La situación de EE.UU. después del desconocimiento electoral del presidente Donald Trump al resultado divulgado por los medios, según el cuál Joe Biden le superó significativamente en la carrera por la Casa Blanca, pone en entredicho el viejo refrán político que reza que en EE.UU no puede haber golpe de Estado porque allí 'no hay Embajada americana'.
Las declaraciones realizadas el 10 de noviembre por el secretario de Estado, Mike Pompeo, nos vienen a recordar que a falta de una Embajada estadounidense, existe el departamento de Estado: "Habrá una transición tranquila a una segunda administración de Trump".
Las palabras del secretario dispararon las alarmas. Ya no es un malcriado Trump el que no reconoce el triunfo. Es nada menos que el hombre fuerte, el de la CIA. El que 'mueve los hilos del mundo' es el que está desconociendo el resultado sin ningún argumento de peso.
Horas antes de las palabras de Pompeo, Trump había despedido a su secretario de Defensa, Mark Esper, una decisión que resulta incomprensible si debe dejar su cargo dentro de pocas semanas. Este martes, el presidente también cesó de su cargo a Chris Krebs, director de la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad, por un comunicado donde este niega la posibilidad de fraude y cataloga las elecciones del 3 de noviembre como "las más seguras en la historia estadounidense".
El pasado 10 de noviembre, el fiscal William Barr autorizó una investigación nacional que al parecer es inédita en el ámbito electoral norteamericano. Cuando anteriormente ha habido pugna por un resultado, las demandas e investigaciones se circunscriben a estados concretos, como en Florida en el año 2000. En esta ocasión lo que está en entredicho para la Fiscalía es el resultado general y no algún resultado parcial.
A las pocas horas de esta declaración, presentó su renuncia Richard Pilger, director de la división de crímenes electorales de la Fiscalía, encargado de supervisar las investigaciones de fraude, mostrando su desacuerdo con el fiscal general al estar derogando, según sus palabras, "una norma de 40 años de no interferencia federal en investigaciones de fraude electoral durante el período anterior al de certificación de las elecciones".
Cada estado tiene un plazo, un ente y unas reglas diferenciadas para 'registrar' los resultados. Todo el mes de noviembre está dispuesto para ello, hasta el 30 que vence el plazo de Arizona.
Luego, la estrategia de Trump será batallar en torno a la Corte Suprema, donde el partido republicano mantiene una mayoría sólida, consolidada gracias a las políticas agresivas de Trump que lograron designar a Amy Coney después de la muerte de la magistrada Ruth Bader. Esta instancia tiene la última palabra sobre el supuesto fraude electoral.
Así que el escenario de una 'sorpresa jurídica' con respecto al proceso electoral no está del todo descartado.
Resulta evidente que muchas cosas se mueven a lo interno del gobierno y que hay actores presionando para 'seguir la corriente' de la impugnación de Trump. Lo que no se sabe es si esa corriente podría proseguir incluso más allá del 20 de enero, día de la toma de posesión, y si eso ocurriera, cuál sería la respuesta de los demócratas.
Con destituciones en el ámbito militar, traslado de la toma de decisiones hacia la Corte Suprema, manifestaciones de calle en apoyo a Trump y declaraciones de desconocimiento del resultado por actores importantes del gobierno, como Pompeo, la transición hacia el gobierno de Biden aún no está del todo garantizada.
La obstaculización de la toma de posesión del nuevo gobierno implicaría la apertura de un escenario impensado: el comienzo de un golpe de Estado en EE.UU.
¿Biden está preparado para un conflicto de otra índole?
En junio, cuando la campaña electoral aún comenzaba, ya el propio Joe Biden asomó la posibilidad de que Trump no reconociera su triunfo y se negara a entregar el poder. El entonces candidato dijo estar "absolutamente convencido" que si ello ocurriera, las Fuerzas Armadas lo evacuarían de la Casa Blanca.
Después de los comentarios de Biden, el propio Mark Milley, entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, tuvo que intervenir en la diatriba negando cualquier participación de los militares en el proceso electoral y declarando como "apolítica" a su institución.
Es decir, esta situación estaba en el radar de la campaña demócrata, que ya sabe por experiencia propia que no solo se requieren votos para ganar.
Por los momentos, la dirigencia demócrata no se hace mucho eco de las declaraciones de Trump sobre el desconocimiento de los resultados. Biden ha preferido comenzar a trabajar en las principales medidas de su gobierno como modo de responder a Trump sin entrar en un ambiente de pugnacidad, después de haber conseguido lo que parece una victoria holgada.
Pero su situación minoritaria en la Corte puede obstaculizar el triunfo.
Si esto ocurriera, el 'Estado profundo' controlado por Biden tendría que utilizar toda su fuerza para contrarrestar una hipotética decisión jurídica, y para ello las Fuerzas Armadas pueden terminar jugando un papel disuasivo de primer orden.
Impacto del desconocimiento de Trump al resultado
La decisión del actual presidente de desconocer los resultados e incluso impugnar el proceso en su totalidad, criticando a las empresas privadas que ofrecieron los servicios y otras denuncias, genera ansiedad en el mundo político nacional e internacional, pero también trastoca la imagen de EE.UU. como una nación racional donde la totalidad de sus actores aceptan las reglas de juego.
Habría que recordar que EE.UU. no es el mismo país de hace un año. Entre la crisis sanitaria de la pandemia y la crisis económica derivada, se abre un escenario en el cual puede estar acaeciendo un proceso de debilitamiento de la principal potencia del mundo.
Si le sumamos la pugna política e institucional, además de los disturbios sociales que no han parado desde el asesinato de George Floyd en mayo, estamos hablando de un país que parece en proceso franco de desestabilización.
Con el desconocimiento de Trump, EE.UU. entra en un momento de indeterminación política que en nada se le diferencia a países inestables del tercer mundo, en los que las elecciones pueden terminar en un pleito de índole diversa y en el que la voluntad popular no ocupa el puesto central de las decisiones.
Internamente, todo lo que está sucediendo fuera de la transición convencional pone a flor de piel los nervios de los grupos radicales de ambos lados, dispuestos a movilizarse, y mancha la institucionalidad, que se autoconsidera una democracia modélica.
En el mundo, EE.UU. pierde respeto como nación racional apegada a sus leyes con lo cual vulnera su imagen, especialmente cuando sus principales aliados han reconocido el triunfo de Biden.
Aún está por verse hasta dónde llegará Trump y el trumpismo y cuáles consecuencias traería el desconocimiento del resultado electoral. Por lo pronto, esperaremos a que las acciones contenciosas lleguen a la Corte para corroborar el grado de racionalidad que puede mantener el 'establishment' republicano.