Un día después, la Interpol, que parece ir a remolque del Pentágono, emitió un comunicado alertando de que «Tras las evasiones de presos ocurridas en el último mes en 9 países miembros de INTERPOL, entre ellos Irak, Libia y Pakistán, la sede de la Secretaría General de INTERPOL ha publicado una alerta mundial sobre la seguridad para recomendar un aumento de la vigilancia. Se sospecha que la mano de Al Qaeda está detrás de varias de las evasiones que han permitido la fuga de cientos de terroristas y otros delincuentes, por lo que en su aviso INTERPOL solicita la ayuda de sus 190 países miembros para determinar si estos hechos son fruto de una labor coordinada o si están relacionados entre sí»
Entre dichas fugas masivas, que sospechosamente se produjeron en el intervalo de seis días, cabe destacar la producida el 23 de julio, cuando entre 700 y 1.000 detenidos lograron fugarse de las cárceles de Taj y de Abou Graib, en Irak. Cuatro días después, el 27 de julio, 1.117 se fugaron de la cárcel de Kuafia en el distrito de Bengasi, en Libia, que sería seguida de la evasión de 243 talibanes cárcel de Dera Ismail Khan la noche del 29 de julio en Pakistán. Testigos presenciales aseguran que comandos organizados asaltaron las cárceles en coordinación con motines internos.
Otras fuentes aseguran que en los mismos días cientos de terroristas fueron liberados de cárceles sauditas y jordanas para ser introducidos en Siria.
Sea como fuere, pocos días después de la sospechosa evasión masiva, varias aldeas alauitas fueron asaltadas por milicias yihadistas de Al Qaeda compuestas por extranjeros, la mayoría libios, sauditas, chechenos y afganos. Ocurrió cerca de la frontera turca, donde los terroristas son pertrechados y adiestrados de forma descarada desde el inicio del conflicto. El ataque se saldó con más de 400 civiles muertos, entre ellos decapitados y mutilados, y más de doscientos secuestrados. Esta masacre en aldeas alauitas cercanas a Latakia no ha sido ni siquiera mencionada por los medios de comunicación occidentales, y ha sido seguida de asesinatos de cristianos en diversas aldeas, entre ellas Maaloula, un lugar sagrado e importantísimo para la Iglesia cristiana y su historia y la ciudad donde se sigue hablando el arameo (el idioma de Jesucristo).
Durante el mismo mes, se han producido una ola de atentados a diario de Al Qaeda en Irak y contra la población chiíta, que se han saldado con casi 1.000 muertos y miles de heridos solo en cuatro semanas. El mes más sangriento desde la ocupación en 2003, en un drama humanitario casi olvidado que dura ya diez años y que ha sobrepasado ya con creces el millón de muertos, en lo que es un estado fallido presa de Estados Unidos y sus empresas contratistas.
La tercera víctima ha sido el Líbano, donde sendos atentados los días 8 y 22 de agosto producían cerca de 100 muertos y más de 700 heridos y que, según expertos libaneses, llevan el sello de las milicias takfiristas de Bandar ben Sultan, jefe de la inteligencia saudita, que tiene como objetivo de enfrentar a las comunidades chiítas y sunitas para extender el conflicto sirio.
Transcurridas más de cinco semanas desde que se emitiera la alerta, quizás sea el momento de sacar conclusiones y hacer balance de la situación. Y en primer lugar, salta a la vista que no se han atacado ni a ciudadanos ni a intereses occidentales o israelíes en toda la región ni fuera de ella. Sin embargo, se han producido más de 1.500 muertos en atentados y ataques terroristas en Siria, Irak y Líbano.
Este trágico balance, teniendo en cuenta las declaraciones de los guardas y testigos de las evasiones y el hecho que los ataques terroristas hayan ocurrido en el arco chií, ha hecho que muchos expertos no tengan dudas de que Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos organizaron la evasión, debido a que las oficinas de reclutamiento de las organizaciones militares privadas tienen cada vez más dificultad para encontrar candidatos a irse a participar en «la yihad» en Siria. A consecuencia de ello, y presionados por las recientes derrotas de los yihadistas en Siria, han optado por sacar de la cárcel a cierto número de hombres con experiencia combativa y decididos a todo. Y podemos sospechar que se trata de los más salvajes.
Todo ello, unido a las pruebas, indicios y declaraciones de víctimas y de terroristas capturados, nos lleva a deducir que la gran evasión de terroristas de Al Qaeda se ha tratado de una nueva gran operación de la inteligencia anglo-sionista. Una nueva perla geoestratégica de la CIA y el Mossad, que habría tenido la finalidad de conseguir dos objetivos: acabar con el escándalo de espionaje destapado por Edward Snowden y desestabilizar la región para conseguir crear una guerra intersectaria durante o tras el bombardeo estadounidense.
Nagham Salman es analista política especialista en asuntos de Oriente Medio y comentarista de TV.