Los primeros cien días de gestión de este tercer Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, cumplidos el lunes, han pasado raudos y veloces, en medio de importantes acontecimientos no solo en la política doméstica, sino también en la exterior.
La toma de los poderes públicos por parte del bolsonarismo, una semana después de su toma de posesión, generó condiciones extremas de riesgo interno, pero también oportunidades para sus relaciones con el mundo.
Luego de este hecho que puso en vilo a la democracia brasileña, el liderazgo de Lula produjo consenso internacional bajo la necesidad de enfrentar al golpismo brasileño. La similitud entre el bolsonarismo y el trumpismo alertó a varios países de Occidente, encabezados por la Administración del presidente estadounidense Joe Biden, quienes reaccionaron apoyando con firmeza al actual presidente brasileño, azotado por la iracundia de la extrema derecha.
Biden fue de los primeros en reconocer el cerrado triunfo electoral de Lula en las presidenciales de octubre pasado y en cuestionar los intentos golpistas del bolsonarismo: el enemigo de su enemigo era, naturalmente, su amigo.
Bolsonaro había abierto un haz de conflicto con diferentes gobiernos por temas diversos y Lula presentó la opción de pasar la página y generar confianza en torno a una cara diferente del país. Una vez derrotado Trump, su aliado brasileño se aisló de Washington y, con ello, de las pocas relaciones que le quedaban en el mundo.
Por ello, Biden fue de los primeros en reconocer el cerrado triunfo electoral de Lula en las presidenciales de octubre pasado y en cuestionar los intentos golpistas del bolsonarismo: el enemigo de su enemigo era, naturalmente, su amigo.
En febrero, Lula visitó al presidente estadounidense con el fin de mantener su alianza contra la derecha 'trumpista' brasileña que aun tiene mucho peso institucional, militar y electoral en este país.
Pasados los cien días, la luna de miel con Lula por parte de Occidente continúa, pero sus acciones ya han comenzado a generar suspicacias.
La cercanía con China
El principal acto de este arranque de gestión, conocido el 30 de marzo, está representado en la decisión de comerciar con China en la moneda del país asiático (yuan), lo que significa una postura sin precedentes en América latina.
China se ha convertido en el principal socio comercial de Brasil, y el intercambio fijado en yuanes significa no solo un giro más del país suramericano, sino una sacudida geopolítica que puede convertirse en un patrón a seguir para las economías emergentes de América Latina y el mundo.
Esta decisión va en camino de convertirse en un acontecimiento que puede acelerar el debilitamiento del dólar como moneda hegemónica y puede abrir una senda financiera para toda la región.
De la misma forma, Brasil fue incluido en el CIPS (Cross-Border Interbank Payment System), un sistema de pago creado por China que es alternativo al sistema interbancario SWIFT.
Este nuevo estatus de complementariedad económica entre Brasil y China puede catapultar la influencia china en la región de manera irreversible.
Washington respondió con tono respetuoso y diplomático al anuncio de Brasilia: "Cada país es soberano de tomar sus propias decisiones sobre sus relaciones con otros países, incluida China", dijo el portavoz adjunto del departamento de Estado, Vedant Patel.
Pero la preocupación de esta decisión en EE.UU. puede resumirse mejor en las declaraciones del senador Marco Rubio.
"Brasil, el país más grande del sur de EE.UU. en el hemisferio occidental, acaba de firmar un acuerdo comercial con China, según el cual, desde ahora, comerciaran en sus propias monedas, sin tomar en cuenta el dólar. Ambas naciones están fomentando una economía paralela completamente independiente de EE.UU.", dijo Rubio. "De aquí a cinco años no podremos dictar sanciones a nadie con tantos países comerciando con sus propias monedas y no con el dólar, y ya no podremos imponerles sanciones", agregó.
Es posible que la situación interna en Brasil, caracterizada por el riesgo que supone la derecha extrema, así como la propia proyección internacional de Lula, haya permitido hasta ahora evitar resquemores públicos con Washington, a pesar del tenor de esta decisión. Y de varias otras.
A finales del mes pasado, Brasil se negó a firmar una declaración en la Cumbre por la Democracia, realizada en EE.UU., que condenaba a Rusia. Antes, se había negado a vender armas a Ucrania.
Giro completo hacia América Latina
Lula viajó a Argentina para la Cumbre Presidencial de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y allí anunció la creación del Sur, una moneda para América Latina que corta la dependencia con el dólar estadounidense.
Toda una cadena de actos pragmáticos en tan pocos días proyectan una agenda muy interesante para los casi cuatro años que le quedan en el gobierno.
A favor de Bolsonaro (2019-2023) habría que decir que mantuvo, e incluso incrementó, la relación comercial con China. Y a pesar de sus posiciones duras para relacionarse con América latina —se retiró de la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur), debilitó el Mercado Común del Sur (Mercosur) y mantuvo una imbricación agresiva contra el Gobierno de Venezuela—, siguió apostando tras bastidores por sus relaciones con el grupo BRICS, compuesto por Brasil, Rusia, India China y Sudáfrica, que es la mayor apuesta geopolítica de la nación suramericana.
Esto último ha permitido mayor margen de maniobra para Lula, que no ha tenido que rehacer o rediseñar, sino apuntalar el papel del país amazónico en el mundo, especialmente en sus relaciones con las llamadas economías emergentes.
Propiamente, en el tema latinoamericano, Lula ha ido también muy rápido.
La reincorporación de Brasil a Unasur, que se anunció la semana pasada, marca el viraje que está produciendo su política para la región.
Lula no ha tenido que rehacer o rediseñar, sino apuntalar el papel del país amazónico en el mundo, especialmente en sus relaciones con las llamadas economías emergentes.
De la misma manera, su acercamiento con el Gobierno venezolano cataliza el giro izquierdista de los nuevos gobiernos progresistas. Como estos, Lula ha cambiado una narrativa belicosa para adoptar otra que reconoce la Administración del presidente Nicolás Maduro y promueve el diálogo entre las partes en conflicto en el país caribeño.
También visitó Montevideo para tratar de reimpulsar el proyecto de Mercosur, muy debilitado por las fricciones entre sus miembros.
Resulta evidente que en el plano exterior Lula ha movido las fichas mucho más rápido de lo que se pensaba en medio de una especie de nueva guerra fría que recorre al mundo los últimos meses.
Lula también ha reactivado el tema Amazonas y eso proyecta su liderazgo en varios países europeos que habían confrontado la política de Bolsonaro.
Vuelta a la geopolítica
"Brasil ha vuelto", festejó Lula en la celebración por sus primeros 100 días. Es probable que la pugnacidad al interior del país le haya impedido mayor agilidad en la toma de decisión con respecto a cuestiones internas, como la economía por ejemplo, pero resulta evidente que en el plano exterior ha movido las fichas mucho más rápido de lo que se pensaba en medio de una especie de nueva guerra fría que recorre al mundo los últimos meses.
Brasil, la economía más grande de la región, y "el país más grande del sur de EE.UU en el hemisferio occidental" (Rubio 'dixit'), ha vuelto a la geopolítica en estos cien días y ya proyecta un rol protagónico en el desarrollo económico mundial.