¿Tiene futuro el nuevo mapa político? El gran desafío de la izquierda en América Latina
El mapa de América Latina se mueve hacia la izquierda. Después del triunfo del progresismo en las elecciones de Perú, Chile, Honduras y Colombia, en menos de un año, parece que viene un tiempo de dominio de esta corriente ideológica en la región.
Desde México a Argentina, pasando por una Centroamérica desalineada de EE.UU. y por las antiguas "zonas de confort" (Chile y Colombia), las elecciones son ganadas por la izquierda. Ahora, solo falta por ver lo que sucederá en octubre en las presidenciales de Brasil, donde una hipotética victoria del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva teñiría el mapa de rojo prácticamente en su totalidad.
La cumbre de la Celac en 2021 –liderada por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y con una nutrida asistencia de mandatarios de diverso signo político– dejó la mesa servida para que se retome la importancia de este foro, cuyo objetivo es construir consensos en torno a diferentes situaciones e intervenir, con un peso común, en el nuevo orden mundial que emerge. La Celac, más que un medio, es un mensaje de unidad que todavía no está del todo facturado y ya va llegando el momento de hacerlo.
Nuevo ciclo, nuevo panorama
No obstante, la situación actual no es similar a la primera oleada izquierdista, que ocurrió en la primera década de este siglo durante los tiempos del mandatario venezolano Hugo Chávez. Son muchas las cosas que han cambiado. En aquellos años la izquierda se veía fuerte y heredera de una historia irreversible. Pasados algunos años, ya en la segunda década, los gobiernos progresistas comenzaron a ser arrinconados por una derecha populista que logró ganarle terreno en toda la región y no solo en Brasil y Argentina, donde se gestó.
Muchos movimientos fueron derrotados electoralmente, judicializados o sancionados, y aunque varios han retomado el gobierno, no son tan estables en tanto sufren crisis internas importantes. Liderazgos "nacidos" en una nueva oleada no quieren "fotografiarse" con líderes de izquierda a los que consideran autoritarios.
El continente cuenta con el liderazgo de López Obrador, al que probablemente se sumará Lula. Los dos gigantes de América Latina podrían ser decisivos para pulsar un giro cuyo resultado no sea tan efímero como ocurrió en el primer ciclo.
Hasta ahora, en su breve camino, los nuevos gobiernos de izquierda no han logrado alinearse y conseguir un punto de entendimiento para jerarquizar una temática y operar de la misma manera: hay una "vieja" y una "nueva" izquierda que han tenido más puntos de contrariedad que de coincidencia.
Pese a esta situación de incertidumbre, el continente cuenta con el liderazgo de López Obrador, al que probablemente se sumará Lula en octubre. Ambos países, los gigantes de América Latina, alineados ideológicamente por primera vez en nuestra historia, podrían ser decisivos para pulsar un giro cuyo resultado no sea tan efímero como ocurrió en el primer ciclo.
EE.UU. y Europa han venido cediendo terreno en el continente mientras que China se ha posicionado en las balanzas de pago de casi todos los países.
Este nuevo ciclo, compuesto de procesos nóveles y otros más bien tradicionales, se enfrenta a una situación compleja. La incertidumbre sigue siendo sinónimo de la región. La crisis post-pandémica ha desestabilizado a casi todos los países independientemente del signo político. La conflictividad arreció tanto en Colombia y Chile como en Bolivia y Cuba.
Además, la lentitud en los cambios reales de los gobiernos progresistas va generando escepticismo y la política va perdiendo importancia. La judicialización existente, también de diverso signo ideológico, y los actos de corrupción que se anidaron en los gobiernos de izquierda del primer ciclo mancharon una parte de la legitimidad de "la progresía" en la región, pero los desmanes de la derecha le están dando otra chance.
Y esa otra chance es el gran reto que deberá enfrentar la izquierda que está naciendo y otra que se niega a renovarse. Todo ello en un momento en que se ha disuelto la propuesta de socialismo como horizonte normativo para los cambios sociales.
Modelo económico
La izquierda va ganando en las urnas a pesar de la criminalización que ha sufrido, pero está asediada. No tiene modelos políticos o económicos claros a seguir, sus logros sociales basados en la redistribución de la renta lucen disueltos. La crisis económica está pegando por igual en todos los países. No es un momento de abundancia ni estabilidad como el que hubo en el alza de los commodities que acompañó al primer ciclo.
En la actualidad ha habido un nuevo giro hacia la izquierda que todos sabemos que es pendular y que podría devolverse a la derecha, en mucho o en poco tiempo, porque nadie tiene mayorías estables y los votantes no tienen una adhesión ideológica, sino identificación socio-política.
El tema de los modelos, para un paradigma que habla de futuros y de altas expectativas, como la izquierda, vieja y nueva, resulta clave. Venezuela, el gran faro de la primera década, se sumió en una crisis que desintegró la propuesta bolivariana que había logrado entusiasmar a una izquierda mundial que venía de numerosas derrotas. El "moderado" Brasil tampoco salió intacto, sobre todo porque no tuvo sujeto político movilizado que respaldara la legitimidad de los gobiernos de Lula y la expresidenta Dilma Rousseff. La Europa de Podemos, Syriza, Corbyn y Melenchón nunca pudo concretarse y ya va de bajada. El "modelo de articulación" peronista, así como el correísta, sufren crisis internas. Varios de los gobiernos que han ganado bajo el mote de izquierda, progresismo o populismo no terminan de arrancar, como el del presidente peruano, Pedro Castillo. Chile y Colombia van a tener que andar su propio camino sin prácticamente referencias válidas para la complejidad que les rodea.
Lo determinante es que ninguna de estas experiencias, y ese podría ser su único consenso, estaría en la capacidad de implantar un modelo diferente al capitalismo.
La gran paradoja que se le presenta a la izquierda es que el modelo económico imperante, el "brazo largo del mercado", se impone en la región independientemente de quién gobierna. Argentina tiene que renegociar con el Fondo Monetario Internacional, Venezuela dolariza su economía, el presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, dice que viene a desarrollar el capitalismo como modo de sacar a Colombia del feudalismo. El candidato Lula se modera aún más con su fórmula vicepresidencial.
La gran paradoja que se le presenta a la izquierda es que el modelo económico imperante, el "brazo largo del mercado", se impone en la región independientemente de quién gobierna.
Ya el capitalismo no parece ser el enemigo frontal, sino una condición sine qua non que, aunque gobierne la izquierda, impera sin remordimiento. Este panorama nos recuerda más a la tesis de Fukuyama del fin de la historia que a las ínfulas del socialismo utópico.
Los Estados han tenido que aceptar el "neoliberalismo de facto", que se hace más dominante gracias a la crisis de la pandemia y ahora al conflicto en Ucrania.
La izquierda tiene que evitar terminar siendo quien le da un "rostro más humano" al capitalismo porque al ser muy poca la transformación real que logra conseguir, las expectativas populares se difuminan, entonces la deslegitimación va in crescendo. Y nos prepararíamos así para otro ciclo de la derecha.
Ciertamente la izquierda tiene a su favor que sus errores se olvidan cuando vuelve la derecha a gobernar con toda su prepotencia, pero también debe entender que si se enfría la política como esfera de cambio y conflicto, nuevas fórmulas volverán a sobrevolar a las masas sedientas de respuesta.
Por ahora nos quedamos con que la derecha está más enredada todavía y ese es un momento que la izquierda deberá aprovechar para demostrar que puede avanzar.
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