La base formal del poder de la mayoría de los gobiernos del mundo es el voto popular, que supuestamente optó por ellos para que representaran la voluntad de las respectivas naciones. La libre participación de los ciudadanos en las elecciones políticas está tan asociada a la idea de "voluntad del pueblo", que cualquiera que lo cuestiona se convierte automáticamente en un "enemigo de la democracia". No digo que esté bien o mal, la idea es profundizar un poco en este tema, que como base de nuestra fracasada civilización, fue transformada por el propio poder en algo intocable, lo que precisamente se vuelve muy dañino para cualquier democracia.
Se suele recordar que el 5 de marzo de 1933, Adolf Hitler ganó las elecciones democráticamente, sacando su Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán un 47,2 % de votos de su pueblo y convirtiéndolo en el canciller imperial. Se suele hablar de esto como ejemplo cuando las elecciones las gana alguien que no le gusta a otro. Sabemos también que, cuando el 4 de septiembre de 1970 el socialista Salvador Allende ganó las elecciones en Chile, el Gobierno de EE.UU. en voz de su secretario de Estado, Henry Kissinger, explicó las razones de la 'guerra' en contra del Gobierno democráticamente elegido en Chile, que terminó en golpe militar y la muerte del presidente: "No veo por qué tenemos que quedarnos como espectadores y mirar cómo un país se vuelve comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo". A lo que el presidente Richard Nixon respondió exigiendo a la CIA "hacer gritar la economía (chilena) hasta que llore de dolor".
Ponemos estos dos casos de triunfos electorales, desde dos extremos ideológicos, solo como una de tantas muestras, de que la legitimidad electoral nunca garantiza nada ni tampoco revela la naturaleza del poder de turno.
Sin embargo, el siglo pasado fue más simple y obvio. En el mundo existían diferentes modelos sociales y con ellos un gran número de partidos políticos que representaban distintas ideologías y proyectos para el futuro, lo que suponía una interesante y profunda discusión de ideas y pensamientos filosóficos, cuando los ciudadanos más allá de sus simpatías hacia uno u otro personaje, podían elegir ideales de la sociedad que los representaba. Existía lo más valioso de la política: la posibilidad de un debate ciudadano para mejorar la vida de las personas. Había tiempos en los que la política partidista no fue solo un marketing ni la caza desaforada de votos.
Como ejemplo de los avances de la democracia, se suele priorizar ahora los porcentajes de elección de las mujeres o de representantes de las minorías sexuales o de los pueblos nativos, planteándose como símbolo de equidad el número de cuotas en los cargos de muchos gobiernos que pregonan "un cambio cultural". En realidad, no se me ocurre nada más antidemocrático que eso, pues la manipulación poco tiene que ver con el "poder del pueblo".
En tiempos pasados de la democracia latinoamericana, en algunos países, los campesinos que sin saber escribir obtenían el derecho al voto, fueron arreados por los terratenientes a votar por sus candidatos. Y luego, ya en el siglo pasado, cuando las mujeres, gracias a una larga lucha, lograron el derecho al sufragio, en una sociedad semianalfabeta y profundamente machista, una enorme mayoría de las señoras y señoritas, iban a votar según las preferencias de sus maridos, padres o jefes, o sea, quienes se suponían entendían algo de la política.
Lo que quiero decir, es que el derecho o incluso la obligación ciudadana a votar, sin una educación y sin una formación política, vale muy poco y sirve perfectamente para alargar ese 'show' llamado 'democracia occidental', basado en la manipulación absoluta. En Chile, un país que se nos presentaba como ejemplo de democracia y progreso, y casi sin analfabetismo, un 44 % de la población adulta tiene problemas de comprensión de lectura y un 90 % de los medios de comunicación pertenecen a dos consorcios informativos, bajo el control de los grupos oligárquicos que siguen siendo los dueños del país y de la gran parte del pensamiento de sus habitantes.
¿De qué democracia podemos hablar en estas condiciones? ¿La representación electoral o gubernamental más equitativa según identidades o preferencias sexuales u orígenes étnicos, realmente es un aporte a la democracia, en un país totalmente manipulado por la prensa, carente de buena educación hasta el extremo de no entender lo que se lee? ¿O qué cosa realmente llamamos 'democracia'? ¿La dictadura del Tik Tok y del supermercado?
Lo más peligroso del fascismo está en que su discurso de supremacía racial o social es de muy rápida y fácil digestión, y está dirigido justamente a las masas frustradas, explotadas y desesperadas. Es una solución mágica para la conciencia adormecida y anestesiada. Dentro de la ingenua mirada de "un régimen fascista versus una sociedad democrática", normalmente (o intencionalmente), no se toma en cuenta que los gobiernos más autoritarios y sangrientos, crecen justamente desde los fracasos de la farsa llamada 'democracia representativa', que por supuesto, ni representa a nadie ni es democracia alguna.
Las poblaciones mal educadas, azotadas por la delincuencia común, formadas por los desechos culturales que nos ofrecen los medios masivos como 'diversión', no tienen el criterio más mínimo para elegir a sus representantes que realmente defenderán sus derechos. En esta situación no son necesarios los fraudes. El conteo de los votos puede ser limpio, honesto y transparente, aquí no hay ningún riesgo, porque el problema principal es siempre previo, pues el fraude se comete mucho antes de la elección, cuando la conciencia del elector sufre la desnutrición cognitiva y la intoxicación ideológica, elementos implantados por los gobernantes para mantenerse en el poder.
Así se instala la tiranía de la mediocridad que durante muchas décadas puede sostener la sociedad capitalista, y en caso de cualquier peligro para sus dueños, que ahora son las transnacionales, este modelo muta hacia un 'fascismo democrático', elegido y apoyado por el pueblo desde en pensamiento mágico, impuesto por la ignorancia y la desesperación.
No estoy criticando la democracia, solo quiero dejar en claro dos cosas: primero, que la democracia no es un fin en sí, sino solo un método para lograr un objetivo, que es el bienestar social. Y lo segundo, que el método de la democracia puede funcionar solo a partir de una sociedad educada y despierta donde el oficio político no sea un privilegio para los elegidos (es decir, auto-elegidos) desde arriba, sino un ejercicio diario de ciudadanos conscientes de que el verdadero progreso no está en lo material y que el verdadero éxito no es el personal ni está en lo individual.