Es lo que les está ocurriendo a los árabes en estos momentos. Hay quien dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Pero hoy vamos a analizar el rol de la intervención exterior en Oriente Medio.
Hace casi 100 años, en 1915, y en plena Primera Guerra Mundial, el diputado británico McMahon se desplazó al Hiyaz y propuso al sherif Hussayn iniciar una revuelta contra el Imperio Otomano para poder crear un imperio árabe del cual Hussayn sería el califa supremo. La correspondencia que intercambiaron ambos da fe de los compromisos británicos y los deseos del jeque, que acabaría siendo doblemente traicionado.
Mientras el jeque árabe soñaba con restaurar el califato y gobernar a todos los árabes, Inglaterra y Francia negociaron en secreto y firmaron un tratado en el que se repartían la región en zonas de influencia y con diferentes grados de intervención una vez que fuera derrotado el Imperio Otomano. Los famosos acuerdos de Sykes-Picot, por otra parte, dejarían a Palestina sin soberanía definida, para ser luego otorgada a Gran Bretaña bajo mandato de la Sociedad de Naciones. Sin duda, existía ya la idea de reservar la región para la creación de un Estado judío en el futuro.
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Un año después de Sykes-Picot, fue emitida la Declaración Balfour, por la cual el Gobierno británico se declaraba favorable a la creación de un hogar judío en el Mandato Británico de Palestina. La carta fue enviada al Barón Rotschild, uno de los líderes de la Federación sionista británica.
La diplomacia secreta, que puede considerarse una forma de conspiración y complot, tuvo durante la Primera Guerra Mundial su máxima expresión. Los británicos, como medida de guerra, alentaban las aspiraciones de todos en el mismo territorio.
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Una vez acabada la Primera Guerra Mundial, los acuerdos se llevarían a la práctica y los árabes serían doblemente traicionados. En primer lugar, por la materialización del neocolonialismo británico y francés en toda la región. Y, en segundo lugar, por el fomento de la emigración de judíos europeos y americanos hacia Palestina. Una inmigración que sería progresiva y constante durante todo el período de entreguerras.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos anglosajones consagraron su dominio sobre la región, conscientes de la importancia del control del petróleo para mantener la hegemonía mundial. La creación del Estado de Israel otorgaría a las potencias dominantes una base territorial permanente para ejecutar su geoestrategia, y la expulsión de cientos de miles de palestinos de su tierra marcaría la historia de Oriente Próximo para siempre.
La historia de Oriente Medio desde 1948 hasta 2001 es sobradamente conocida. Cabe destacar el fallido intento de Abdel Nasser de unir a los árabes, la Revolución Iraní de 1979 y el drama palestino, que se ha agravado en los últimos años. Todos estos acontecimientos estuvieron marcados por el permanente intervencionismo anglosajón en la región.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001,que causaron un gran impacto en una opinión pública occidental anestesiada y aborregada, significaron el inicio de una nueva etapa de intervencionismo imperial, que se extendería al Cáucaso y Asia Central con el objetivo de contener el ascenso de China y Rusia en el panorama internacional.
Dos años después de la invasión de Afganistán, se iniciaría la de Irak con el pretexto de las armas químicas. El paso del tiempo demostraría que los atentados del 11-S fueron obra de la inteligencia estadounidense con apoyo saudí. También se ha demostrado la inexistencia de armas químicas en Irak.
La denominada “Primavera Árabe”, expresión propagandística producto del marketing occidental, no es más que la tercera etapa de esta nueva fase intervencionista y Siria es el penúltimo eslabón antes de atacar a Irán.
El objetivo es crear un conflicto interconfesional en toda la región que a medio plazo establezca gobiernos islamistas ideológicamente próximos a Arabia Saudita. La única forma de poder perpetuar el expolio histórico que sufre la región. Y la única manera de poder legitimar religiosamente al Estado de Israel, dado su escasa legitimidad política.
Mientras tanto, los medios de comunicación occidentales proclaman los derechos humanos y la democracia, cuando sus gobiernos fomentan el caos y la destrucción con la introducción de armas y mercenarios en toda la región, ejecutando la proclama “divide y vencerás” de manera descaradamente obscena.
La caída de Siria y el ataque a Irán tendría consecuencias desastrosas a nivel internacional, en especial en las sociedades ricas, puesto que un mundo globalizado basado en el comercio internacional y el petróleo no puede permitirse una guerra regional injusta y a gran escala, que corre el riesgo de globalizarse. No olvidemos que varias potencias nucleares están tensando sus relaciones en lo que respecta al conflicto sirio.
No es mi intención emitir una profecía apocalíptica más. Tampoco pretendo parecer una iluminada, pero sin duda nos encontramos en el momento histórico más crítico desde la Segunda Guerra Mundial.
Nagham Salman es jefa de proyectos europeos de investigación y analista política especialista en asuntos de Medio Oriente.
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