Finalmente, con los peores obstáculos que haya tenido que sortear un presidente electo, el 14 de enero fue juramentado como primer mandatario de Guatemala el sociólogo Bernardo Arévalo.
El líder político, desde el primer momento en que sorpresivamente se metió en el balotaje, fue asediado por la fiscal general de su país, Consuelo Porras, quien en numerosas ocasiones intentó negar su triunfo e impedir su toma de posesión. Su partido, Movimiento Semilla, fue ilegalizado por el Congreso saliente, Arévalo recibió amenazas de muerte y las manifestaciones a su favor también fueron criminalizadas por los grandes medios de comunicación.
El Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Guatemala fue allanado por la Fiscalía y las actas electorales sustraídas. En fin, toda una política concertada por parte de lo que él llamó el "pacto de corruptos" que trató de impedir su ascenso al poder político, a pesar de su holgada victoria electoral.
Una vez juramentado Arévalo, los riesgos y amenazas seguramente no van a disminuir.
Pero Bernardo Arévalo ha demostrado que sabe correr la carrera de obstáculos. Fue sorteando cada uno de estos ataques. Logró aumentar su votación desde el 15 % en la primera vuelta, hasta 61 % en la segunda, momento en que arreciaron los ataques en su contra para impedir su triunfo.
Los retos de Arévalo
Hasta el mismo día de la toma de posesión —con personalidades del mundo presentes en el acto protocolar, como el rey de España, Felipe VI; el secretario general de la OEA, Luis Almagro, y un conjunto de mandatarios—, sus adversarios institucionales, liderados por el presidente saliente Alejandro Giammattei, intentaron ralentizar el evento y lograron mantener en vilo al pueblo, quien nuevamente se movilizó hasta el Congreso para presionarle a que entregara el poder, lo que finalmente ocurrió, con retrasos, y con su ausencia.
Una vez juramentado Arévalo, los riesgos y amenazas seguramente no van a disminuir. La inasistencia de Giammattei al acto de posesión dice mucho de su postura desobediente e anticonstitucional.
Es previsible que a Arévalo se le venga encima una férrea resistencia, no solo desde los partidos opositores, que los hay con fuerza, recursos y mayor número de curules en el Congreso —Semilla apenas tiene 23 de 150 escaños y aunque logró la presidencia del ente legislativo por medio de Samuel Pérez, este miércoles, su nombramiento fue anulado por la Corte Constitucional—, sino además con un velado y feroz rechazo por parte de instituciones como el expuesto por la fiscal en cuestión, quien estaría en el cargo hasta 2026, aunque el nuevo presidente ya ha dicho que pedirá su renuncia.
Legalmente, la fiscal no puede ser removida por el presidente y las multitudinarias movilizaciones exigiendo su dimisión no han doblegado su voluntad. Así que, esta pugna, significará uno de los principales flancos de la nueva administración.
Con la decisión del miércoles, el Constitucional supone otro flanco que, de seguir agrietado, podrá poner coto no solo a las actuaciones del presidente, sino incluso a su investidura.
La fiscal no puede ser removida por el presidente y las multitudinarias movilizaciones exigiendo su dimisión no han doblegado su voluntad.
Los factores de poder fáctico en Guatemala tienen muchos intereses que perder y la salida de la fiscal puede tener para ellos un alto costo, debido al maridaje entre la corrupción, el clientelismo político y el narcotráfico que han sido objeto de denuncias y sanciones de parte de varios actores internacionales.
Arévalo es aún un actor débil que va a tener que enfrentarse a toda esta estructura de poder y corrupción que va a hacer lo imposible, ya lo han comprobado, por entorpecer su gestión, intentar deponerlo y volver al poder político.
Mucha expectativa para el poco tiempo
Además de eso, Arévalo no tiene mucho tiempo de maniobra. Su gobierno tiene fecha de caducidad de cuatro años, y la reelección está expresamente prohibida.
En este breve tiempo, van a tratar de atarlo de manos tanto desde adentro del Estado (Congreso, Corte Constitucional, Fiscalía y otras instancias) hasta los poderes fácticos, territoriales, la delincuencia, el narcotráfico y los medios de comunicación, conectados por un velado vínculo que lucía sólido hasta que aparecieron Arévalo y Semilla.
Los mismos actores van a intentar poner al presidente a la defensiva para que ocupe su tiempo más en luchar por mantenerse en el poder que por desarrollar políticas de gestión para cumplir con su oferta electoral y las elevadas expectativas del pueblo.
Arévalo no tiene mucho tiempo de maniobra. Su gobierno tiene fecha de caducidad de cuatro años, y la reelección está expresamente prohibida.
Pero el movimiento que llevó a Arévalo al poder político es uno que tiene al menos desde 2015 en las calles de Guatemala, deponiendo presidentes y luchando por un cambio social profundo. Esta es quizá la mayor fortaleza con la que cuenta su persona y, si sabe liderar este movimiento, tendrá en él un aliado de primer orden que puede servir de contención contra sus enemigos y de palanca para conseguir objetivos de transformación social.
Sin embargo, este pilar podría erosionarse, ya que es un movimiento que cuenta con altas expectativas de cambio que serán de difícil cumplimiento en las condiciones actuales. Los movimientos indígenas, por ejemplo, que han sido protagonistas en la lucha contra la corrupción y en el ascenso de Arévalo, tienen unos reclamos históricos de compleja ejecución en el breve lapso que posee.
De la misma forma, existe una deuda social con los movimientos campesinos y urbanos, sumidos en la pobreza y la exclusión. Incorporarlos a la vida pública, de manera digna, también le costará otro tanto. Todo esto rodeado de una gran esperanza de la población en general por mejoras económicas fehacientes. Por lo tanto, su gestión va a tener problemas para cumplir con todo lo que la sociedad guatemalteca desea de este nuevo período que ha comenzado esta semana. Si los sectores populares movilizados no tienen la suficiente paciencia y Arévalo no sabe mantener un alto grado de comunicación con estos, pueden comenzar a resentirse y disminuir su apoyo.
Los movimientos indígenas, que han sido protagonistas en la lucha contra la corrupción y en el ascenso de Arévalo, tienen unos reclamos históricos de compleja ejecución.
Como punto a favor, la comunidad internacional le ha apoyado de manera contundente. En pocas ocasiones hemos visto tal nivel de cohesión entre diferentes tendencias ideológicas de América Latina a favor de su posesión como presidente y para que no se le coarte su desplazamiento político. Actores tan disímiles como Almagro y el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, han saludado su triunfo y han hecho peso para que se le permita gestionar el poder.
Gestión a dos aguas
Para desarrollar su gobierno, Arévalo tiene que jugar a dos aguas. Por un lado buscar consenso y diálogo con sectores opuestos, porque gobierna en minoría legislativa. Tendrá que corroborar que no viene con ínfulas de venganza, ni que viene a hacer grandes revoluciones que polaricen más la sociedad guatemalteca. Pero por otro lado, si Arévalo no interpela o no continúa el proceso de transferencia de poder hacia los sectores sociales que lo han apoyado, y si no empuja con fuerza la exigida transformación social, entonces podría comenzar a perder apoyo entre sus seguidores.
Todo esto estará por verse los próximos tiempos en los que no parece que cese la crispación.