Una vez que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, dijo estar infectado por el covid-19, surge la pregunta automática sobre la veracidad de dicha información y en paralelo resulta importante analizar la evolución (política) de la enfermedad en el paciente.
Es muy factible que debido a la constante falta de uso de las medidas de protección adecuadas, a las cuales desafía constantemente, Bolsonaro pueda tener la enfermedad. Pero también es posible que su contagio sea más una cuestión política, una campaña de marketing.
Recordaremos que en plena campaña electoral, cuando el 'outsider' era un candidato en ascenso hacia la primera vuelta electoral, sufrió un atentado en el que fue apuñalado durante un mitin, una escena trasmitida en vivo y repetida en innumerables ocasiones. El hecho generó mucha suspicacia debido a los recursos extremos que suele usar el ahora presidente, como imitar fusilamientos a los petistas y muchos otros discursos extremistas que buscan causar confrontación. Además, el presunto victimario no mostró razones de peso para cometer el hecho, que le terminó de dar al exmilitar el impulso final para arrasar en la primera vuelta y alzarse como presidente en la segunda. En ese momento se generaron algunas dudas sobre hasta qué punto había sido una acción real o más bien una provocada, con fines electorales.
Como sabemos, un hombre de 65 años, la edad de Bolsonaro, pertenece a la población de riesgo, lo que eleva el porcentaje de complicaciones de la enfermedad. A esta circunstancia, podrían sumarse las tres operaciones realizadas después del atentado.
Similar a como ocurrió con el presidente de Reino Unido, Boris Johnson, sus detractores, especialmente la izquierda mundial, consideraron una especie de justicia divina su contagio, puesto que el primer mandatario inglés había subestimado la pandemia, optando por mantener abierta la economía aunque ello pusiera en peligro a una inmensa cantidad de ciudadanos de su país.
La actitud de Bolsonaro fue incluso peor, ya que se convirtió en un activista del desprecio a las medidas de prevención que dictaba hasta su propio gobierno. Dos ministros de salud renunciaron por estas razones. El último de ellos apenas duró un mes en el gabinete. Además, en los momentos en que la pandemia ya empezaba a asomar su crueldad, convocó movilizaciones y estuvo sin tapabocas entre la gente.
Quizá su declaración más provocadora fue cuando dijo que el coronavirus era apenas una "gripecita" o "resfriadito", a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya lo había declarado un riesgo para la humanidad.
Pocos meses después, Brasil tiene ya más de 65.000 muertos y se ha convertido en el gran epicentro mundial. En la actualidad supera a EE.UU. en número de decesos diarios. En una semana –desde el 28 de junio al 5 de julio–, registró más de 7.000 muertes frente a las aproximadamente 4.000 de EE.UU. en el mismo lapso. Los infectados, por su parte, superan el millón y medio, y uno de ellos es su presidente.
Contrario a lo que espera la izquierda, su contagio podría ayudarlo a sortear la irresponsabilidad política de permitir el avance de la pandemia.
Desde que comenzó la diatriba entre Trump y la OMS por diferentes conceptos en la gestión sanitaria de la crisis, en la que el presidente de EE.UU. primero desconocía las recomendaciones y luego responsabilizaba a China de la situación, Bolsonaro se apegó a la línea del gobierno norteamericano y fue incisivo en sus burlas al coronavirus. Además, Trump primero y luego Bolsonaro, han asumido como remedio casi mágico la cloroquina, una sustancia contra la malaria cuya efectividad para el coronavirus no ha sido comprobada. El presidente de Brasil, incluso, afirmó que "el que es de derecha toma Cloroquina".
Lo que no podemos ocultar sus detractores es que el líder populista de derecha ha sido fiel a sus creencias. No se ha amilanado a pesar del avance mortal de la pandemia, ha defendido sus puntos de vista y, básicamente, para ser consecuente con su postura, solo le faltaba dar positivo por covid-19. Asumió el riesgo y en varias ocasiones convocó movilizaciones y caminó desprevenido en medio de abrazos entre la gente, casi siempre sin tapabocas.
Ciertamente ha permitido que Brasil se convierta en un campo abierto para la pandemia, pero parece estar arriesgándose junto a la gente y cumpliendo con el leitmotiv del populismo: enfrentarse a las instituciones liberales, y en los momentos críticos, enfrentárseles con más ahínco.
Ya en mayo, Bolsonaro establecía un mensaje directo cuando le preguntaban por los miles de muertos de la pandemia: "Así es la vida. Mañana podría ser yo".
El mañana le llegó y comienza así una nueva campaña política en la que, infectado, no es más que un humilde mortal más.
La sinceridad en marketing prevalece sobre la corrección política. Y eso lo sabe Bolsonaro en esta nueva campaña que arranca y que tendrá a todos los ojos de Brasil sobre él: la campaña del líder enfermo y de su sobrevivencia a la enfermedad. Probablemente 'el mesías' cuente con alguna resurrección en los próximos días.
Mientras tanto, la derecha liberal y la izquierda unifican su discurso de estupefacción ante el fenómeno.
Brasil: nuevos escenarios políticos
Bolsonaro ha terminado siendo una especie de 'monstruo político' para el 'lulismo' y el 'antilulismo'. Un incorrecto para derechas e izquierdas que esperan que caiga por su propio peso. Algo que podría ocurrir debido a que ha venido perdiendo alianzas mediáticas y empresariales que le llevaron al poder.
Pero las encuestas no parecen reflejar una caída tan vertiginosa como cabría esperar.
Si bien ha descendido en la calificación, según la encuestadora Datafolha, podría observarse que, a pesar de los múltiples escenarios de crisis que enfrenta, ha mantenido cierta estabilidad en medio del coronavirus. De abril a junio, el porcentaje de brasileños que califican de bueno o excelente el gobierno de Bolsonaro apenas bajó 1 % y los que lo consideran regular bajó 3 %. Mientras tanto, el índice de rechazo, que llegó a subir desde el 38 % en abril hasta el 43 % en mayo, permaneció estable en el último mes al ubicarse en el 44 % en junio.
De hecho, si las presidenciales fueran ya, Bolsonaro lograría, según estos datos, llegar a una segunda vuelta y unificaría a la derecha contra algún candidato del 'lulismo'.
La izquierda debería preguntarse cómo es que un líder de extrema derecha, al que se le han venido tantas crisis, y que podría ser culpable de que Brasil se haya convertido en epicentro viral, no ha terminado de colapsar. Y por qué algunas encuestas que pertenecen a sectores enfrentados con él, siguen reconociendo que le queda un voto duro muy elevado que, manteniéndolo, podría volver a ganar unas presidenciales.
Cómo explicar este fenómeno
André Singer, politólogo y portavoz de Lula en su gobierno, lo explicaba de esta manera, citando un análisis de Folha de S.Paulo:
"En los últimos cuatro meses los sectores con mayores ingresos y educación se han ido alejando del presidente, pero el apoyo ha aumentado entre los más pobres, así como entre los trabajadores por cuenta propia y los trabajadores informales. De hecho, con la pandemia, Bolsonaro perdió el apoyo en las zonas de clase media que lo habían apoyado en 2018. Los cacerolazos pueden escucharse ahora en los barrios que antes lo apoyaban (…) Por otro lado, la posición de Bolsonaro a favor de la reapertura de las actividades económicas –y en contra del aislamiento social– puede traerle simpatías precisamente donde el lulismo era más fuerte: las clases populares".
Desde el discurso "correcto" puede llamársele irresponsable, pero también puede interpretarse que el presidente de Brasil se arriesga tanto como lo tiene que hacer la gente para sobrevivir en medio de la pandemia. Ahora es un 'enfermo más'. Alguien del 'común'.
En un artículo anterior para RT comentaba que el desafío político del coronavirus era interpretar el malestar de la cuarentena y que la izquierda, apoltronada en los discursos sanitaristas, podía perder la oportunidad de descifrar la "nueva normalidad política". Si hay algo que todos queremos escuchar es que volvió la cotidianidad, y ese parece ser el centro de gravitación del discurso de la derecha populista de Trump y Bolsonaro. Puede ser irresponsable, pero todavía no hay evidencia de que sea políticamente inefectivo.
En momentos en que la salud pública colapsa y el distanciamiento obliga a tener las escuelas cerradas, solo parece quedar la esfera laboral como generadora de sentido. Y en esa esfera se ha colado la derecha, que ha monopolizado una obviedad defendida por los sectores populares: "Quien no trabaja, no come". Mientras, la izquierda defiende la idea de que "la salud debe marchar sobre la economía", un discurso que iba muy bien para las primeras semanas pero cuatro meses después ya no guarda la misma potencia, especialmente entre los más pobres y excluidos. La economía es el único campo que produce expectativa en una situación como esta y la izquierda parece haber perdido la iniciativa para luchar en torno a él.
Además, la gestión de Bolsonaro ha terminado de modificar la política brasileña, acostumbrada las últimas dos décadas a la polarización entre la izquierda del PT y los sucesivos candidatos de la derecha. Ahora, entre la derecha liberal y la izquierda popular comienza a establecerse un nuevo sector que puede terminar, como lo alerta Singer, de comer terreno que hegemonizaba el lulismo. Se ha consolidado una derecha que medra la votación del PT y que la pandemia podría exacerbar. En esto, su alianza con los evangélicos ha resultado crucial porque le ha abierto ese territorio al que la derecha liberal no tenía acceso.
Si el contagio de Bolsonaro es real o una estrategia de marketing no es algo tan importante. Lo que tendrá peso de ahora en adelante es la posibilidad de que la izquierda interprete con éxito el nuevo escenario político y pueda hacer frente a Bolsonaro allí donde aquella siempre ha sido fuerte: los sectores populares. También es vital comprender la desesperación de estos sectores una vez asentada la depauperización generada más por el remedio (la cuarentena) que por la enfermedad.