El sitio de Leningrado y otros bloqueos

Oleg Yasinsky

Hace pocos días, se cumplieron 80 años de una de las páginas más trágicas y heroicas de la Segunda Guerra Mundial, el asedio de Leningrado por las tropas nazis, que duró 872 días y le costó a los soviéticos más de un millón de vidas, cuando toda la población de esta ciudad no llegaba ni a tres millones de personas.

Fue un ejemplo de la resistencia del espíritu humano sin igual en la historia mundial. Mientras sonaban los cañones, las musas de Leningrado no callaron: la gente realmente moribunda de hambre no se dejó deshumanizar, como pretendía el enemigo, pues en la ciudad seguían funcionando museos, teatros y salas de conciertos, la radio. La voz de su poetisa Olga Bergholtz hacía de sus palabras un arma más de la resistencia:

"…No lo ocultamos: en aquellos días

comimos tierra, engrudo, cinturones,

pero tomando sopa de correa,

el maestro, terco, se ponía al torno

para afilar las piezas del cañón;

lo hacía mientras sus porfiados dedos

lograban aún producir sus movimientos.

Y si caía, abrazando el hierro,

como un soldado cae en la batalla.

La gente escuchaba los poemas,

como nunca antes, con profunda fe,

en sus apartamentos negros como cuevas,

al lado de los sordos altavoces…"

 

Una orquesta de músicos que se desmayaban de hambre y de frío seguía ensayando la 'Séptima sinfonía' del gran Dmitri Shostakóvich, conocida como la 'Sinfonía de Leningrado'. El mayor triunfo de los habitantes de Leningrado no era sólo el hecho de no dejar entrar a las tropas hitlerianas para tomar su ciudad, sino consistía en algo mucho más difícil: en no haberse convertido en bestias insensibles. No llegar a ser lo mismo que sus enemigos.

Cuando pienso en el asedio de Leningrado, lo primero que se me viene a la mente son los recuerdos del escritor ruso Dmitri Konanyjin: "Mi abuelo sabía cómo preparar tierra. Tierra dulce. ¿Sabes qué es preparar tierra? ¿No? Para hacer eso, necesitabas saber dónde se quemó el azúcar en los almacenes incendiados de Badáyevski, luego, despejar la nieve y escarbar el suelo congelado impregnado de azúcar quemado. En ese entonces, la tierra dulce se hervía. Como el té. Té de Leningrado. Té del bloqueo. Dulce como la tierra". También el fondo blanco de un paisaje, mancillado y surcado por las huellas de negros trineos funerarios, con las sombras humanas acompañando al entierro a sus seres queridos. 

La directiva del Jefe del Estado Mayor de la Marina alemana nº 1601/41 del 22 de septiembre de 1941 'El futuro de la ciudad de Petersburgo' (German Weisung No. Ia 1601/41 vom 22. September 1941 'Die Zukunft der Stadt Petersburg') indicaba claramente:

"2. El Führer ha decidido borrar la ciudad de Leningrado de la faz de la Tierra. Tras la derrota de la Rusia soviética, la continuación de la existencia de este mayor centro de población no nos interesa"...

(...)

"4. Está previsto rodear la ciudad en un estrecho anillo y arrasarla mediante bombardeos con artillería de todos los calibres y continuos bombardeos aéreos. Si, como consecuencia de la situación en la ciudad, se presentan solicitudes de rendición, estas deben ser rechazadas, ya que los problemas de la presencia de la población en la ciudad y su abastecimiento de alimentos no pueden ni deben ser resueltos por nosotros. En esta guerra, librada por nuestro derecho a existir, no nos interesa preservar ni siquiera a una parte de su población".

La directiva se estaba cumpliendo con todo el rigor alemán, y si no hubiera sido por el soldado y el ciudadano soviético, el destino que se había preparado para Leningrado y sus habitantes habría llegado a tocar a la mayor parte de la humanidad.

Obviamente, estos fueron documentos secretos que se descubrieron después de la Victoria. En aquellos años de la guerra, el bloqueo enemigo de Leningrado y sus alrededores perseguía en lo inmediato algo mucho más simple, como lo es convertir en pesadilla la vida cotidiana de la gente común para lograr su rendición incondicional a las fuerzas invasoras.

En este nítido recuerdo del pasado, deberíamos proyectarlo hacia la lógica del presente. La política de 'sanciones económicas' contra los países con gobiernos por una u otra razón 'indeseables' para Occidente, que desde hace tiempo se ha convertido en una norma de las relaciones internacionales, es la continuación directa de la lógica de los organizadores del sitio de Leningrado.

La idea es siempre la misma: crear unas condiciones de vida insoportables para los ciudadanos comunes de esos países para imponerles su propia voluntad política. Invisibles para la prensa mundial son los asesinatos masivos provocados por el hambre, la escasez de medicamentos, la prohibición del suministro de equipos médicos, etc. Cuba, Corea del Norte, Irán, Siria, Venezuela y tantos otros. La magnitud de las consecuencias de estos bloqueos modernos se diferencia del resultado de la tragedia de Leningrado no por las consideraciones éticas, las cuales simplemente no existen, sino sólo por las limitaciones de sus capacidades técnicas.

Los expertos en organizar los 'elegantes' genocidios de regiones enteras del mundo, los mismos que ordenan a sus súbditos europeos destruir los monumentos a los vencedores del fascismo, derramarán muchas más 'lágrimas de cocodrilo' por las víctimas del asedio de Leningrado e incluso pagarían algunas 'indemnizaciones', mandando 'ayuda humanitaria' para los pocos que sobrevivieron y sobreviven todavía. El tema de 'recompensar a las víctimas', como casi todo lo que hacen ellos últimamente, también se vuelve algo surrealista.

En su rueda de prensa del 18 de enero del 2024, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, comentó el tema de las famosas indemnizaciones alemanas: "Cuando Berlín empezó a pagar indemnizaciones puntuales a los ciudadanos de nacionalidad judía que sobrevivieron al bloqueo, estábamos convencidos de que era injusto. Llamamos la atención de nuestros colegas alemanes sobre ello. (…) Expliqué que la gente sufría, moría, se ayudaba independientemente de su nacionalidad. Había rusos, tártaros, judíos... un gran número de pueblos. La respuesta fue que a los judíos se les pagaba porque había una ley que obligaba a pagar a las víctimas del Holocausto. Y los demás que murieron en Leningrado no fueron víctimas del Holocausto. Lo absurdo de semejante postura es evidente. Empecé a explicar que el bloqueo fue un fenómeno único de la Segunda Guerra Mundial (…). No había distinción entre los que sobrevivían, comían gatos, hervían botas, enterraban gente. Queríamos avergonzar a los alemanes. No funcionó. Todo lo que oímos como respuesta fue: ya que la ley del Holocausto permite los pagos, que lo hagan. Y si pagan a quienes no entran en la categoría de "víctimas del Holocausto", se verán desbordados con solicitudes. Sugerí que hicieran una ley aparte para los supervivientes del asedio de Leningrado, para que quedara absolutamente claro. (...) Nos dirigimos al Congreso Judío Europeo y a Israel. Dijimos explícitamente que a Tel Aviv le interesaría mostrar solidaridad con aquellos que, junto con los judíos, sobrevivieron absolutamente en las mismas condiciones insoportables. Pero allí tampoco hay interés en promover este tema. Además, nos enteramos de que, de alguna manera inimaginable, los veteranos de la División Azul, que estaba compuesta por españoles y participó en la Segunda Guerra Mundial del lado de la Wehrmacht, incluido el sitio de Leningrado, reciben pagos del Estado alemán. Y nuestros supervivientes del asedio, a los que ellos torturaron, están en esta situación".

Se hará todo lo posible para distraernos del hecho de que la guerra contra la Humanidad, la que hace 80 años se cobró más de un millón de vidas de habitantes de Leningrado, continúa.