Dos claves sobre el trumpismo y una lección para los demócratas: ¿la estela de una derrota política?
Caracterizar al trumpismo no es tarea sencilla. La dificultad no está en su categorización política porque es un movimiento claramente populista.
Es populista porque establece la interpelación hacia el pueblo para levantarlo en contra de las elites desde un discurso nacional-popular. Es de derecha por la forma en cómo intenta lograr su objetivo, definiendo como enemigo a inmigrantes, izquierdistas y subjetividades que salen de la órbita de los parámetros conservadores.
Por ello los teóricos lo llaman populismo de derecha, igual que al thatcherismo.
El trumpismo, para caracterizarlo brevemente, es una articulación entre el voto tradicional republicano, adulto y blanco, y la clase trabajadora que votaba demócrata pero fue encantada por el discurso nacionalista del magnate republicano.
La dificultad radica en que este movimiento define y delimita como pueblo a un sector social, el de los blancos, que históricamente ha sido un poderoso grupo que ha generado una de las sociedades más potentes de la historia universal. Era la mayoría incontestada, el "alma" estadounidense.
Pero las situación social ha venido cambiando las últimas décadas. Las minorías han venido creciendo y desplazando a este sector, que numéricamente ha terminado siendo una minoría más. La realidad social se complejiza con el auge de religiones y con la heterogeneidad de minorías, como los latinos, que tienen diferenciados intereses.
Lo que demuestra el resultado de las presidenciales es que no es posible consolidarse como mayoría si solo se tiene el apoyo de los blancos.
Y eso que Trump actuó con conocimiento de causa: a diferencia de la primera campaña, en la que ganó perdiendo el voto popular, en esta segunda tanda se cuidó sobremanera de no enfocarse contra los latinos, especialmente los mexicanos, que podían ser decisivos porque se esperaba un resultado estrecho.
La manera en la que cuestionó a la base estadounidense en 2016 fue atacando a las elites de Washington, acusándolas de no hacer nada en contra de la migración irregular, bajo la idea que esta le quitaba puestos de empleo al sector interpelado. De allí la idea del muro en la frontera con México.
En 2020 cambió la fórmula para intentar articularse con este sector de migrantes o al menos neutralizar su activismo antitrump: los mexicanos ya no eran los enemigos. Se entrevistó con López Obrador y trató de cerrar esa ventana de conflicto. Pero ya era muy tarde.
El sentimiento antitrump estaba muy enraizado en buena parte de los latinos (a excepción de cubanos y venezolanos de Florida). Algo similar ocurrió con los afroamericanos.
Una vez imposibilitado de parar el levantamiento contra la represión policial después de la muerte de George Floyd, el trumpismo intentó lanzar la candidatura del rapero Kanye West para dividir el voto aframericano hacia Biden.
Ninguna de estas operaciones políticas fue exitosa porque no pudo parar la avalancha de votos contra Trump.
Tampoco lo fue el intento de cambiar de enemigo hacia la izquierda radical y declarar terrorista a un movimiento que lleva por nombre: la vida de los negros también importa.
Por lo tanto, su base electoral terminó siendo la de su sujeto privilegiado, que sí se movilizó de manera masiva: blancos, rurales, de bajo nivel educativo. Ciertamente Trump aumentó su votación entre ciudadanos negros y latinos, pero de manera pírrica mientras el aumento considerable de la participación electoral terminaba sumando una cantidad de votos imposible de derrotar.
Las minorías que habían preferido dejar de votar por Hillary Clinton en 2016 acudieron de manera masiva a respaldar al actual presidente electo, Joe Biden, pero básicamente se trataba de un voto antitrump.
Los estados industriales (cinturón de óxido) que le habían dado la victoria en 2016, en esta ocasión le dieron la espalda y desbarataron la idea de que Trump podía solidificar su relación con obreros y trabajadores debido a su ofrecimiento nacional-popular: hacer grande a América otra vez.
Trump dividió la sociedad norteamericana, pero lo hizo sin sacar bien las cuentas. Si la interpelación es el elemento clave del populismo, este debe contar que así como cuestiona a determinados sectores, el resto de la sociedad va a sentirse igualmente interrogada, pero en sentido opuesto.
Y eso fue lo que pasó en 2020.
Si los blancos salieron en masa y como nunca a apoyar a su líder, las minorías salieron de la misma manera a defenestrarlo. Así, Trump habría llegado a 74 millones de votos, lo que no había logrado ningún presidente. Pero su adversario logró 81 millones de votos, lo que no había alcanzado ningún otro aspirante al máximo cargo en la Casa Blanca. La abstención bajó a 33 %, cuando en 2016 había sido de 45 %.
El tema de la relación mayoría/minoría va más allá de lo cuantitativo. Los blancos se asumen como la mayoría y la única forma que tienen de seguir sintiéndose como tal, es declarar el fraude electoral cuando las minorías salen a votar, como ha ocurrido en esta ocasión.
Lo que pasó estos días en EE.UU. es una lucha étnica despertada por las interpelaciones de Trump. El momentum de la rebelión, la toma del Congreso del 6 de enero, no es más que el evento manifiesto de esa situación interna que hoy vive ese país y que no se sabe como se desarrollará, especialmente después de que Trump termine de ser defenestrado políticamente y los trumpistas corran en desbandada hacia el país profundo.
¿Es la muerte política de Trump?
El aumento del caudal electoral del trumpismo en este 2020, en medio de la pandemia y los levantamientos raciales, permite recordarnos que Trump no es un accidente histórico. Él, como fenómeno político, se solidifica en la medida en que crece la brecha entre dos grandes sectores de EE.UU., algo que va a seguir pasando aunque ya no esté en la presidencia.
La primera consecuencia política de la derrota de Trump se vivirá en el partido republicano, que ya no podrá ser igual.
Algunos de sus 'think tanks' hablan del fin del reaganismo para referirse a la necesidad de un nuevo modelo político que no se base en medidas neoliberales y de ajuste, sino que rescate las demandas de los trabajadores, tal como lo hizo Trump en su defensa de la industria nacional y contra la globalización.
El trumpismo ha marcado a los republicanos y es posible que no vuelvan a ser como antes: el conservadurismo debe sufrir una reingeniería política para poder ser nuevamente competitivo.
Su problema central reside en que la única manera que tienen de triunfar electoralmente es por medio de la abstención demócrata. Algo que no es difícil, pero implica esperar por la gestión de Biden.
Por el contrario, intelectuales relacionados con ese partido piden pasar a la ofensiva, y la forma que proponen es acercar al republicanismo a la defensa de los trabajadores: ya no son suficientes sus bases tradicionales para lograr victorias contundentes, mientras el partido demócrata sigue teniendo la capacidad de sumar a las minorías, que van en un crecimiento imparable. Una experiencia exitosa es la que han tenido en Florida con los inmigrantes cubanos, venezolanos y colombianos, que tienen demandas básicamente ideológicas.
Del lado demócrata, el trumpismo deja la idea de que el populismo puede llegar a ser exitoso en EE.UU. y que liderazgos similares al de Sanders podrían tener cabida para confrontar las elites liberales, que luego de la derrota de Trump parecen tener mucho más poder.
Las próximas horas son claves para saber cómo quedará posicionado Trump, si es posible su candidatura en 2024 o si, por el contrario, es expulsado de la política, lo que traerá un impacto en la nueva minoría blanca que se puede sentir peligrosamente arrinconada.
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