Lo primero que hay que analizar desde el exterior de EE.UU. es el conjunto de imágenes de destrucción con las que los candidatos describen el presente del país: más de 200.000 muertes por coronavirus, disturbios continuados en las grandes ciudades, incendios naturales imparables, acusaciones de corrupción, fraude electoral y hasta "carteros vendiendo las boletas electorales".
Una potencia de este nivel, que durante los años 90 se convirtió en el único paradigma existente sobre la faz de la tierra, hoy parece un país devastado, en guerra, según las narrativas de sus propios líderes. No hablamos del envalentonado debate, sino de la descripción que hacen de la nación.
Quizá lo más grave no es lo que ha pasado, que ya lo es bastante, sino las mutuas acusaciones de lo que sucederá en estas elecciones, en torno al 3 de noviembre y la certeza de ambos de que el choque electoral no se resolverá el propio día, sino incluso semanas después. Trump está preparado para cantar fraude si los resultados le son adversos: "Están haciendo trampa", dijo. Biden, a su vez, vislumbra un escenario tardío, muy tardío, para la declaratoria de un vencedor.
El tema de las papeletas electorales develó un desacuerdo que puede traer desconocimiento electoral inédito. El presidente está poniendo en cuestión el sistema electoral por correo, que está vigente y ya se está utilizando. Y ha adelantado que no reconocerá su derrota si hay unas pruebas de fraude, que ya ha comenzado a ilustrar: "Quebradas con papeletas".
En la situación actual de ese país, un desacuerdo de ese tenor en medio de una presidencial puede ser gasolina para un fuego que ya viene expandiéndose.
Por la conquista del voto duro
El estilo pugnaz de Trump se impuso en la refriega, pero Biden fue más persistente de lo esperado. Trump lo había caricaturizado como un adversario débil, impotente y senil, a quien, según sus palabras, solo la droga podría hacerlo competitivo (pidió una prueba antidopaje para Biden antes del debate). Pero el candidato demócrata logró muchas veces sacar a Trump de sus casillas y en algunos casos dejarlo duramente golpeado.
Su estrategia de dejar a Trump como un loco belicoso funcionó. Aunque cuando respondió "no recuerdo la pregunta", se acercó al personaje senil que señalaba Trump antes del debate.
Ambos lograron hacer funcionar sus estrategias.
Biden trastabilló varias veces pero logró mantenerse, supo respirar en los momentos difíciles, aunque en alguno se vio superado, como en las acusaciones contra su hijo.
El moderador Chris Wallace interpeló con fiereza a los contendores y demostró autoridad, incluso frente a Trump, quien en alguna oportunidad trató de involucrarlo en la refriega.
A pesar de los insultos, ambos lograron tener un discurso concentrado en sus votos duros. El tema de la composición de la corte suprema, de hecho, fue el que abrió el debate. Allí Biden conectó uno de los golpes duros para intentar movilizar a su público objetivo: el sistema de salud está en riesgo, "la mayoría del pueblo no recibiría esta opción" (si Trump logra designar la jueza Amy Coney).
Para defenderse en este momento, Trump sacó a relucir la carta de Bernie Sanders y la ultra-izquierda: "quiere socializar la salud", acusó.
El tema que quedó apartado fue el geopolítico. No solo porque no estaba en los ítems seleccionados para este debate, y seguramente estará presente en los que vienen, pero se esperaba que China, Rusia, Irán y Venezuela estarían más presentes en los argumentos, y no fue así.
Algunos insultos sí los tuvieron. El de "pichón de Putin" con el que Biden insultó a Trump. Y el de la implicación de China que utilizó Trump para enfrentar las críticas ante su gestión del coronavirus.
Sin embargo, los discursos no fueron ordenados con base al tema geopolítico. Incluso el tema ideológico no tuvo una relación directa con lo geopolítico. Ninguno de los candidatos ve "el mal" en enemigos externos, sino a lo interno de EE.UU. Para Trump, el adversario es Bernie Sanders, la Izquierda, el "peligroso y extremista" Antifa, los disturbios raciales. Para Biden, son los supremacistas que van a tomar el país, es el Ku Klux Klan. Es el partido republicano que viene a acabar con las conquistas demócratas, y es básicamente Trump.
Ante los disturbios, Biden tuvo que desmarcarse de la violencia. Constantemente trató de salirse de la sombra de Sanders, así que habrá que ver el impacto de esto tanto en los votos centristas -hacia donde este giro ofrece certeza-, pero también en el voto de izquierda y joven, que suele esperar algún gesto para declarar su abstencionismo y recelo ante Biden. "Acaba de perder la izquierda", le dijo Trump en ese momento.
Al parecer, ya los llamados no son a unir el país en contra de un enemigo extranjero sino a enfrentar el enemigo interno que, esa noche, tenían enfrente.
Uno, según su oponente, secuestrado por la izquierda radical que quiere implantar el socialismo en EE.UU., y el otro, visto por su contrario, como un rico, un avaricioso que no paga impuestos y pretende insuflar el supremacismo blanco.
Una verdadera brecha ideológica que está marcando la contemporaneidad de EE.UU.
"El partido de usted quiere el socialismo", aseguró Trump. Ya el socialismo no es, en el imaginario político de este 2020, un enemigo externo. Sino un partido estadounidense.
"La ley y el orden" es el anatema de Trump. Visualiza un país caótico y no se siente responsable, puede parecer más bien el opositor y no el gobernante. La explosión racial de este 2020 la está utilizando para sus fines y puede estar causando efecto favorable para sus objetivos de nuclear los votos republicanos.
Además, Trump utiliza la apertura económica frente a la cuarentena. Es allí donde refuerza su método populista y recoge el malestar contra lo políticamente correcto que exigen la coyuntura, la cuarentena y las medidas sanitarias. "Es muy triste lo que sucede en Nueva York, es como una ciudad fantasma", sostuvo.
Hay que decir que Trump se presenta en este debate como lo hizo en la campaña de 2016. Venía perdiendo, ha comenzado a remontar y cuando se acerca a la recta final se va emparejando, de manera que los debates electorales son unos obstáculos que puede pasar mejor el hombre mediático que debía ser él. Sin embargo, cometió el error de imaginar un enemigo débil y senil, que pudo ponerle contra la pared en algunas ocasiones, a pesar del estilo avasallante del republicano.
A diferencia de su debate con Clinton, en este encuentro Trump tenía un gobierno que defender.
Esperemos ver cómo lo defiende de aquí en adelante. Faltan aún dos debates, el 15 y el 22 de octubre.