El origen semántico del nombre del país, que en ruso y en ucraniano se llama Ukraina, proviene de las palabras "U kraya" ("Al borde"), indicando la posición geográfica de estas tierras en la frontera occidental, primero del Imperio ruso y luego de la Unión Soviética. Ahora esta traducción literal adquiere una nueva y escalofriante lectura, ya que muy bien define el territorio, geográfico y mental, que amenaza con arrastrar al mundo a un abismo ubicado al otro lado del límite de la locura.
Uno de los problemas de hoy es que nos acostumbramos a oír y a emitir opiniones sobre temas que ignoramos casi por completo.
La arrogante civilización dominante durante siglos basó su poder sobre el Otro, desconociéndolo y haciendo una lectura caricaturesca y superficial de todo lo que no encaja en sus esquemas o moldes. Lo mismo sucede ahora con Ucrania, presentada hoy por los medios como un audaz y heroico luchador contra el malvado imperio ruso, resistiendo por su libertad.
Dentro del sistema pseudodemocrático en que vivimos, la ignorancia es un arma infalible y de múltiples propósitos para tapar cualquier reflexión o música peligrosa que al poder le genere un ruido de "opiniones independientes", que confunden, ensordecen y desvían a cualquiera, para que después la crítica de la estupidez institucionalizada se condene como autoritarismo o intolerancia.
Hace pocos años, lo único que se sabía masivamente de Ucrania era que "había formado parte de Rusia", que fue el lugar donde explotó la central Chernóbil y donde las mujeres se destacan por su belleza. Todo lo que se aprendió en el mundo sobre ese país a partir del 2014 fue una construcción mediática hecha por la parte interesada y experta en estas cosas, dentro de su guerra cognitiva desatada contra Rusia.
Ucrania es un bello lugar e increíblemente rico en sus naturaleza, cultura e historia. Y como tantos otros países atractivos por sus recursos y la importancia geopolítica de sus territorios, ha sido condenado a ser partícipe de la lucha entre varios intereses de todo tipo de depredadores para controlarlo.
Cuando éramos niños, los adultos nos contaban que fueron testigos de cómo durante la ocupación nazi, los alemanes sacaban vagones de la grasosa tierra negra ucraniana, que tuvo la mala suerte de ser la más fértil de Europa. La Ucrania de principios del siglo pasado se conocía como el granero de Europa y en su periodo soviético llegó a ser el principal productor de acero en el continente. En esos tiempos, lo ucraniano se percibía como parte natural de la cultura rusa que, dominando los inmensos territorios euroasiáticos, nunca fue uniforme ni excluyente. Incluso el nombre Ucrania era sinónimo de "Malorossia" ("la Pequeña Rusia"), igual que la vecina Bielorrusia que significa "Rusia Blanca", los territorios limítrofes del sur y del suroeste de Rusia.
Históricamente, los rusos fueron los aliados naturales de los ucranianos en sus múltiples guerras contra los invasores turcos y polacos, compartiendo la misma religión ortodoxa e idiomas muy cercanos y absolutamente comprensibles para ambos pueblos. Incluso durante algún tiempo del siglo antepasado, el idioma ucraniano se consideró un dialecto del ruso.
Después de la Revolución bolchevique de 1917, Ucrania dejó de ser parte del Imperio ruso y se proclamó República Socialista Soviética. El gobierno revolucionario de Lenin y los posteriores, inspirados por las ideas del internacionalismo proletario, promovieron el desarrollo del idioma y la cultura ucraniana, haciéndolos parte de la educación obligatoria en la república, y así toda su población se hizo bilingüe, ya que el idioma de la comunicación intercultural entre los distintos pueblos de la URSS, naturalmente, era el ruso.
En los tiempos soviéticos los ucranianos pertenecieron simultáneamente a las dos culturas, que se percibían como una sola, leyendo libros, viendo películas, cantando canciones y contando chistes en los dos idiomas, sin sentir ninguna contradicción. En el periodo soviético, el territorio de Ucrania se ampliaba con los vastos territorios de Donbass, Ucrania Occidental y Crimea, y en la segunda mitad del siglo pasado, esta llegó a ser la república con los mejores indicadores de desarrollo de toda la URSS. Contraponer Ucrania a Rusia era parte del discurso de una insignificante minoría nacionalista, perseguida por el Estado y muy mal vista por la población. Es curioso que los últimos años, opinar bien de la Unión Soviética en los medios ucranianos estuvo penado por ley.
Durante el corto pero intenso periodo de un fraude histórico conocido como Perestroika, las élites burocráticas soviéticas que ya no creían en ningún ideal socialista optaron por capitalizar su enorme poder político abriendo paso a la restauración capitalista.
Para desbaratar la Unión Soviética fue necesario dividirla en varias partes, de preferencia, enfrentándolas entre sí. Con ayuda de los medios de información y los servicios de la inteligencia occidentales, en todas las repúblicas de la URSS se revivieron los viejos mitos y prejuicios nacionalistas, mezclando las medias verdades históricas con mentiras y haciendo todo para abrir las heridas del pasado.
Como el país pasaba por una aguda crisis económica y social, era fácil ofrecer "culpables" y acentuar las diferencias nacionales que habían existido, pero que nunca antes fueron causa de conflictos. Así fue que en los años 90 en el territorio de la URSS surgieron decenas de conflictos sangrientos: entre Armenia y Azerbaiyán, Rusia y Chechenia, Osetia e Ingushetia, Transnistria y Moldavia, Georgia, Osetia y Abjasia, Tayikistán y otros. Ucrania todavía no estallaba, pero los "medios libres" manejados por los grupos económicos ya dominaban todo el espacio informativo y sembraban el odio nacionalista. Ucrania se presentaba a sus habitantes como el país más rico de Europa y se decía que si no fuera por los comunistas y por los rusos, el pueblo ucraniano, "que siempre los alimentó" podrían tener un nivel de vida más alto que el de Suecia.
El jefe del departamento ideológico y secretario del Comité Central del Partido Comunista de Ucrania, Leonid Kravchuk, conocido por su capacidad de "caminar bajo la lluvia pasando entre las gotas sin mojarse", antes de llegar a ser el primer presidente de la Ucrania independiente, en 1991, prometió a sus electores "compatriotas rusos": "impedir cualquier discriminación nacional (...), mantener todos los lazos con Rusia, (...) juntos poner fin a las provocaciones que siembran enemistad entre los rusos y los ucranianos y (...) construir una Ucrania como casa común de los rusos, ucranianos y otras nacionalidades que la habitan". En 1988, Kravchuk, siendo el más alto dirigente de Ucrania soviética, combatía "el nacionalismo burgués ucraniano". En 2015, encabezó el movimiento social 'Ucrania hacia la OTAN' y en 2016 dijo que "el pueblo ucraniano era el sepulturero de la URSS".
El segundo presidente ucraniano, Leonid Kuchma, en el 2003 publicó su libro 'Ucrania no es Rusia' explicándole al mundo las irreconciliables y fundamentales diferencias en la mentalidad y sistemas de valores entre los dos pueblos.
El tercer presidente de Ucrania, Víktor Yuschenko, llegó al poder en 2005 después de una revuelta de la clase media, conocida como la 'Revolución naranja', que fue inspirada y manejada por la prensa y fue el ensayo de la 'Revolución de Maidán' del 2014. Yuschenko giró el timón del Estado ucraniano definitivamente hacia los EE.UU., empezó la propaganda antirrusa directa y la glorificación oficial de los movimientos nazis ucranianos, tergiversando totalmente la historia real. Yuschenko declaró la intención de Ucrania de entrar en la OTAN y estando en el Congreso estadounidense comprometió el apoyo de su país para "promover la democracia en Bielorrusia y Cuba".
Una delegación cubana, que en ese momento iba hacia Ucrania en viaje oficial y ya se encontraba en un país europeo intermedio, suspendió la visita y se regresó a la isla. Para muchos ucranianos, este tema fue especialmente doloroso, ya que Cuba fue el primero y más generoso país en recibir a miles de niños ucranianos víctimas de la catástrofe nuclear de Chernóbil para darles tratamiento médico.
La descomposición nacionalista del Estado ucraniano no sería posible sin un rol activo de los intelectuales, que igual que en el resto de las repúblicas soviéticas, en su mayoría, primero apoyaron la guerra mediática contra el socialismo y luego tomaron protagonismo en la parte más reaccionaria de la sociedad, ganando así un cómodo y acostumbrado espacio al lado del poder. Los mismos que hacía solo una década escribían sentidos textos y poemas sobre Lenin y el Partido Comunista, para asegurar la edición de millonarios tirajes de sus obras, ahora "abrían los ojos", "despertaban", "se arrepentían" e iban a cobrar sus nuevos honorarios y regalías. Queridos todavía por un pueblo ingenuo, fueron la coartada ideal para los camaleones en el poder.
En vez de los dos años que nos pedían para superar a la economía sueca, solo un cuarto de siglo de esta independencia fueron suficientes para convertir a Ucrania en el país más pobre de Europa.
El nacionalismo ucraniano no fue el sentimiento profundo de su pueblo, como tratan de condenarlo algunos ideólogos del Gobierno. Tampoco es un accidente histórico que no se podía haber previsto o evitado. La lenta transformación del Estado y de la sociedad ucraniana en un botín de guerra de los enemigos de Ucrania y Rusia es el resultado de un trabajo muy profesional y constante de unos y del infantilismo ciudadano y la ingenuidad política de otros. Sí, también hubo, sin duda, el elemento del chovinismo nacionalista ruso de varios líderes de opinión rusos, que como siempre sucede en estos casos, facilitaron la justificación del nacionalismo ucraniano, pero eso es algo muy secundario.
Cualquiera que conozca a Rusia por dentro, desde la época soviética hasta nuestros días, confirmará que aquí ni los ucranianos ni su idioma, ni su cultura, ni son ni nunca fueron discriminados. Basta con ver todos los monumentos y nombres de las calles, biografías y apellidos de los dirigentes del Gobierno ruso y el dolor de la gente común, a los que les toca tanto el actual conflicto. En Rusia casi no hay familia sin parientes o amigos cercanos en Ucrania, algo que hace esta realidad extremadamente dura para todos, más allá de las diferentes ideas o lecturas políticas que pueda tener cada uno.
Y volviendo al tema inicial, el de la propaganda, ese cliché sobre "la agresión no provocada contra un país democrático e independiente", reflejado en tantos documentos internacionales condenatorios, no aguanta ni una sola crítica. Sí, se puede tener diferentes opiniones respecto a la tragedia ucraniana. Lo único malo es mentir.
El Gobierno ucraniano y sus amos anglosajones hicieron todo lo posible, y más, para provocar la acción militar rusa. Es lo que buscaban no solo los últimos 8 años, sino desde la creación de su colonia, la llamada "Ucrania independiente". Su total dependencia de los órdenes desde Washington es tan evidente, que decir que el jardinero de la embajada norteamericana en Kiev tiene más poder que el presidente Zelenski no sería ninguna exageración. Rusia atacó un campamento militar enemigo, cuyo único objetivo fue la permanente provocación y amenaza. Además, lo hizo después de varios años de inútiles y públicamente despreciados intentos de llegar a algún buen o mal acuerdo.
Y lo del "país democrático" puede ser lo más absurdo de todo. Una democracia con toda la prensa independiente u opositora prohibida desde mucho antes del 24 de febrero de este año. Las bestiales persecuciones políticas y los regimientos fascistas como parte integrada de las Fuerzas Armadas, los nombres de los genocidas en calles y plazas, los monumentos a los vencedores del fascismo, profanados y demolidos... ¿Estos son los signos de los países democráticos e independientes? ¿Realmente lo es Ucrania? No, Ucrania fue y será otro país.