El gran poeta peruano César Vallejo, después de la derrota de la República Española, con el infinito dolor de toda aquella esperanza frustrada y, tal vez, presintiendo los duros tiempos que venían, escribió:
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
Con los dramáticos sucesos de los últimos días en el Perú, donde la oligarquía nacional en su acostumbrada complicidad con los organismos internacionales como la OEA y el gobierno norteamericano, derrotaba al legítimo presidente del país, Pedro Castillo, de mi memoria emergieron estas líneas, donde "España" se cambia por "Perú".
La prensa mundial, desde el primer momento de la ejecución del plan para derrotar a Castillo, se concentró en establecer su reino de lo secundario: "presidente inepto", "presidente corrupto", "presidente dictador", "presidente violador de la constitución". Los grupos económicos peruanos y sus grandes aliados de Washington, nunca fueron tan sensibles a la materia de los derechos jurídicos internos del Perú como lo han sido desde las elecciones presidenciales de junio de 2021, que le dieron el triunfo al candidato de la izquierda Pedro Castillo, un maestro rural, que no representaba los intereses ni de las grandes fortunas nacionales ni de los grupos económicos extranjeros.
Los movimientos sociales peruanos, todavía debilitados como consecuencia de la guerra civil entre el Estado y Sendero Luminoso, una gran tragedia nacional que, aparte de costar decenas de miles de vidas, contribuyó mucho a la estigmatización y a la caricaturización de la izquierda en general, frente a la permanente crisis de gobernabilidad, corrupción del poder y una creciente desigualdad social, cuando hasta, según los datos oficiales, un tercio de los niños peruanos estaban pasando hambre; para la segunda vuelta presidencial del 2021 lograron consolidar una propuesta electoral con la candidatura de Pedro Castillo.
A diferencia de algunos otros procesos en los países vecinos, el candidato presidencial de la izquierda peruana no era un reconocido o experimentado líder social; su triunfo se hizo posible gracias a la rápida y tremenda descomposición de todas las fuerzas políticas tradicionales y a sus primeras promesas de profundas reformas del Estado peruano a favor de los más desposeídos, incluyendo la realización de una asamblea constituyente.
El gobierno de Pedro Castillo ha sido un desastre, pero no por su "imposición de las políticas izquierdistas" o "sus inclinaciones dictatoriales", como solía decir la prensa de la derecha, sino por su clara inexperiencia política, falta de un equipo propio y un proyecto de país.
Todo esto hizo que el presidente, muchas veces, cediera ante el brutal chantaje de la derecha, desde el primer día de su gobierno, rodeándose y nombrando en los importantes cargos del Estado a personajes que nada tenían que hacer allí, y con cada nuevo paso que daba, seguía retrocediendo en los propósitos iniciales. El gobierno de Pedro Castillo, desde su inicio, quedó bloqueado por el juego político de la Derecha, que a diferencia del presidente, es experimentada, cínica y muy clara en sus propósitos.
La historia de su gobierno es una seguidilla de intentos de tratar de defenderse de los ataques cada vez más agresivos de su adversario político, perdiendo cada vez más la capacidad para controlar la situación. Las organizaciones y los movimientos sociales e indígenas del Perú, que debían llegar a ser la base principal, que es el apoyo del gobierno y la fuerza de presión para seguir con las reformas prometidas, tampoco pudieron cumplir con este rol. La responsabilidad de esto no solo es de Pedro Castillo, sino también de las viejas y sectarias tendencias de la izquierda, tan acostumbrada a ser la oposición y tan poco capaz de unirse y apoyar una agenda propositiva.
Tal vez le habría sido más conveniente a la derecha peruana esperar con tranquilidad el término legal de este gobierno, que no estaba en condiciones de amenazar a los intereses de ninguno de los poderosos. Pero parece que la avaricia e inmediatismo patronal, multiplicados por el odio racista y clasista, no dejan espacio para lo racional.
El momento elegido para el golpe de Estado en Perú era casi ideal: el mundo preocupado por el conflicto armado en el corazón de Europa más la recta final de la Copa Mundial de fútbol, que poco o nada dejan espacio a otro tipo de noticias. Y no sé si alguien se dio cuenta que las democracias están inmunes a los golpes de Estado en estos países. Ya no generan ni escándalos ni rupturas de relaciones sino todo lo contrario.
¿Cuáles serían algunas de las lecciones que nos dejan los dramáticos acontecimientos en el Perú? Una vez más, somos testigos de que simplemente ganar una elección presidencial no garantiza absolutamente nada, ya que el real poder político ahora no está en uno u otro cargo del Estado.
La lucha por llegar al poder no tiene sentido sin unos altos niveles de organización y de conciencia ciudadana y tiene muy poco chance si no contempla un claro proyecto político, donde se prevean las predecibles reacciones de los adversarios internos y externos
Este proyecto debe tener altos grados de legitimidad en la población para poder tener suficientes recursos para su defensa frente a las inevitables y peligrosas amenazas y ataques mediáticos. Creo que es lógico pensar que el resultado de estas luchas lo definirá la participación y los niveles de conciencia de la gente común. ¿Qué puede hacer la gente común y corriente para esto? Educarse, organizarse y soñar.