En estos días de horror en Medio Oriente, cuando las noticias son misiles apuntando a la esperanza, pienso en un compañero, el periodista y pacifista italiano Vittorio Arrigoni, quien vivió en Gaza los meses más duros del criminal ataque israelí 'Plomo Fundido' y después, en los 2008 y 2009, publicó su desgarrador testimonio 'Gaza: seguimos siendo humanos', dirigido a un mundo y, sobre todo, a una sociedad como la israelí, tradicionalmente indiferente a la tragedia al otro lado del muro.
En abril del 2011, con una absurda acusación, fue secuestrado y brutalmente asesinado por un grupo salafista. Vittorio presentó su libro como una "invitación, además de una como una petición, un apremio verdadero y auténtico a dejar de cometer delitos y recuperar el molde original con el que está hecho el hombre". Hace unos años, un israelí, respondiendo a mi ingenua propuesta de leerlo, comentó, con su particular sentido del humor, que Vittorio Arrigoni era un imbécil que merecía un premio Darwin (para referirse a aquellos que mueren de una muerte estúpida y sin dejar descendientes). De paso, les recomiendo encontrar el PDF de ese texto, que espero que todavía esté disponible en el ciberespacio a pesar de su galopante 'democratización'. Pensé en cómo nos hace falta la mirada limpia de Vittorio en estos días y noches de locura total, pero también sentí un cierto alivio de que él ya no esté y no pueda ver todo esto. No puede ver que claramente seguimos sin ser humanos.
No tengo ganas ahora de desarrollar mis teorías acerca de los orígenes, razones y mecanismos que presenciamos estos días entre Israel y Palestina. Una historia muy obvia, los intereses más que evidentes, todo esto multiplicado con el pensamiento cada vez más medieval de los seres humanos, cada vez menos humanos a los dos lados del muro, que están demostrándole al mundo (y el mundo a ellos) a qué nivel de civilización hemos llegado y qué equivocados estamos llamando a esta hipócrita, frágil y prehistórica construcción social "civilización".
El acostumbrado fascismo del Estado de Israel, con su total desprecio por los derechos y sentimientos de los otros, es lo de siempre, y tal vez no valdría la pena repetir tanto. Basta un breve paseo por el país, un poco más allá de los barrios acomodados de Tel Aviv o Jerusalén, de preferencia acercándonos a los enclaves palestinos, para darnos cuenta de la brutal y naturalizada humillación de un pueblo por el otro, que genética y físicamente son los mismos. Pero lo que más impresiona son los niveles del odio mutuo que parece estar desparramado en el aire, nublando las miradas y anulando cualquier posibilidad de reconciliación. Una bomba de tiempo siempre en espera del permiso del reloj. Sintiendo esto, nunca creí en las alegrías ni de unos ni de otros. La copresencia de la muerte o de un enemigo siempre dispuesto, siempre al acecho, convertían cualquier cara amable en una máscara, capaz de caer en cualquier instante. Mi opinión de la política del Estado de Israel es absolutamente lapidaria, sin peros ni matices ni atenuantes: son gobiernos nazis que no tendrían por qué existir en estos tiempos.
Pero para mí, el problema actual es otro. Y este lo veo con la supuesta izquierda, que supuestamente defiende la justa causa palestina. Parece que algunos de ellos, condenando los crímenes israelíes, fueran parte de sus propias consignas y caricaturas sin la más mínima capacidad de entender que los delitos del sionismo no son los únicos. Ya no digo pensar un poco más y tratar de imaginar que el Gobierno de Israel y la organización político-militar Hamás, que desde hace tiempo tiene como rehén al pueblo palestino, no tienen que reunirse ahora para ponerse de acuerdo, como les piden muchos. Hace tiempo que lo acordaron todo sin prensa y están del mismo lado. Al otro lado del muro invisible e impenetrable que construyeron están los pueblos de ambos bandos, engañados y totalmente cegados por el odio. Pueblos rehenes que se han convertido en esclavos de su propio odio y son una materia perfecta para cualquier experimento geopolítico.
Es muy impresionante ver que todo esto sucede en tierras a donde a gente de todo el mundo le encanta ir a orar, a hablar de espiritualidad y a repetir que Dios es amor. Tal vez pedirle a toda la izquierda revolucionaria y comprometida con las importantes causas de los pueblos oprimidos que se conecte con algo espiritual sería mucho. Pero, ¿alguien de ellos realmente cree que disparando misiles a las ciudades civiles de Israel y asesinando o secuestrando jóvenes y viejos judíos, que viven al lado de Gaza por no tener plata para estar en otros lugares, se avanza en establecer la justicia histórica para el pueblo palestino? ¿Se restablece la justicia secuestrada y profanada? ¿Se abre alguna especie de futuro? ¿Por qué para exigir algo justo se tiene que ver sangre de inocentes salpicando las hermosas banderas de la justicia?
Las situaciones críticas y dolorosas siempre revelan nuestra esencia. Algunas personas se apresuran a salvar a otros, mientras que otras eligen ser víctimas y culpar al mundo entero por sus propias desgracias, molestando a los dioses con su aburrido e inútil "¿por qué a mí?". Mientras unos buscan la irrisoria salvación personal, otros se hacen cargo del futuro, de la sociedad, de la esperanza. Se trata de dos posiciones opuestas e irreconciliables.
Todos sabemos lo que es el odio. Es natural e inherente a todas las personas. Cada uno de nosotros elige su manera de construir su propia y difícil relación con este sentimiento. Cada uno de nosotros conoce mejor que nadie el territorio de nuestra propia miseria y elige qué hacer con ese. No todas las expresiones de la naturaleza y de la fisiología humana deberían exhibirse con orgullo para que los demás las vean. Debería haber alguna mínima noción de pudor y no ir con los sentimientos y emociones desbordados exhibiéndose sin vergüenza alguna. Es antiestético.
Hoy, como ya casi de costumbre, todos los bandos de odiadores se protegen cómodamente detrás de la gran sombra del soldado soviético. Para los amantes de la historia y los ciudadanos con memoria de pez, permítanme recordarles:
El soldado soviético era humanista.
El soldado soviético no se vengó del pueblo alemán, sino que lo liberó del fascismo.
El soldado soviético, al matar enemigos, no llamó a la destrucción de los pueblos alemán o japonés como la fuente de todos sus problemas, sino que entendió claramente que el fascismo era enemigo de todos los pueblos, culturas y religiones.
El soldado soviético nunca luchó por sí mismo, sino por la liberación de toda la humanidad, sin dividir a la gente en rusos, alemanes, americanos y etíopes.
De lo contrario, nunca habría ganado.
Con las mil dudas que me invaden en estos días trágicos de Medio Oriente, estoy totalmente seguro que Vittorio Arrigoni, con o sin el premio Darwin, si nos viera hoy cómo estamos, le daría mucha vergüenza ajena.