- ¿Que, qué…? ¿Qué pagaste 1.300 rublos por ver un viejo búnker? No puedo creerlo… ¡Eso es mucho dinero, Francisco! Tú me vas a perdonar, pero a veces creo que eres un poquito idiota.
- No te preocupes: me han dicho cosas peores en la vida. Y me han pasado otras terribles. A propósito, ¿te ha mordido alguna vez un perro callejero? ¿No? ¿Y tres distintos? Menos aún, ¿no es cierto…?
Nadezhda estaba indignada. Nos conocíamos desde hace unos meses y ya estaba harta de mis historias turísticas de estilo “new rich” que siempre implicaban un desembolso monetario para ella desmedido e innecesario. Y, ante todo, absurdo. Estaba segura –y así me lo decía- que en Moscú existían atractivos interesantes que no requerían el gasto del más mínimo rublo. Tenía razón. Pero como yo andaba por la ciudad como niño en tienda de dulces, si debía gastar mi dinero con tal de acceder a aquello que me parecía insólito lo hacía: no todos los días uno viaja un día en avión y llega a residir a la capital de otro país ubicado en otro continente y más aún si, por casualidad, este se llama Europa.
- Mira, darling, nunca he visto un búnker nuclear y si no lo veo aquí no lo voy a ver nunca más in my whole life. ¿Has escuchado alguna vez eso de “esta es ‘tu’ oportunidad en la vida. No la desaproveches”?
- Sí, sé algo de eso. Recuerdo que me lo enseñó María, mi profesora de español.
- Probablemente, para ti esto es menos novedoso que un clavo para un martillo, pero en mi caso es distinto: no hay nada así en Latinoamérica o al menos que yo sepa. Museos de la memoria por víctimas de dictaduras sí que hay, pero búnkeres nucleares me parece que no. De todas formas, tú ya lo debes haber visto ¿no? No sé que saco hablándote de esto, pues eres moscovita y has pasado toda tu vida acá. Lo conoces, ¿verdad?
No…
- No.
- ¿Cómo no?
- No.
- A ver, ¿sabes lo que quiere decir “no”?
- Sí.
- ¡Vaya, vaya! Bueno, de haberlo sabido te habría propuesto que fuéramos juntos.
- Prefiero ir al cine.
- Hecho. Y con esto termino: si pago tal cantidad de rublos es porque eso vale la entrada y a mí me interesa ver ese búnker. Por cierto, el precio subía al doble para los extranjeros, pero eso para mí no es una tragedia. Hasta lo encuentro un poquito obvio. Si quieres ver, paga… Ahora una joya y te la regalo: “para ser bella hay que ver estrellas”. Es algo como eso. Y yo desde pequeñito que quería conocer un búnker ya que tengo imágenes nucleares en el cerebro desde un momento más o menos indeterminado. Que eso sea normal o no, es otro cuento. Además, y me permito recordártelo, soy periodista y una de las nociones básicas que te enseñan en la Facultad de Periodismo es que debes reportear en el lugar de los hechos y tratar de acceder a las fuentes primarias. ¿O quieres que reportee mirando el Discovery Channel?
- ¿Te habían dicho que eres muy…? ¿Cómo se dice…? ¿Des…? ¿Des…?
- ¿Desagradable?
- Eso.
- No es la primera vez que lo escucho. Por cierto, ¿te conté de cuando me corté el dedo índice derecho con un cuchillo cocinero de cerca de 20 centímetros mientras trataba de hacerme un sándwich con queso?
Principio de fusión
El bunker-42 fue construido por orden de Stalin en 1956 en el céntrico distrito moscovita de Taganka.De acuerdo con la información que brindan sus actuales administradores (una empresa privada) la construcción abarcó una superficie de más de 7.000 metros cuadrados. Durante más de 30 años y en un secreto riguroso se mantuvo en funcionamiento y con todo preparado en caso de registrase un ataque nuclear en la capital rusa. Uno de los aspectos esenciales de su actividad era el mantenimiento de las líneas comunicativas. Cabe destacar que la gigantesca instalación contaba con los suministros necesarios para varios meses.
Concluida la Guerra Fría –hasta hoy no existe un consenso de los historiadores respecto a la fecha exacta en que esto sucedió, pero se suele situar en las postrimerías de la década de los 80- el bunker perdió, por así decirlo, su razón de ser, y cayó en el desuso y el abandono. Eso hasta 2006 cuando tras una subasta pública fue adquirido por manos ajenas al Estado, las que sacaron el polvo del decaído refugio y lo revistieron de brillo turístico.
Por estos días, se ofrecen tours guiados por el interior de este gigantesco topo bélico. También es posible visualizar un poco la realidad soviética de aquellos años, al punto de que se le permite al visitante fotografiarse con armamento de guerra y vestir uniformes militares o “acomodarse” una máscara antigas en la cabeza.
La propuesta principal del complejo es constituirse en lo que se presenta como un Museo de la Guerra Fría. Iniciativa loable, que duda cabe, pero un tanto ambiciosa… ¿Existe (o existirá) acaso algún museo que pueda reproducir todo lo complejo de aquel periodo histórico en el que por poco la humanidad termina aniquilándose con algo tan simple como presionar unos “botones de colores”? Me parece que no. Si se me permite la broma, sólo basta decir que los puros sueños destructivo-etílicos del presidente Nixon ya dan por si solos para un museo de tamaño considerable. Entonces, meter toda la Guerra Fría en uno es un poco mirar demasiado alto.
Pero de que la idea es buena… es buena.
Tierra en los pies (¿o viceversa?)
Por cierto que la Guerra Fría terminó hace mucho tiempo. Por eso, sólo pensar que bajo las calles que estaba recorriendo con mi amiga Polina había un refugio subterráneo construido con miras a un eventual conflicto planetario cuyos protagonistas eran EE. UU. y la URSS resultaba muy difícil de concebir.
Sin embargo, tal fue el panorama hasta hace un par de décadas. Hoy, nada: gente caminando y haciendo sus compras. Todo normal.
Por la vereda de enfrente del búnker hay una pequeña iglesia. Las calles son muy sólidas, sepa o no uno lo que se extiende bajo tierra. De todas maneras y para serles francos, creo que no es posible vivir pensando todo el tiempo en lo que esta debajo de tus zapatos… o sobre tu cabeza. Y eso vale inclusive para tu visión sobre el devenir de la humanidad. De hecho, hoy parece fácil echarle la culpa de todo lo malo que pasa al “otro”, partiendo por las –últimamente- muy famosas “conspiraciones masónicas”,“judías”, o made in USA, todo lo que puede aplicarse incluso al atropellamiento de un perro… Personalmente, veo aquí algo fundamentalmente evasivo. Es no hacer bien el trabajo y nada más: mientras alguien anda por ahí “denunciando” a los “conspiradores”, éstos siguen haciendo de las suyas día a día. Es que se necesita otra cosa: que la palabra vaya acompañada de acción. En todo caso, mis ambiciones de salvar a la raza humana son bien modestas: al presente, prefiero quedarme detenido al lado del camino mirando la belleza de una flor… Y olvidarme de que su nacimiento pueda deberse a una “maquiavélica confabulación del HAARP”. No soy ni Batman ni Robin: a lo más un romántico (y soñador) viajero.
Aunque no estamos escapando del tema.
¿Dónde está el cigarro de Winston Churchill?
A la entrada del búnker, un portón verde con una gran estrella roja. Ingresamos. Comienza el tour.
Poco a poco, van llegando los participantes. Lo reconozco: me había formado una idea diferente: que el grupo iba a estar constituido casi en su totalidad por extranjeros de la más variada índole, además de los típicos turistas de ocasión. No obstante, para mi sorpresa no fue así: de pronto, me vi en medio de una fila de rusos y rusas, los que escuchaban más bien despreocupada y risueñamente lo que decía Alexei –pongámosle un nombre para efectos narrativos-, el guía que nos llevaría por los pasadizos de esa fortaleza que conocía tan bien.
¿Qué hacían ahí? ¿Sería esto algo extraño para ellos? Conjeturé lo siguiente: aún existían zonas del pasado soviético que ni los mismos rusos conocían… y por eso estaban ahí. En pocas palabras: esto era tan nuevo para ellos como para mí. Íntimamente, me preguntaba cómo era posible que la gente local pasara por alto tanta maravilla histórica. No obstante, pronto caí del cielo: ¿conocía yo acaso algo tan simple como mi ciudad natal? No, ni siquiera el cinco por ciento. Así es que me recordé aquello de no mirar la paja en el ojo ajeno… y pensé en otra cosa.
La cita era a las 19 PM. A las 19:02 había salido a escena Alexei. Rostro de ruso y ademanes de ruso. “Él debe ser ruso”, pienso en un arranque de genialidad. Y cuando habla en ruso… me doy cuenta, sin duda, de que es así. Me quedé petrificado. ¿Y es que en este tour no habrá un traductor al inglés? ¿No había nadie que tuviera la amabilidad de explicarle los recovecos de la visita a este pobre ignorante de la lengua nativa? Otra vez el sistema solar estaba en contra mío… ¡Conspiración! ¡Conspiración!
- ¿Entiendes algo?- me dice Polina.
Le devuelvo una mirada desesperada, penetrante. 10.000 toneladas de TNT en cada ojo.
Fantasías post atómicas de ayer y de hoy
Como la amenaza fantasma de una guerra nuclear parece hoy algo del pasado, nuestro hombre –que viste pantalón militar negro y un chaleco del mismo color bajo el cual lleva una camiseta verde olivo- va por la vida en plan de guía diligente y simpático. Así, poco antes de entrar al búnker nos da unas instrucciones que buscan mantener el tono de la rudeza castrense, pero que deben tener mucho de broma, pues la audiencia ruso parlante se ríe cómplicemente.
Mientras avanzamos y no sé muy bien porqué, me acuerdo del viejo Walt Disney y de un video que nos mostraron en la época escolar. Nuestro amigo el átomo, cortometrajes inscritos en el amplio catálogo estadounidense destinado a horadarnos con sutilidad la cabeza a nosotros, los tranquilos e inofensivos niñitos latinoamericanos. Que de vez en cuando el átomo se hubiese comportado un tanto mal -como en Japón, por ejemplo- era sólo un detalle: nuestro deber como futuros hombres civilizados era darle una oportunidad pues, al fin y al cabo, era “nuestro amigo”, ¿no?
Y Walt un tipo excelente. Al igual que George W. Bush… Uno nos dejó maravillosos dibujos animados; el otro, “armas de destrucción masiva”: todo aquello un “excelente” material para soñar…
(En nuestra próxima entrega:
“el tour subterráneo”)