones, hemos arrasao. Muchas gracias a los que nos habéis votao". Así celebró José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, los resultados de las elecciones que conceden una mayoría absoluta a su gestión. Esa que ha convertido a la capital de España en una ciudad tan desigual que los más ricos acumulan más de 40.000 euros por persona y los más pobres no llevan a 7.000 euros por persona. Solo trece kilómetros separan El Viso, el barrio más rico de la capital, de San Cristóbal de los Ángeles, el más pobre.
Isabel Díaz Ayuso, salpicada como Almeida por escándalos de corrupción en la venta de mascarillas y material médico durante la pandemia, también "ha arrasao". En su caso, además, la victoria fue más clara, quizás porque dejó a varios miles de ancianos morir en las residencias durante la pandemia a cambio de mantener los teatros y las cervecerías abiertas. Y los madrileños no lo olvidan, lo agradecen.
Y, sobre todo, "ha arrasao" Alberto Núñez Feijóo, ese político gallego que veraneaba con un narcotraficante. Le ha dado una paliza de consideración a toda la izquierda y la pseudoizquierda españolas.
Y, sobre todo, "ha arrasao" Alberto Núñez Feijóo, ese político gallego que veraneaba con un narcotraficante. Le ha dado una paliza de consideración a toda la izquierda y la pseudoizquierda españolas.
Porque es una victoria sin paliativos. El partido de Alberto Núñez Feijóo, además de fortalecer todas las autonomías en las que gobernaba, se ha apoderado de Aragón, La Rioja, Baleares, la Comunitat Valenciana, Extremadura y Cantabria. Y solo un puñado de votos le impidieron apoderarse de Castilla La Mancha. A nivel municipal, la paliza es todavía mayor: controla todas las capitales de Andalucía y Castilla La Mancha, salvo Jaén y Cuenca, y, en general, todas las ciudades importantes españolas, salvo Barcelona y Bilbao. El mapa electoral de las autonomías y municipios españoles es mayoritariamente azul. A nivel de votos, el Partido Popular aventaja al Partido Socialista Obrero Español en 760.000 votos y algo más de tres puntos. Una distancia que sitúa al PP en posición clara de vencer las próximas elecciones nacionales, el próximo 23 de julio, aunque la gobernabilidad con los datos electorales de ayer estaría en el aire.
Pero, ¿cómo es posible?
"¿Cómo es posible?", es la pregunta que cualquiera que se acerque a la realidad española de vez en cuando se formulará. ¿Cómo es posible que haya ganado en Madrid el Partido Popular tras los múltiples casos de corrupción, las huelgas de sanitarios y docentes o las comisiones del hermano de Ayuso o los amigotes de Almeida? ¿Cómo es posible que ganase en Valencia, donde las consecuencias de la corrupción del PP todavía desangran a la comunidad? ¿Cómo es posible que ganase en el conjunto de España tras casos tan sórdidos como el de Bárcenas u operaciones tan mafiosas como las que pretendieron destruir a Podemos? En definitiva, ¿cómo es posible que, habiendo aumentado el gobierno progresista el salario mínimo un 50 % en los últimos años, además de otras medidas de apoyo social, el PP haya arrasao?
En el debate de la identidad, muy alejado del debate de la gestión y de la realidad, es donde la derecha y la ultraderecha tienen más posibilidades. Porque ese debate evita hablar de los escándalos de corrupción, de los más de 2,3 millones de niños pobres, de la precariedad e inestabilidad laboral.
En primer lugar, habría que señalar a los medios de comunicación. La mayoría de los altavoces españoles están en manos de un poder fáctico que siente comodidad con el Partido Popular y su corrupción y acepta con agrado la alternancia con el PSOE, un partido prosistema, siempre que esta no se apoye en la izquierda. Antonio García Ferreras y su jefe, Mauricio Casals, El País y El Mundo, Telecinco y Antena 3, Ana Rosa Quintana y Pablo Motos… La parrilla mediática española está formada por un elenco de personajes siniestros al servicio de los poderes más oscuros. Y en esas condiciones es muy complicado que los partidos políticos puedan competir en igualdad de condiciones. Es decir, es imposible la democracia plena y real.
Ello se debe a que el debate político no se centra en lo que debería centrarse, por ejemplo, en los avances conseguidos en los últimos años, sino que los medios de comunicación seleccionan temas identitarios. En los últimos días se habló de ETA, que dejó de existir hace más de una década, la compra de votos electorales o el racismo, por el caso Vinicius. Y, como es bien sabido, en el debate de la identidad, muy alejado del debate de la gestión y de la realidad, es donde la derecha y la ultraderecha tienen más posibilidades. Porque ese debate evita hablar de los 40.000 euros por persona de los habitantes de El Viso y los menos de 7.000 euros por persona de los habitantes de San Cristóbal de los Ángeles, de los escándalos de corrupción, de los más de 2,3 millones de niños pobres, de la precariedad e inestabilidad laboral y de tantos y tantos temas realmente trascendentales para los ciudadanos. Es el debate de la identidad el que permite que los habitantes de El Viso voten a la derecha o la ultraderecha, porque quieren seguir manteniendo sus 40.000 euros por persona, y que demasiados de los habitantes de San Cristóbal de los Ángeles voten PP o Vox porque son incapaces de ver el fondo revuelto del río.
En segundo lugar, cabría señalar los errores del PSOE y de la izquierda. Sobre todo, de la izquierda. Porque el PSOE ya sabemos lo que es, un partido de 'sí, pero no', de votar quince veces en contra de investigar al rey Juan Carlos o de aplaudir a Marruecos por asesinar migrantes en las fronteras. O de regalar el Sáhara a Marruecos si EE.UU. se lo exige. Y es que la gestión de la izquierda española ha sido nefasta y dantesca desde su entrada en el gobierno de coalición, pero muy especialmente durante los dos últimos años.
Las broncas de Pablo y Yolanda han sido tan públicas, sanguinarias e impúdicas que es innegable su impacto en los resultados electorales, aunque solo sea por la munición que han proporcionado al enemigo.
Desde que Pablo Iglesias cediera el poder a Yolanda Díaz de forma mesiánica, en lugar de hacerlo de forma democrática —haberse ido sin más—, la escabechina en la izquierda ha sido —y está siendo— histórica. Porque si bien España es un escenario de falsa democracia en el que el sistema tritura partidos cada vez que se oponen a sus designios (UCD/CDS, UPyD, Ciudadanos), lo que en este caso ha provocado que el voto de Ciudadanos fuera engullido de forma mayoritaria por el Partido Popular y Vox, lo cierto es que la conducta de unos y otros lo ha puesto demasiado fácil.
Las broncas de Pablo y Yolanda han sido tan públicas, sanguinarias e impúdicas que es innegable su impacto en los resultados electorales, aunque solo sea por la munición que han proporcionado al enemigo. Y nadie puede asegurar que, de aquí a las elecciones generales, la imagen de ambos, así como la de los partidos que representan, pueda recuperarse. Son tantas las puñaladas que se han asestado y tan prolongada la película gore que han protagonizado que puede que la izquierda española ya se haya desangrado. Unidas Podemos ha quedado prácticamente fuera del mapa electoral autonómico y ha sido reducido a islotes en el municipal. Casi no quedan ni los restos. ¿Y quién se va a creer ahora una posible integración de Unidas Podemos en Sumar?
En tercer lugar, más allá del beneficio que ha supuesto la caída de Ciudadanos para el Partido Popular o Vox, habría que reseñar las consecuencias del conflicto de Ucrania. En especial, la inflación, la cual, aunque sostenida en los últimos meses, ha causado un daño considerable e innegable a los hogares españoles.
¿Se habría producido el vuelco que se ha producido si España no hubiera padecido la inflación que ha padecido? Es una pregunta que no escucharán en la mayoría los medios de comunicación, pero que deberíamos formularnos. Porque lo cierto es que los cambios y las crisis políticas que se han producido en Europa en los últimos meses algo tienen que ver con la guerra de Ucrania. Sería bueno intentar dimensionar ese 'algo'.
En cuarto y último lugar, los resultados electorales en Catalunya y Euskadi, en esta última ha crecido EH Bildu, demuestran hasta qué punto las élites y los medios de comunicación configuran realidades diferentes. Y como, en último término, las posibilidades de competir en las democracias occidentales no son reales. ¿Qué habrán visto los vascos y catalanes que el resto de los españoles no han sido capaces de percibir? Y a la inversa. Daría para mucho más que mil palabras, pero no, las democracias occidentales no son lo que parecen.
¿Y ahora?
Es difícil hacer un pronóstico serio más allá de señalar las dificultades que van a tener unos y las facilidades que van a tener otros. En solo unas semanas, el próximo 23 de julio, los españoles han sido llamados a las urnas para volver a votar, esta vez en clave nacional, y deberán elegir entre la derecha y la ultraderecha españolas o el PSOE y esa izquierda que no cesa de apuñalarse.
La situación es tan apurada a día de hoy que es muy probable que Catalunya y Euskadi sean la única posibilidad de gobierno de los progresistas. A los progresistas siempre les quedarán Barcelona y Bilbao, pero nadie puede asegurar ya que sea suficiente, sobre todo desde que el PP ha 'arrasao'.