"Badoo: ¿atrapado sin salida?": recuento de las desdichas de un hombre soltero -soltero, de eso se trata el asunto- en una gran urbe como Moscú, donde llega a trabajar sin conocer a nadie y sin la más mínima idea de cómo expresarse pues su lengua es distinta a la local. Y muy distinta, como es sabido: pocas son las ligazones que he encontrado entre el ruso y el español (si algún(a) lingüista lee esto y puede aclararme este posible error se lo agradecería).
Se supone –esa historia no la inventé yo– que el ser humano es un animal gregario. Siendo esto así, no poder comunicarse constituye un problema no menor. Volvemos a fines de 2009. ¿Cómo solucionar esto a semanas de llegar de América? ¿Acercándome a un ruso con cara de simpático y lanzándole de una: “Oye, ¿quieres ser mi amigo?”… así, en español? La PET (Patada en El Trasero, por su sigla en español) se habría escuchado, cuanto menos, hasta Australia, donde –era que no- Mr. Cocodrilo Dundee me recibiría con su mítico cuchillo para informarme de que mi estadía en su reino no era simpática. De ahí, de vuelta a Rusia. A "hacer amigos" sin hablar la lengua de Lev Nikoláyevich Tolstói ni la de sus más de 140 millones de compatriotas en el territorio de la novena nación más poblada en la Tierra. Un fracaso con letras mayúsculas.
Pero "no sólo de amigos vive el hombre", reza muy bien rezado el dicho. Porque "otra cosa" hay en la mente del hombre, como se le atribuye humorísticamente a nuestro buen amigo Sigmund.
Amigo, mejor no prenda ese cigarrillo
Claro, uno puede ponerse a leer libros como condenado, ver todas las películas que hay en Internet –no son pocas, por cierto-, pasarse tardes hasta el delirio dándole a los videojuegos, escuchar disco tras disco y cantar estilo karaoke cual si uno fuera "La Voz" del siglo XXI. Las aficiones para pasar el tiempo libre en la era de la entretención son infinitas.
Así el tiempo se pasa volando. ¿Volando? ¿Tiempo que vuela? Volar... ¡Ámsterdam! ¡Hermosa Ámsterdam! ¡Ámsterdam! ¡Oh, perdón! No, era otra cosa. Recuerdo algo. Estamos a comienzos de los 90, 15 o 16 años de pura inocencia, candidez, ignorancia completa de la vida. Espíritu adolescente y de la más despreciable categoría. Clase de Física. No puedo traer al presente el nombre del profesor, pues se perdió en la noche más profunda de la mente. Sin embargo, hace algunos años supe que lo despidieron –así me lo contó un ex compañero por Facebook- acusado de toquetear a un alumno con intenciones sexuales. Eso me hizo pensar que no sólo en la Iglesia Católica se cuecen habas. Pero, de Vuelta al Pasado... 11 de la mañana, lluvia y sueño de día jueves. Invierno. Una sensación contagiosa de cansancio juvenil mañanero, probablemente debido a prácticas poco santas a la cómplice luz del amanecer. Y en eso que el docente –a futuro de tendencias bastante cuestionables, como se dijo- va y suelta esta joya del Nilo: "Einstein así explicaba la Teoría de la Relatividad, jóvenes y queridos alumnos: 'No es lo mismo una hora con la mano bajo una plancha… que una hora con la novia'". Despertamos. El enunciado, claro, no era así ("Pon tu mano en un horno caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica preciosa durante una hora y te parecerá un minuto. ESO es la relatividad"). La idea central, no obstante, era esa.
Así es que volvemos al 2009 y ahí estaba: pisando tierra rusa, solo, desorientado, loco como marmota experimental aterrorizada por un siniestro experimento psicodélico, tímido, carente de todo tacto social, con una progresiva tendencia al autismo… y sin chica. Albert: tenía la cabeza –no ya la mano– metida día y noche en el horno y con el gas abierto, a punto de prender el cigarrillo fatal y esperando a que acabara el tremendo invierno del 2010. Por entonces, Moscú se veía azotado por una "ola de frío siberiana", como la calificó la prensa. A mi peor enemigo le desearía una suerte menos brutal.
Fiera encerrada
¿Qué perspectiva se me abría? Pasarme los días, las semanas y los meses encerrado en mi departamento, semi muerto, con una depresión psicótica potenciada hasta el ansia del suicidio por la soledad y el vaciamiento permanente de vasos cicuteros –viene de cicuta, no de “cicatero”- de vodka, ron y/o coñac, pero… ¿Esa era la idea? ¿Era acaso eso vivir? ¿Para eso –bueno, aquí voy hilando muy fino- había venido al mundo? ¿Estaría destinado a pasarme el tiempo solo, encuevado, con amargura y lleno de pesadumbre como fiera detestada por toda la raza animal? ¡No! Debía solucionar eso y ahora mismo. Ya. En ese preciso instante. Ni antes ni después. ¡Now!
Entonces pensé en Badoo.
(Fuente: http://amigosdechat.com/badoo)
Cuando ellas besan
No lo sabía entonces y la verdad es que la información carecía de relevancia. Por lo menos para mis Don Juanescos propósitos. El asunto es que Badoo había sido concebida por un gentilhombre de estas tierras. “Badoo es una red social fundada en el año 2006 por el empresario ruso Andreev Andrey. (…) En enero de 2008, Badoo obtuvo 30 millones de dólares por parte de Finam Capital, que adquirió el 10% de la empresa. Estos fondos servirán para ayudar a la expansión de Badoo en Rusia, donde el mercado de redes sociales está empezando a crecer” (Fuente: Wikipedia). Si bien la red había debutado en Londres, uno podía tener por casi seguro que Andreev no iba a dejar solo a los suyos. Algún "regalito" les haría para que se sintieran más cómodos. Esto tampoco era un asunto tan trivial. Al parecer los rusos tienden a privilegiar los bienes de consumo que remiten a su estilo de vida, creencias o manera de concebir las cosas. No por nada es que aquí Vkontakte –el "Facebook ruso", como es conocido localmente- arrase frente a la más usada red social de nuestros días. Me atrevería a decir –errar es humano- que no existe ningún(a) hombre o mujer rusos de 15 a 25 años que no tengan un perfil en VK. Si los hay, deben ser poquísimos.
Y Badoo había nacido de una mente rusa. Tal vez, compañeros, dejaría atrás este aciago momento y conseguiría compañera. Cantaba a los Beach Boys: "…and the Northern girls with the way they kiss". De puro pensar en "la forma en que besaban" olvidaba el frío.
¡Gloria al Dios de las alturas que creó las redes sociales!
"Varias, papá…"
Todo fluía. El universo se estaba expandiendo ante mis ojos. No había elemento del planeta cuyos colores no adquiriesen un brillo enceguecedor. Fuego, fuego en estado puro. Las posibilidades de la vida se volvían infinitas. Ni George Harrison en los ´70 se había sentido tan expansivo y lleno de esperanza.
Pero había que poner manos a la obra. Llevar a la práctica nuestras (¿malevolas?) intenciones. Tirar toda la carne a la parrilla. Hasta el final. Costase lo que costase. Sin vacilación. Decidido a seguir hasta el final. Sorteando todos los obstáculos posibles para cumplir nuestro objetivo. Bruce Willis en Duro de Matar. Sin mayor cuestionamiento ético o moral. Hubiese o no escrito Maquiavelo eso de que "el fin justifica los medios" a mi me era indiferente. Pero le haría caso.
Mi perfil de Badoo tenía fallas sistémicas imposibles de soslayar. Era -¿cómo decirlo?- demasiado ancestral, aborigen y… ya, digámoslo: "aindiado"; es decir, "que tiene el color y las facciones propias de los indios". Pero ¿esto era malo en sí mismo? No necesariamente. Difícil de olvidar lo que me contó un conocido latino en una disco por aquellos días: "Aquí había un maestro (ya no está porque volvió a su país) que le decía a las chicas de que él era indio –pero indio ¡indio!- y se despachaba cosas como que andaba por la selva cabalgando caballos salvajes vestido sólo con taparrabos, que le sacaba punta a sus flechas raspándolas con los molares, que mataba serpientes y se las comía como charqui, que los cocodrilos sólo con verle retrocedían con respeto, que se travesaba el Amazonas nadando y después se tomaba una botella entera de aguardiente… para, finalmente, volver a su tribu, heredera de toda clase de rituales oscuros, indefinibles y malignos para el hombre civilizado… Estas falsedades, evidentemente, las iba mejorando y potenciando con cada cuba libre, pero lo insólito es que consiguió su objetivo no pocas veces. Feo como la maldad, no te miento, hermano, si te digo que lo vi con unos bomboncitos que daban ganas de tirarlo por el río y que se muriera de una. Y no una sola chica. Varias. ¿Mentía? Claro. Y todos los sabíamos. Pero ¿que ibas a decirle a ese maestro? Era un gurú para nosotros. Un héroe de esos que no te encuentras en esta vida. Un supersaiyajin de la seducción. La hacía y de oro. No una. Varias, papá…".
Algo había que hacer
¿Renunciaría, entonces, a mi raigambre originaria? ¿A mis ancestros? ¿A América? Nunca: mejor muerto. Mestizo nací y así seguiré. Hasta el final. "Este nació indio, se comportó como indio toda su nefasta y pecaminosa vida y murió como indio", podrían poner en mi epitafio. Por mí, bien.
¿Me europeizaría? Never! ¿Y porqué? Sencillamente porque es imposible. Esta cara con que nací no se quita ni con cirugía estética. Pero, claro, haría "uno que otro cambio" para infiltrarme y ser un poco menos sospechoso.
¿Me "blanquearía" un poco? Sí, pero sólo externamente. De corazón seguiría tan indomable, radical y bestia como de costumbre.
Un pequeño, pequeño cambio. Para no estar tan solo, digamos…
Próximo episodio y final:
(Bueno, ya se nos
ocurrirá algún título…)
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