¿Privilegiar la salud o la economía? Las diferentes estrategias en América para enfrentar la pandemia
Millones de seres humanos han sido lanzados a la sobrevivencia económica. Se han modificado las nociones que tiene la gente sobre los Estados, los gobiernos, la educación, la salud. Los modelos políticos están recalentados ante la pandemia.
Cada país, en paralelo, vive un aumento o una larga meseta de muertes por el covid junto a la acentuación de la crisis económica.
En China y Europa, los primeros epicentros, ya viven la pospandemia.
Ver las proyecciones del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington (EE.UU.) sobre la cantidad de muertos por día para noviembre y diciembre en cada país de América y, en paralelo, analizar las de la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal) sobre el bajón económico, da para pensar que aún queda mucho tiempo a la región antes de estabilizarse.
Gobiernos de izquierda o derecha, e independientemente de su lectura ideológica sobre la pandemia, van a tener que flexibilizar sus medidas y permitir la apertura económica. La crisis se prolongó mucho más allá de lo esperado y el remedio de la cuarentena genera unos efectos (económicos) secundarios que en América podrían terminar siendo peor que el covid-19.
En América del Norte, Centro, Sur y Caribe las cifras de muertes crecen como la crisis económica. Los números nunca habían estado tan hermanados entre los subcontinentes. Por primera vez, EE.UU. se parece a América latina en estadísticas de salud y niveles de protesta callejera.
Europa todavía recoge los vidrios. Reino Unido registrará una caída del -9,5 este año, según el banco de Inglaterra. Latinoamérica del -9,1, según Cepal. Parece que este año nos fue mejor que al país europeo.
La crisis que ha producido la pandemia no es solo sanitaria y económica, sino también societal: desdibuja los modelos preestablecidos que se utilizaban para procesar la cotidianidad, repleta de un tipo de conflictos que se han modificado.
Debido a que la crisis fue paralela en toda América, las formas tradicionales de resolver crisis económicas (como la migración o la economía informal) esta vez no garantizan una mejora inmediata.
Los desajustes sufridos pueden producir fenómenos nocivos como que las desigualdades puedan ser más abismales, con franjas enteras desconectadas, y todavía está por verse cómo cambia el papel de la escuela y la salud pública.
Seguramente la crisis está impactando en la forma de concebirse los modelos políticos. Así, la disputa que viene se concentra en si las fórmulas políticas exitosas pueden sobrevivir la coyuntura y fortalecerse o si viene un derrumbe generalizado de los modelos.
Quien primero se pone a prueba es EE.UU. con las elecciones de noviembre, justo en un momento en el que el choque civilizacional está en su máximo esplendor y sus fuerzas armadas han tenido que entrar en el debate político para desmentir la hipótesis demócrata de que Trump no querrá entregar el poder si pierde. Una tensión digna de un país subdesarrollado.
Pero no sólo en Norteamérica. El declive económico de Reino Unido y varios modelos europeos, las dudas sobre Bolsonaro… Todos apostaron por desmeritar la pandemia y burlarse de la situación general. Al parecer todo lo hicieron para salvar la economía. Hoy, baten récords en cantidad de muertos por el virus y de caída en sus economías. De nada sirvió la política de la indiferencia del coronavirus.
Bolsonaro y Trump han fracasado porque si bien no les importaba el contagio masivo del virus y llegaron a ser el primer y segundo país en muertes del mundo, también vieron caer al máximo sus economías. Es decir, obviaron la importancia de salvaguardar vidas (hasta ahí nada nuevo para el neoliberalismo), pero no consiguieron mantener la economía. Produjeron un modelo que no sirve para ninguna de las dos demandas sociales más importantes del momento.
Es el populismo de derecha el que viene a pasar una prueba de fuego porque está en juego su sobrevivencia. Y no solo lo acechan las propuestas progresistas, sino también los estados profundos a quienes se le ha enfrentado.
Todos nos entusiasmamos cuando vimos a los gobiernos de derecha instrumentalizar políticas de emergencia social cuando apenas comenzaba la pandemia. Trump lanzó un dineral en bonos de entrega directa. Y América latina se llenó de este tipo de políticas de emergencia. El modelo neoliberal peruano, por ejemplo, instrumentalizó un plan de estímulo que se anunciaba como el más ambicioso para enfrentar las consecuencias sociales del covid 19.
En esos momentos, el filósofo transgresor Zizek hablaba de que el coronavirus podría reinventar el comunismo. El entusiasmo no duró mucho.
Cuando el cálculo de impacto de la pandemia se prolongó en América –más allá de los proyectados desde Wuhan, Italia y España–, sus gobiernos comenzaron a frenar las políticas de emergencia y se concentraron en cómo abrir las economías, porque es, a todas luces, insostenible prolongar las medidas de confinamiento. Ya América lleva seis meses de pandemia y todavía no sabemos cuándo pasaremos lo peor.
Pero a la izquierda tampoco le fue tan bien
En los primeros meses, el discurso sanitarista hizo ganador a los gobiernos de izquierda que manejaron el tema con seriedad y eficiencia. Sin embargo, pasado el primer momento, el Estado fuerte tuvo que ceder ante la demanda imperiosa de la normalización, que es la demanda de la sobrevivencia.
Mientras tanto, la educación ha sido paralizada, y la diferenciación social entre conectados y desconectados terminó de abrirse. La salud está en su punto más débil. Es poco lo que puede intervenir el Estado en la economía de manera eficaz.
Con el brazo izquierdo atrofiado, los Estados, todos, han terminado pareciéndose a uno que acaba relacionándose más con la fuerza represiva y de control que con uno garante de derechos.
En este sentido, habrá que evaluar la nueva situación social, cómo afecta a los Estados y cómo el progresismo es capaz de crear mecanismos que generen respuestas a las demandas.
La izquierda debe, sin abandonar el discurso sanitarista, saber explicar la flexibilización y darle sentido a los sectores laborales, desde los informales hasta los empresariales. Durante un buen tiempo, el sujeto es económico o no es.
Mientras avanza este proceso, la debilidad del mapa ideológico genera narrativas de diversa índole.
México, por ejemplo, se acopló a los discursos que desmeritaban la peligrosidad del coronavirus, lo que cuando menos podría ser considerado heterodoxo. Siendo uno de los más afectados del mundo en el total de decesos, también se le desplomó la economía.
El caso de Argentina pasa a ser emblemático porque tuvo un discurso fuerte de contención y de privilegiar la salud sobre la economía. Le ha ido bien en el control del virus en comparación al resto, pero es la economía que se precipita de manera más significativa en la región después de Perú, según PNUD; incluso peor que Brasil, y eso es mucho decir. Es verdad que también entran otras razones, pero tampoco es que tenga la situación controlada.
La izquierda llega más pragmática al poder en este segundo ciclo en cuanto a las relaciones internacionales y económicas. López Obrador se sienta con Trump a negociar y utiliza la diplomacia. El gobierno peronista logra un acuerdo con acreedores externos para reestructurar la deuda, sin elocuencias, sin confrontación. Y es que es de interés mundial, incluyendo para los privados, bajar intensidad a los conflictos. El mismo Maduro pide crédito en el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La izquierda aprendió en el primer ciclo progresista que abrir escenarios de confrontación radical con los poderes mundiales establecidos va a traer un empeoramiento económico brutal que no siempre se está en la capacidad de superar.
Si la derecha continental representada por Almagro, la Organización de Estados Americanos (OEA) y el grupo de Lima no tuvieron protagonismo, la izquierda tampoco ha apostado todavía por soluciones regionales y de la institucionalidad creada por Unasur y Celac, ya no queda nada.
La catástrofe ha llegado a toda América. Y no queda claro cuándo podrá superarse.
Tampoco queda claro qué sector político se beneficiará electoralmente y si la política se revitaliza o más bien generará mayor escepticismo.
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