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Leonard Cohen en Moscú

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Leonard Cohen en Moscú

No son pocas las cosas que me gustan de la capital rusa. Una de ellas es su contundente y variada oferta cultural. Para un extranjero, es cierto, acceder a los espectáculos en cartelera puede requerir del “apoyo logístico” de algún(a) conocido(a) o amigo(a). Eso es perfectamente comprensible: cosas elementales como conocer la fecha y lugar exacto en donde se realiza el evento, llegar a destino[i], comprar el respectivo billete de entrada y, finalmente, entender las instrucciones de los guardias y acomodadores, esos asuntos triviales resultan mejor “con una pequeña ayuda de mis amigos”. Después, a instalarse con comodidad en la butaca y dejarse llevar por el arte y el entretenimiento ruso o internacional. “Coser y cantar”, como se dice.

No sólo de pan vive el hombre. Ignoro quien es el autor de tamaña genialidad, pero adhiero a ella en un 100%. Por tal razón, cultivo algunas aficiones con el fin de que mi paso por el mundo sea grato y, en lo posible, resplandeciente.

Una de ellas es la música. Soy un melómano empedernido y me cuesta imaginar el mundo sin su bendición. También me apasiona la lectura y las películas. Eso implica que de recibir adecuados estímulos a nivel auditivo y visual todo funciona de maravillas. A muchos se interesan por los sabores u olores: para mí son algo secundario, incluso prescindible[ii]: Respecto al tacto, me he preguntado si no tendré la epidermis malograda por completo pues no siento nada. Lo mío es el OÍDO Y EL OJO, o EL OJO Y EL OÍDO, según sea de donde se mire.     

Leonard Cohen en Moscu

Fue por tal razón que cuando vi el afiche del recital de Leonard Cohen me emocioné y mucho. Esto, sin embargo, requiere algunos datitos extra.

Descubriendo al grande

Sucedió en el ´97. Llevaba pocos meses como estudiante de  Periodismo y ya me había hecho de un par de camaradas, algo esencial para un chico que enfrenta de la noche a la mañana los estudios superiores. Eduardo, músico de 22 años, me pregunta un día “Pancho ¿conoces a Leonard Cohen?”. “No. No he escuchado nunca ese nombre. ¿Es cineasta? ¿Escritor?”. “Bueno, sí, escribe… pero me interesa que escuches sus canciones”. “Ok. Démosle”.

A la tarde siguiente, todo transcurría normal. Era primavera. En mi habitación se colaba un aire frío. Cerré las ventanas y me recosté, no sin antes poner en mi radio el casete –por entonces, esos jurásicos objetos aún se empleaban en mi país- que me había pasado Eduardo. Con letra manuscrita tenía la siguiente inscripción: “The Best of Leonard Cohen”.

Veamos, me dije.

Por aquel entonces yo le daba al escurridizo y anfetamínico rock estadounidense o inglés de los ´70 y ´80, y he aquí que, de un momento a otro, me veía enfrentado a esto:

Aún no olvido aquella conmoción. Con mis relativamente elementales conocimientos de inglés podía comprender algo la letra a medida que avanzaba. ¿Aquello era una canción, un relato o un poema…? ¿O las tres cosas... y mucho más?

Una a una, las composiciones se sucedían.

Fui cayendo en una suerte de hipnosis. Aquel mundo era nuboso y estaba predispuesto a la tormenta. Se me estaba contando un secreto vital y en forma de susurro.

En cierto instante, aquel extraño personaje comenzó a cantar en francés y luego unas voces femeninas como salidas de las entrañas mismas de la tierra repitieron su críptico mensaje. Era “The Partisan”. El murmullo era el mismo, idéntica la desnudez. Todo muy oscuro, inexplicablemente oscuro[iii].

 

Leonard Cohen

De pronto, lo inesperado: me fui hundiendo en el sueño. No obstante el letargo, mi cuerpo estaba casi paralizado. Era como el segundo previo a ser fulminado por un rayo. No estaba en este mundo: eso era obvio.

El sonido seguía llegando como una avalancha. A la altura de “Famous blue raincoat” estaba inmovilizado. Por completo. Sentí un mareo indescriptible. Cohen, con su voz desgarrada, seguía con cosas del tipo: “Si alguna vez vienes por aquí, ya sea por Jane, o por mí/ tu enemigo estará durmiendo/ y su mujer es libre…”. Eso era el limbo: no podía ser otra cosa.

Minutos antes del fin del disco-“Who by Fire”-  caí rendido y no supe más. Cuando desperté, intuí lo sucedido: me había enfrentado, cara a cara, a un pesimismo negro rodeado de flores. Y había salido muy mal parado. ¡Dios! ¿Quién había logrado eso? “Leonard Cohen”, releí. “Deberé acordarme de ese nombre”.

Leonard Cohen - libros en ruso

Y así sucedió. Tal como nos acordamos de nuestra “primera vez” en muchas cosas, nunca pude olvidar a aquel hombre que me había mostrado el fin de la inocencia. De manera categórica, brutal. Así, simplemente: con una guitarra y su voz. Es decir, el fuego.

Moscú, 2010

**** Dadas así las cosas, cuando esa mañana de fines de agosto vi a la salida del Metro Novokuznetskaya la gigantografía con la foto de Leonard Cohen me detuve en seco, haciendo caso omiso de los incontables transeúntes que caminaban frenéticos a su trabajo. La imagen le mostraba con el sombrero negro con el que se le ha visto en los últimos años y frente a un micrófono. Había unas letras en cirílico que me permitían inferir que era  su nombre y otras que decían 7 de octubre. Tras eso, una convulsión de “inteligencia” sacudió mi cerebro: “¡VIENE LEONARD COHEN! Leonard Cohen en Moscú! ¡Por mi santa madre! ¡Gloria al que reina en las alturas! ¡Gracias, Señor, por favor concedido!”

A partir de ahí, conté los días cual si fuera un preso.

Página 127, Diario de Vida

14 de septiembre. Hoy conocí un gran centro comercial donde venden artículos electrónicos. Es ENORME. Hay un sinfín de tiendas de música y Dvd´s. Compré una recopilación de Phil Collins y 3 discos de rock soviético –supongo que eso es por la imagen ochentera de las bandas-. Como pasa a menudo, el vendedor no me entendió y terminé indicándole los discos con el índice derecho. Creo que el mercado se llama “Gorbushka”, aunque puede que me equivoque ya que todavía me cuesta mucho asociar la mayor parte de las palabras rusas con algo que exista en español y me permita mantenerla retenida. Eso me permite colegir que las vitaminas para la memoria que compré parecen no funcionar, aunque no lo harán si frecuentemente olvido tomarlas. Ah, y Leonard: faltan sólo 23 días. ¡Lo podemos lograr! ¡Fuerza, compañero! ¡Ese día llegara! ¡Hasta la Victoria, siempre!”.

Hay cosas más importantes en la vida, pero bueno…

¿Qué me pongo? ¿Jeans, zapatillas, polera y una chaqueta negra delgada? Nunca he ido a un concierto en Moscú. ¿Cómo será eso? Los rusos son bastante formales ¿es posible que la música les desordene? De todas formas, Leonard Cohen no es rock: eso debes tenerlo presente. O sea, sí lo es, pero una suerte de “rock poético”. Otra cosa: esto va a ser en el State Kremlin Palace. Eso es muy distinto a un estadio de fútbol para el disfrute de una turba de aficionados al ruido. Ponte serio. Debes dejar bien puesto el nombre de Latinoamérica en un concierto en donde, seguramente, no habrá muchos latinos. Ya. Vístete con unos jeans, plancha una camisa y busca esa chaqueta de cotelé que algo de prestancia te da. Y zapatos. ¡Zapatos: no zapatillas! Mira que harto difícil la tendrán los guardias del Kremlin si se les ocurre hacer un “Face control”. “¿Y éste de dónde salió?”, es lo menos que se preguntarán. No es que vayas a parecer muy elegante… pero haz el esfuerzo.

ЛеонардКоэн

El 19 de septiembre de un “año común” de acuerdo con el calendario inventado por el Papa Gregorio XIII quien suscribe se dirigió al (casi pantagruélico) centro comercial de artículos electrónicos Media Markt. En el lugar compró[iv] los CD`s: “Songs from a Room”, “Songs of Love and Hate”, “New Skin for the Old Ceremony”,“Recent Songs”, “Various Positions”, “The Future”, “Field Commander Cohen” y “Live in London” del poeta, novelista y cantante canadiense Leonard Cohen. De esta manera, agregó los volúmenes a su colección, pasando a contar con poco más del 85% de la discografía oficial del músico. El sujeto advirtió que la oferta existente se había incrementado con títulos que no estaban meses atrás. Los precios también eran mayores. Igualmente se dio cuenta de que las placas estaban agrupadas bajo un letrerito con el nombre del cantante en ruso; es decir, ahora tenía una categoría específica para su material.

Leonard Cohen ya estaba en Moscú… o casi. Eso concluí.

“Leonard Cohen: Live at the State Kremlin Palace”

Su sombría literatura y concepción de las relaciones humanas se expandían por el Teatro, envueltas en unas melodías y arreglos instrumentales que probablemente situaban a su banda como fiel exponente de lo que se ha convenido en llamar “calidad musical”. Todo era perfecto, sospechosamente perfecto. Se notaba la madurez, la férrea conjunción de caracteres y talentos y las infinitas horas de trabajo. Extrañamente, todos lucían modernos y nada anacrónicos. A pesar de eso,  la imaginación no podía sino que deslizarse a otros siglos en los que la música era un tributo a los dioses. Había una cierta atmósfera de atemporalidad -¿inmortalidad?- en aquel escenario. Los segundos parecían suspendidos.

Los moscovitas, por su parte, se daban perfectamente cuenta de eso.

Cohen cantó… y encantó. Así, además de pasearse por un repertorio que incluía sus primeras composiciones de fines de los 60 y comienzos de los 70 –es decir, la mayor parte de sus clásicos- también interpretó algo de su obra de esta década, pasando por sus temas famosos en las radios destinadas a eso que se llama “el adulto joven”.  

A esas alturas del partido, Cohen ya no tenía nada que perder… ni que demostrar. A sabiendas de ser una leyenda viva de la música popular, pisaba terreno conocido. Con una vitalidad admirable para un hombre de 76 años se paseaba por entre sus músicos, cantaba de rodillas en los momentos de éxtasis, daba algunos saltitos por aquí y por allá, cantaba versos a las chicas del coro poniendo cara de muchacho melancólico e incluso no escatimó en elogios a la hora de presentar a su banda. También se dio el lujo de dejar entrever ese fulgor maligno –demoníaco, diríase- de los tiempos en que concibió uno de sus himnos más ácidos como “First we take Manhattan” del celebrado disco “I´m your man” (88).

En medio de la oscuridad de un teatro en el que no había fuegos artificiales ni muñecos inflables de ningún tipo, podían percibirse numerosos flashes fotográficos.

Cohen ya no tenía nada que perder… ni que demostrar

Los asistentes eran en su mayor parte fanáticos acérrimos del cantautor, lo que se advertía claramente al escucharles seguir en inglés la letra de las canciones, primero con cierta timidez, pero poco a poco con total desenvoltura.

Sólo con los instrumentos de su arte, Leonard Cohen fue conquistando en menos de una hora a los moscovitas: al finalizar el primero de dos bloques el público estaba rendido a los pies de este misterioso y enigmático canadiense que visitaba por primera vez la capital rusa y tal vez –no es descabellado pronosticarlo- por única y última vez.

Poco antes de ir tras bambalinas, el intérprete pronunció unas sentidas palabras, comentando que estaba muy contento de estar en Moscú y que es algo que había deseado por muchos años.

En el intermedio, las escaleras y salones del State Kremlin Palace se repletaron. Mientras algunos se disponían a ir a los servicios, otros iban por un refresco o a fumar en los espacios habilitados. Un observador desapasionado podía constatarlo: la fiesta estaba buena y nadie quería que le devolviesen el dinero de su entrada.

Al volver al escenario, Cohen tuvo uno de sus breves –y por ello celebrados- momentos de humor blanco. “Gracias a todos por no haberse ido…”, dijo a los asistentes. Acto seguido, vino una intensa seguidilla de su repertorio más conocido, incluyendo la ya universal ‘Hallelujah’, ‘Sisters of Mercy’, ‘So Long, Marianne’ y “Take this Waltz”, esa hermosa canción inspirada en “Pequeño vals vienés” del libro Poeta en Nueva York Federico García Lorca (tal es la devoción del septuagenario intérprete por el destacado autor español que bautizó a su hija Lorca Cohen).

Tras algo más de dos horas de concierto y cerrando con “Closing time” Leonard Cohen había cumplido su sueño de cantar en Moscú y los asistentes el suyo de verlo en casa. La rotunda ovación que se llevó del público fue el broche de oro de una actuación singular, sobre todo si se considera el dato no menor de que no estaba incluida en el plan original de presentaciones del 2010, sino que se agregó en la marcha por razones -¿el deseo del artista?- no reveladas. Cohen y su banda se marchaban para seguir su ruta a otro país en donde seguirían su primera gira en quince años.

En el escenario, como muestra inequívoca de una noche llena de belleza y sentimientos, yacían algunos ramos de flores dejados por admiradoras del cantante, las que en los últimos minutos se habían levantado de sus asientos para acercarse y disfrutar lo poco que quedaba de show.

Llega el fin. Cohen desaparece entre las sombras y el eco de los aplausos y se sumerge en un lugar desconocido–otro espacio, si se acepta la metáfora-. A sus espaldas, las intérpretes del coro recogen los arreglos florales y se despiden llenas de felicidad.

Nadie, sin embargo, lo tomó a mal. Al contrario, concluida esa intensa sesión de categoría y virtuosismo, al maestro ahora se le permitía todo. Todo: incluso el pecado de “venir de vuelta”, como se acostumbra a decir: si antes era el poeta quien ofrecía flores… ahora él - el legendario- es su destinatario. Extraño ¿no?

Dobry vecher, Leonard Cohen!


[i] A veces es complejo moverse en una ciudad tan grande Moscú y cuyas señales viales identificatorias obedecen a una lógica singular que incluso es capaz de confundir en algunas ocasiones a los mismos moscovitas

[ii] Eso de gozar de la “buena comida” no es algo que esté en mi concepción del Universo. Si por mí fuera sólo ingeriría pastillas alimenticias. Además, eso de sentarse en una mesa a meterse cosas en la boca con unos extraños instrumentos de metal me parece tan fabulosamente incomprensible como que millones de personas sigan a un ser humano que corre tratando de alcanzar un “marco rectangular formado por dos postes y un larguero, por el cual ha de entrar el balón o la pelota para marcar tantos”.

[iii] Algunos días después busqué la letra en Internet y encontré esto: “Los alemanes estaban en mi casa/ Me dijeron que me identificara/ Pero no tengo miedo/ Retomaré las armas/ He cambiado de nombre un centenar de veces/ He perdido a mi esposa y a mis hijos/ Pero tengo algunos amigos…”.        

[iv] Adquirir música en Moscú es bastante económico y también pueden encontrarse ediciones de lujo (realmente de lujo) aunque a precios más elevados y probablemente no al alcance del grueso de la población. Sin embargo, música -y de la buena- hay y muy barata. 

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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