Jeffrey Epstein y su mágica isla del poder

Oleg Yasinsky

Desde hace tiempo pienso, que, para descifrar los mensajes noticiosos de los grandes medios del sistema, como mínimo, hay que aprender a ser malpensados. Uno de los problemas sin resolver de este momento, es que el lenguaje que manejamos ya cada vez nos sirve menos para describir los hechos de la nueva realidad que enfrentamos.

Por ejemplo, de nada nos ayuda el término 'perverso' si queremos entender el fenómeno de Jeffrey Epstein y su "isla del pecado", la que antes se desconocía bajo el nombre de 'Little Saint James Island', un campo de concentración para niñas y adolescentes, convertidas en juguetes sexuales para los seres inhumanos adultos: los poderosos que iban a la isla para demostrar y ejercer su poder sin límites, como si no tuvieran pruebas suficientes de aquello, en su entorno cotidiano.

Desde la parte más pobre de mi imaginación, se me ocurre, que en un mundo donde todo es transable a un equivalente monetario, las mentes enfermas, pequeñas y necesitadas de uno u otro servicio carnal, que, si además son de multimillonarios, podrían acceder fácilmente a la realización de sus fantasías carnales con su lógica libremercadista, a la que tanto admiran. ¿Por qué extraña razón su verdadero placer debe suponer el dolor, sufrimiento, torturas o incluso la muerte de seres totalmente indefensos?

Sin caer en el morbo nauseabundo de los hechos sucedidos durante 17 años, desde el 2001 y hasta el 2018, en su isla paradisiaca, a donde cientos de vuelos privados le llevaban a las ilustres visitas y a sus víctimas, no podemos ser tan ingenuos como para no entender que hablamos de la punta del iceberg, descubierta por supuesto, no por una casualidad o tal vez, hasta con la intención de distraernos de algo aún mucho más grave.

El mar del capitalismo salvaje que baña nuestros continentes seguramente esconde miles de otras islas, iguales a la de Epstein o mucho peores, cumpliendo la sagrada ley de la oferta y la demanda, tierra o mar adentro

El gran Pier Paolo Pasolini en su última película 'Saló o los 120 días de Sodoma' mostró cómo el fascismo manipula y domina la psicología humana a través del sexo y la perversión. Cuentan, que cuando la cinta salió a mediados de la década de 1970, sus imágenes hacían vomitar o salir corriendo a sus espectadores. El problema de hoy, es que al lado de la realidad que viven cotidianamente varias de nuestras sociedades, reflejado en sus infalibles crónicas amarillistas, esta película ya se ve como algo bastante inocente. ¿Se habrá inspirado Epstein para reproducir algo de 'Saló' en su isla? ¿O la película no es más que un breve retrato psicológico de las mentes descompuestas por un poder absoluto? En todo caso, 'Saló' es la mejor descripción cinematográfica de lo que pasaba en esta isla del Caribe, varias décadas después de su rodaje.

Ahora se publican listas de los gobernantes y famosos que fueron visitantes de la isla del multimillonario pedófilo torturador. Seguramente no todos están involucrados en los delitos y tal vez varios de ellos no tenían cómo saber los secretos del lugar. Claro que por las selváticas leyes del 'mundo civilizado', sus rivales políticos, faranduleros y comerciales, ahora harán todo lo posible para hundirlos. Eso es lo que menos importa. Lo que importa es que la bestial concentración del poder y dinero en manos groseras y primitivas, está convirtiendo a nuestro planeta en una sucursal de su "isla del pecado", donde todos nuestros mundos humanos son reducidos a la única función de proveerles riquezas, vírgenes y esclavos.

Esta élite fascista reinante y que impone todas las políticas globalistas, que disfrazan de progreso para normalizar su amoralidad, no solo sexual sino la de su hambre desmedida de poder, y que en su afán depredador nos arrastra a la pérdida de la personalidad, uniformándonos a todos bajo un mismo discurso, un mismo gusto estético, una misma violencia, una sola sexualidad y una sola perversidad. Eso es el fascismo. Romper los límites humanos destrozando los parámetros éticos, y quien se atreva a cuestionarlo, satanizarlo como moralista ultraconservador patriarcal, tratando de convertir lo ético en un sinónimo de reaccionario y retrógrado.

Si alguien cree que estoy exagerando, revise por ejemplo las ofertas turísticas de las últimas décadas en Colombia, que, junto a los avisos comerciales, han sido parte de la crónica policial. Los seres no humanos menos poderosos que el señor Epstein, o menos multimillonarios o simplemente los que no tuvieron la suerte de ser parte de su círculo de 'privilegiados' contactos, siempre podían disfrutar de todo, abusando de niñas o niños de cualquier edad, incluso torturando impunemente a sus pequeños juguetes sexuales. Colombia es el ejemplo más cercano geográficamente a la famosa isla. Insisto, son decenas de países y cientos de islas. No se trata de ninguna excepción, es una norma de nuestros tiempos.

Pero hay un tema que no se suele tocar en los numerosos análisis sobre el escándalo. Tal vez, el tema central. ¿Qué le pasa al ser humano del siglo XXI? ¿De qué nos sirvieron todas las bibliotecas, todos los museos, todas las partituras y todas las tecnologías, lo creado y acumulado por nuestras generaciones hasta ahora, si al primer pedido de cualquier bestia dotada de dinero y poder, en pocos minutos despega un jet cargado de niños esclavos y aterriza en las coordenadas, en cualquier horario requerido, según la orden del servicio solicitado?

Y volviendo a la solicitud inicial de ser malpensados. ¿Destapando el morboso y pintoresco escándalo con la isla de Jeffrey Epstein, de qué tema más grave nos están distrayendo? ¿A qué grupo político estadounidense quieren perjudicar antes de las elecciones? ¿Cuántos lectores de la prensa serán capaces todavía de pensar que hay alguien allá muy arriba, entre las nubes, realmente indignado por los horrendos crímenes de su gente en la pintoresca isla del Caribe?