Siempre que leo o escucho que al gran héroe de Burkina Faso, Thomas Sankara, le llaman el 'Che Guevara negro' o el 'Che africano', me indigno. Me indigno por el Che y por África. Hasta dentro de nuestro discurso antiimperialista logramos relegar al Continente Negro a un segundo plano. Así como a Fidel nunca se le llamó el 'Lenin latinoamericano', Sankara y otros grandes de África, son autosuficientes y jamás necesitaron símiles o referentes primarios de otros continentes. Lo valioso del Che y de Sankara es que fueron únicos, cada uno como faro de su tiempo y de su lugar, ya que la maravillosa autenticidad de África y de sus pueblos no le hace envidiar ni genera la necesidad de imitar a nadie.
Mientras la calurosa África está que arde, en los medios suelen haber dos tipos de comentarios sobre los acelerados acontecimientos de estos días. Unos, "los del sistema", son de los que más se preocupan por lo "inconstitucional" de los golpes de Estado y por la "ruptura de la democracia", algo muy fantasioso, que jamás ha existido en África. Otros, los "alternativos", hablan de la "liberación de los pueblos africanos", de que "por fin" se logra y "para siempre". Si los primeros no merecen nuestra mayor atención, ya que conocemos bastante bien los valores verdaderos de este público, los segundos sí preocupan.
A golpe y porrazo estamos aprendiendo. No puedo dejar de pensar en la gente que salió en masa a la plaza central de Kiev para protestar contra la corrupción del Gobierno legítimo e impopular de Víktor Yanukóvich, cuando la palabra "Maidán" no era todavía mundialmente conocida. También en los millones de chilenos que bajo el lema "Chile despertó", hace pocos años, llenaron durante meses las plazas y calles de todo el país, absolutamente convencidos de que había llegado la hora de los cambios y de lo conveniente para los pueblos. Sabemos que pasó después. El "un poco inepto" y "algo corrupto" Gobierno ucraniano fue reemplazado por una mafia internacional y, en lugar de ladrones, fue ocupado por verdaderos genocidas. En Chile la justa y bella revuelta popular contra la injusticia y la hipocresía del poder neoliberal, dió paso al peor gobierno de un demagogo, seudo progresista y admirador de Zelenski, Gabriel Boric, quien abrió de par en par, las puertas para el pinochetismo en las próximas elecciones presidenciales. La gente, una vez más, se siente estúpida, engañada y manipulada.
La consciencia mágica, aquella gran ilusión de un cambio fácil de los pueblos desorganizados, despolitizados, que no ven más allá de cambiar a un personaje siniestro en el poder por uno que no lo sea, el que sea, lo que sea, porque "peor es imposible", es una trampa mortal para países enteros. La historia nos grita que para lograr cualquier cambio profundo y positivo no basta ni con las buenas intenciones, ni con creativas consignas, y ni siguiera con una gran vocación de sacrificio personal. Sin una organización ciudadana, real e independiente de los poderes oligárquicos y corporativos, las más sinceras y genuinas luchas de la gente fácilmente se convertirán en un material para la manipulación mediática y política, que es cada vez más profesional y eficiente.
Por eso siento que toda mi ingenuidad ya no es suficiente para creer que África alcanzará ahora su nueva independencia simplemente como resultado de una serie de golpes militares antifranceses.
Entre los expertos se escucha cada vez más la tesis de que, aprovechando el debilitamiento de su vasallo europeo, Estados Unidos está tratando de tomar la iniciativa en África y defender allí directamente sus intereses imperiales.
Se informa que el general Brice Oligui Nguema, que recientemente ha tomado el poder en Gabón y se ha autoproclamado "presidente provisorio", tiene tres casas en el estado norteamericano de Maryland y ha sido financiado por los Estados Unidos durante años como un candidato deseable a la presidencia. Tal vez son rumores, pero extrañamente nadie se esfuerza en desmentirlos.
A diferencia de la situación en Níger, que es un escándalo internacional que no para, la prensa occidental reacciona con mucha moderación al golpe en Gabón y las empresas energéticas francesas ya han iniciado la evacuación pacífica de sus empleados de allí, sin problemas ni amenazas.
Es lógico suponer que antes de la invasión de Níger, Burkina Faso y los países vecinos, directamente o a través de regímenes títeres, Occidente intente por todos los medios llegar a un acuerdo para sustituir el colonialismo francés "malo", por uno "bueno" estadounidense.
Respecto al tipo del régimen derrotado hace unos días en Gabón, sobran los datos y adjetivos. El canal de telegram ruso 'Golos Mordora' lo describió muy brevemente así:
"Un poco sobre la democracia gabonesa, que tanto gusta a los franceses: El antiguo presidente de Gabón, Omar Bongo, tenía 70 cuentas bancarias, 39 pisos, 2 Ferraris, 6 Mercedes Benz, 3 Porsche y 1 Bugatti en Francia. Gobernó durante 42 años (de 1967 a 2009). Su hijo Ali Bongo, ahora derrocado por los militares, es presidente desde 2009 y es bastante más rico que su padre". A esto podríamos agregar que el mismo presidente Omar Bongo solía obtener regularmente más del 99 % de los votos populares en elecciones sin otras candidaturas. Y su principal consejero militar era el mercenario francés de ultraderecha, Bob Denard, que creó grupos paramilitares que operaban en toda la región, defendiendo los intereses de París.
"Gabón sin Francia es como un carro sin conductor. Francia sin Gabón es como un carro sin combustible", solía repetir Omar Bongo, explicando así el apoyo incondicional de París a su dictadura al servicios de sus amos.
El mito sobre la prosperidad y el bienestar de Gabón también es muy cuestionable. Mientras los datos macroeconómicos reflejan las realidades que existen sólo en las pantallas de computadores, la gran mayoría de los gaboneses sigue viviendo en la pobreza. El júbilo popular por la liberación de una dictadura es muy bello y telegénico, pero mientras las emociones de las masas están atrapadas por la celebración de un sueño tan esperado y merecido, los dueños de África programan los enroques de sus figuras blancas por las negras o al revés, para mantener el control sobre el tablero.
Me encantaría equivocarme, pero desde hace algún tiempo ya no creo más en milagros. Ni siquiera en África.