San Petersburgo: preparativos de viaje
La verdad es que la situación ya estaba empezando a hartarme. Y no era la primera vez que ocurría… A poco de conversar con algún(a) reciente conocido(a) surgían las preguntas elementales de rigor:
- ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en Moscú?
Yo:
- 7 meses.
- ¿Y qué conoces de Rusia? ¿Adónde has ido?
- Para serte sincero, sólo he estado en Moscú.
Y ahí, el mazo, la contra respuesta demoledora:
- Entonces, NO conoces Rusia. Rusia NO ES Moscú.
Claro, Rusia no era Moscú, pero cuando escuchaba la frase me sentía apesadumbrado. Sabía que mi interlocutor(a) tenía razón: uno no conoce Argentina con ir únicamente a Buenos Aires; Brasilia tampoco es Brasil y Colombia es algo mucho más vasto que Cali. Eso es tan evidente como decir que el hielo es frío.
Sin embargo, igualmente intuía en ese planteamiento que se me estaba catalogando como un conformista y un simple que se dejaba engatusar por las maravillas capitalinas, sin adentrarse –por pura pereza- en el encanto propio de la tradición o la magia de la ruralidad.
De todas formas, me daban muchas ganas de explicarle a mi compañero(a) de diálogo que no me resultaba del todo fácil:
comprar un boleto de tren o avión, viajar y llegar a una ciudad o pueblo X de Rusia para luego recorrerlo y tratar de comunicarme (y sobrevivir) con mi escaso conocimiento de la lengua, el que se empinaba a lo más a logros como pronunciar de manera insegura y tartamudeante cosas del tipo: “Hola”, “Buenos días”, “Gracias”, “¿Cuánto?”, “Rojo”, “Bonita”, “Cigarrillos”, “Papas”, “Carne”, “¿Cómo te llamas?”, “Cenicero”… e “Iván es mi amigo. Mi amigo se llama Iván Ivanóv”.
Cual célebre monje shaolín
Era una forma de justificarme claro, pero también una indecencia: al fin y al cabo, si no había avanzado nada en el aprendizaje del ruso era sólo por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
¡Basta! Debía decirlo. Fue por ello que decidí –como se dice- tomar el toro por las astas y poner punto final a la situación. Al menos, en parte: eso de “conocer” Rusia, lo sabía, era algo quimérico. ¿Sabes usted, estimado(a) lector(a) que este es el país territorialmente más grande del mundo? A pesar de ello, si algo podía poner de mi parte, trataría de expandir los grados de amistad que tenía con la geografía de la Federación.
Debía llegar a como de lugar a una región que no fuera Moscú.
Aunque me costara y mucho.
Y si tenía que caminar, lo haría. Incluso “más que Kung fu”.
Una decisión (o quizás dos)
Priviet, mamá:
¿Cómo has estado? Espero que bien de salud y en todo lo demás. Ahora que estoy un poco lejos ese tipo de temas me importan más. Así es que cuéntame al respecto. En fin, ¿qué tal van las cosas por allá? ¿Alguna noticia interesante del país? Bueno, te cuento: me voy de viaje. Tengo pronto una semana libre y creo que es hora de incrementar mi conocimiento del país. Y para que no digas que sigo siendo un adolescente despreocupado que hace todo de manera improvisada puedo decirte que ya tengo todo preparado.
Efectivamente, salgo en unos 10 días. Creo que partiré el 7 u 8 de junio. Elegí como punto de destino una ciudad de gran importancia histórica acá, fundada por el Zar Pedro El Grande a comienzos del siglo XVIII y que fue capital del imperio ruso por más de dos siglos. Además, vi en la página de Internet de un canal televisivo ruso un documental muy interesante sobre el río Nevá y sus mágicos puentes levadizos. Creo que se llamaba “Los puentes del Amor”. Si no me equivoco la ciudad es conocida como “la Venecia del Norte” por su belleza y romanticismo. Ya estoy un poco viejo para eso de las aventuras románticas, pero dar una vuelta por allá de seguro me hará bien. Te envío el link de una nota periodística que dice mucho sobre su relevancia actual en el ámbito turístico europeo (http://www.elconfidencial.com/tendencias/san-petersburgo-nueva-venecia-20100105.html).
Está también lo de las “Noches Blancas”, las que creo son precisamente en esta época.
La decisión, entonces, está tomada: me voy a San Petersburgo.
Te escribo pronto y envío fotos.
PD: Debo viajar en barco por el río Nevá y ver sus puentes: DEBO hacerlo. Esa es mi misión principal en San Petersburgo. Si no lo hago... creo que debo suicidarme.
Un abrazo.
Cuídate, mamá.
Consideraciones intercontinentales
En un país tan grande y complejo como Rusia es muy recomendable acoger los consejos de sus habitantes, los que –por lo general- no están contaminados del espíritu socarrón y, no pocas veces, malintencionado que anima a los latinoamericanos en situaciones parecidas. Aunque pueda resultar incomprensible para los nativos de un país desarrollado ello puede llegar al extremo de que si un extranjero consulta la ubicación de una calle, su contraparte puede enviarle justamente en la dirección contraria. ¿Para qué? Sólo con el fin de lograr una equívoca sensación de superioridad o, incluso, únicamente por el insano placer de hacer el mal.
Por supuesto, es imposible generalizar, pero no es un fenómeno aislado. Es más, le pido a cualquier lector latino que me indique claramente si falto a la verdad respecto a que en cuanto advierten que es un foráneo quien ha subido a su vehículo los taxistas le llevan por las rutas más intrincadas con tal de sacarle más dinero por el viaje. ¿Miento?
Afortunadamente, estas situaciones son un tanto diferentes acá.
Sobre la base de estas constataciones, hice caso al consejo de un ruso solidario. “Anda en tren rápido y en un par de horas estarás allá. Verás mucho más que desde un avión”.
Y así sería.
A decir verdad, tenía bastante curiosidad por saber que era un “tren rápido” en estas latitudes porque:
i.- El concepto mismo de “rapidez” se “auto supera” día a día; y
ii.- Si los rusos eran pioneros en la conquista espacial debían saber por más de dos siglos de viajes veloces... y singulares.
“Francisco, soy ruso...”
Debía aprender a valérmelas por mí mismo durante mi estadía en Rusia. Era un hecho. Sin embargo, mi incapacidad para ello era impresionante. ¿Qué podía hacer? ¿Llamar a una compañía ferroviaria y decir: “Buenas tardes ¿me podría decir cuánto cuesta un pasaje de ida y vuelta a San Petersburgo para el día XX de este mes, en lo posible de un tren que salga antes de las 5 de la tarde y con un asiento que de a la ventana? Eso acá además de ser impresentable… era desquiciado.
No me quedaba otra. Estaba de nuevo a merced de los favores. Por eso, le pedí a un amigo que me comprara el pasaje y consultara por Internet y luego vía telefónica la disponibilidad de una habitación de hostal económica para quedarme 6 noches en la ciudad. No pedía gran cosa: una cama, una mesa para mi notebook, una TV y baño. Esa era una de las ventajas de ser un hombre soltero y sin hijos: poder viajar cuando se quiere y a precios módicos. ¿Las desventajas? Muchas... pero eso da para otro escrito.
El teléfono móvil sonó a los 15 minutos. De fondo, “Mr. Jones” de Sui Generis.
- Bien, ya está tu pasaje. Sales rumbo a San Petersburgo a las 16:45 del 8 de junio desde el terminal de trenes "Leningradsky Vokzal". Yo creo que deben ser unas tres horas y media o a lo más cuatro lo que toma llegar. 4.275 rublos cuesta el pasaje. Clase económica. De todas formas, tienes suerte: vas a conocer los trenes de alta velocidad “Sapsán”, recientemente estrenados y los que -hasta donde sé- son los más veloces hoy en Rusia.
- ¡Wow! ¡Eso sí que está genial! Y dime: ¿sabes cuánta es la distancia entre Moscú y San Petersburgo?
- No lo sé muy bien. ¿700? ¿800 kilómetros? Bueno, también reservé para ti una habitación de hostal muy, muy, ehhh, muy, como se dice... “Cheap” ¿cómo se dice “Cheap” en español?
Me acordé de “Cheap Trick”, la gran banda de Robin Zander.
- Barata.
- Eso, barata. 2100 rublos por toda tu estadía. Además, está a una calle del Metro Mayakovskaya, en pleno centro. No creo que puedas estar mejor para conocer la ciudad.
- ¿Mayakovskaya? ¿Y porqué se llama así? ¿Por Mayakovsky, el poeta?
- Exacto.
- ¡Fabulous! Ese es el lugar donde me gustaría estar. ¡Gracias, Anatoli! ¡Te pasaste!
Silencio.
- ¿Qué? ¿Adónde me pasé?
Otro silencio.
- Disculpa. Es una expresión que usamos “allá”. Es como decir: “eres un tío excelente”.
- Vale. Gracias.
- Y dime: ¿quieres que te traiga algo de San Petersburgo?
- Francisco, soy ruso... No es necesario.
No nos pisemos la capa entre superhéroes
Tenía razón.
La situación era algo así como si un moscovita estuviera en Santiago y ofreciese traerme fotos de Valparaíso, puerto cuyo denominado “casco histórico” constituye parte del Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO. Probablemente él volvería fascinado con el encanto arquitectónico de la ciudad, sus cerros y lanchas en la bahía, la exquisita comida y bebidas típicas que pueden degustarse en los restaurantes y bares tradicionales engalanados por los cantantes populares y la bohemia de antaño. Sin embargo, si el me viniera a ofrecer un “souvenir”, le miraría extrañado. Le agradecería, claro, pero le recomendaría guardarlo como regalo para alguna guapa señorita rusa. Es que pese a haber nacido en Santiago de Chile, yo Valparaíso lo conozco bien y desde pequeño. Entonces ese “no es necesario” de mi amigo moscovita era completamente válido. ¡Ofrecerle “algo” de San Petersburgo! ¡Sí, claro!
(Continuará…)
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.