Henry Kissinger: el mal que dura 100 años
Dicen que no hay mal que dure 100 años. No es cierto. La semana pasada, el ex secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger celebró sus 100 años. Un destacado criminal político, terrorista de Estado y cómplice de decenas de golpes militares en América Latina, África y Asia, un personaje histórico, simbólico, representativo y casi enciclopédico.
Desde la segunda mitad del siglo pasado, hay muy pocos eventos internacionales trágicos y dolorosos en los que no haya estado implicado el Gobierno de Estados Unidos de América. Y en todos aquellos hechos en los que EE.UU. participó, de manera directa o indirecta, hubo muy pocos en los que nuestro cumpleañero no estuviera implicado.
Uno de sus principios éticos fue revelado por WikiLeaks en 2011, con una frase pronunciada en una reunión entre funcionarios norteamericanos y turcos en 1975: "Lo ilegal lo hacemos inmediatamente, lo inconstitucional toma algo más de tiempo".
Henry Kissinger estuvo dirigiendo la política internacional de EE.UU. desde sus cargos de asesor de Seguridad Nacional y luego como secretario de Estado, entre los años 1969 y 1977, que fue el periodo más agudo de la Guerra Fría, cuando se definían la correlación de fuerzas en el mapa geopolítico del Tercer Mundo. Por un lado, el Departamento de Estado en su permanente búsqueda de hegemonía y control total y, por el otro, los pueblos, con sus errores y sus aciertos luchando por su libertad. África, Latinoamérica y Asia en llamas y EE.UU., el aliado fiel de todos los regímenes más siniestros y sus grupos oligárquicos, empeñados a toda costa en defender la totalidad de su poder.
Los tiempos de Kissinger fueron los de la más cruda etapa en la guerra de Vietnam, iniciada, como de costumbre, por una provocación planeada por la prensa y las Fuerzas Armadas de EE.UU. y que costó, según diferentes fuentes de información, entre tres y cinco millones de vidas humanas. De civiles, en su gran mayoría. Fue la peor guerra después de la Segunda Guerra Mundial, que como una epidemia se expandió entre los vecinos de Laos y Camboya, donde la población campesina fue igualmente rociada con napalm, químicos como el agente naranja o simplemente masacrada por las tropas norteamericanas.
Otro crimen simbólico y mundialmente conocido fue la derrota, en septiembre de 1973, del Gobierno legítimo y democrático del socialista Salvador Allende en Chile y la instauración de la dictadura militar de Augusto Pinochet, con miles de asesinados y desaparecidos y cientos de miles de presos, torturados y exiliados. Fue Henry Kissinger quien encabezó la guerra sucia contra Allende desde el momento de su elección, definiendo esta política con su famosa frase: "No veo por qué necesitamos esperar y ver cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propia población".
Los archivos de la CIA desclasificados en las últimas décadas superan los peores rumores y sospechas: EE.UU. invirtió millones de dólares e hizo todo para desestabilizar el Gobierno de Allende, con una guerra mediática, económica y cultural y luego le dio todo el apoyo a la dictadura de Pinochet.
Los golpes militares en países vecinos como Argentina, Uruguay y Bolivia fueron parte de la misma guerra de los Gobiernos norteamericanos contra cualquier intento de los pueblos latinoamericanos de buscar su independencia. Toda vía que fuera reformista y revolucionaria de inmediato era declarada como "un peligro comunista" buscando la "mano de Moscú" o la "mano de La Habana", reprimiendo con todo y dando clases maestras de horror a cualquier intento de lucha organizada.
Mientras que las dictaduras chilena o argentina desde helicópteros y aviones militares tiraban al mar a opositores políticos, en la región se ponía en marcha la mayor obra maestra de la CIA y sus alumnos de los servicios secretos latinoamericanos: el Plan Cóndor. Un acuerdo consensuado entre las tiranías de Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil para cazar, asesinar y desaparecer a los revolucionarios, disidentes y opositores políticos de todo el continente, más allá de las fronteras y las leyes nacionales. Henry Kissinger fue el verdadero autor intelectual, mucho más que los generales latinoamericanos, que solo siguieron las orientaciones de su Gobierno, acostumbrado a justificarlo todo con su eterno cuento de la "lucha por la libertad y la democracia".
Sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos bajo el alero del señor Kissinger y sus secuaces en los cinco continentes, seguramente se puedan escribir libros que serían ganadores garantizados en cualquier concurso de literatura de terror. Estarían incluidos los capítulos de la masacre que militares pakistaníes perpetraron contra la población de Bangladés en 1971, donde murieron miles de personas por razones étnicas, un genocidio que nunca fue investigado. La invasión, masacre y ocupación de Timor Oriental por Indonesia, en 1975. El apoyo militar, económico y político de los grupos armados de ultraderecha contra los Gobiernos independentistas de Mozambique y Angola, el apoyo al régimen del apartheid de Sudáfrica y a las dictaduras de Grecia, Portugal, España, Irán y Arabia Saudita. La política genocida del Gobierno israelí contra los palestinos y, volviendo a Latinoamérica, la ayuda militar irrestricta a los regímenes bananeros de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Colombia, gobernados directamente desde las Embajadas norteamericanas y siempre en guerra contra sus propios pueblos…
Como últimas pinceladas para el retrato del cumpleañero, podemos agregar que en 1973, por la negociación del fin de la guerra en Vietnam, se le otorgó el Premio Nobel de la Paz. El premio fue compartido con el representante de Vietnam del Norte, el dirigente militar Le Duc Tho. El vietnamita rechazó el premio por dignidad, asegurando que "ese acuerdo no puso fin a la guerra". Kissinger no fue a Noruega por su premio, temiendo la tremenda intensidad de las protestas populares que le esperaban.
Cuando alguien dice que se sorprende por la 'excesiva politización' de los Premios Nobel o por la 'repentina aparición' del fascismo en Europa y el mundo, le aseguro que en eso no hay nada ni de novedoso ni de sorprendente. Para comprobarlo, basta solo con investigar un poco la biografía centenaria de nuestro cumpleañero.
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