Cuando nos llegaron las primeras imágenes de la brutal invasión de la Policía ecuatoriana a la Embajada de México en Quito, lo primero que pensé fue que sumando a eso la bestialidad del ataque con misiles de Israel al consulado iraní en Siria, sucedida solo unos días antes, ya con toda la certeza podríamos concluir que se acabó el mundo en el que al menos aparentemente existía una diplomacia bajo el acuerdo de ciertas reglas.
Estos tiempos los suelen comparar con el período de la Guerra Fría. Pero la comparación es ciertamente errónea, pues durante la Guerra Fría las embajadas de los peores enemigos permanecieron intocables, incluso en el tiempo de las dictaduras más brutales de América Latina. Miles de opositores perseguidos pudieron salvar sus vidas, porque tenían la certeza de que al llegar al territorio de las embajadas de cualquier país, con o sin asilo político, podían sentirse a salvo. Por eso, lo que hizo el Gobierno de Daniel Noboa no tiene nombre.
La "condena" del Departamento de Estado de EE.UU. al asalto de la Embajada mexicana en Ecuador, tiene el mismo valor que sus habituales "llamados a la moderación" a Israel para que frene su exterminio de palestinos. Los que entiendan algo de la política internacional saben muy bien que el presidente Noboa, totalmente controlado desde Washington, jamás agredería ni al gato de un jardinero de la legación diplomática mexicana sin el permiso o la orden directa del imperio.
Acordémonos de los dramáticos hechos del 1 de marzo del 2008, cuando helicópteros y aviones del Ejército colombiano atacaron un campamento de la guerrilla de las FARC en el territorio ecuatoriano, causando la muerte de 25 personas entre guerrilleros y civiles, colombianos, mexicanos y ecuatorianos. Los soldados descendieron de los helicópteros para rematar a los heridos.
El presidente colombiano de entonces, Álvaro Uribe, llamó a su homólogo ecuatoriano Rafael Correa para mentirle con el cuento de que "las tropas colombianas cruzaron la frontera mientras perseguía al enemigo en medio de una acción militar", aunque pocas horas después se evidenció que la operación nocturna fue planificada con mucha antelación y con el uso de tecnologías de punta. Luego Quito rompió relaciones diplomáticas con Bogotá y la región llegó a estar casi a punto de una guerra.
Ese gravísimo caso de invasión militar al territorio vecino, que no tiene justificación ni atenuantes, fue bastante menos grave que el incidente de ahora. Esa vez el Ejército colombiano actuó contra un grupo armado en un lugar de difícil acceso, además de que la guerrilla colombiana permanecía en el territorio ecuatoriano de forma ilegal. Sin embargo, ahora el Gobierno ecuatoriano realizó una operación armada contra una institución civil extranjera, que cuenta como si fuera el propio territorio mexicano, y secuestraron a un exvicepresidente ecuatoriano, que además ya contaba con asilo político.
Las explicaciones de la Cancillería de Ecuador, que dijo que "ningún delincuente puede ser considerado perseguido político" y que actuó frente a "un riesgo real de fuga inminente del ciudadano requerido por la Justicia", aparte de ser totalmente grotescas y soberbias, revelan la ignorancia total frente a las leyes internacionales y las normas diplomáticas.
Las acusaciones de corrupción contra el secuestrado, el exvicepresidente de Ecuador Jorge Glas, no tienen absolutamente nada que ver con el tema central.
Podríamos hablar mucho de la presunción de inocencia, de la brutal campaña de persecución al correísmo, acusado de todos los males de Ecuador, del rol importantísimo que jugó Glas en los gobiernos de la Revolución Ciudadana que hicieron más que nadie por el país. También podemos tocar el sensible tema de la ingratitud de la gente que tanto se benefició con los programas de Rafael Correa y que ahora repite las burradas de la prensa patronal. Pero no es el tema. Jorge Glas se encontraba en territorio mexicano como ciudadano protegido por el Gobierno de México.
Las imágenes de policías ecuatorianos armados entrando a la Embajada y golpeando a los diplomáticos que trataron de detener su embestida, parecen ser de una mala y exagerada película sobre las dictaduras de las repúblicas bananeras del siglo pasado. "Exagerada" porque ningún dictador genocida se permitió algo así. Pero al parecer, los tiempos han cambiado y las reglas del "mundo basado en reglas" también.
Con esto que ha sucedido en Ecuador nos encontramos frente a un caso de poder construido por la intervención directa de Estados Unidos, que ha restaurado la fuerza total de los regímenes oligárquicos y el correspondiente estatus del país como una república bananera. Ecuador se ha convertido en un centro regional de coordinación del narcotráfico, del crimen organizado y de las operaciones políticas para desestabilizar a gobiernos vecinos indeseables para Washington.
Hace pocos meses, los dueños del terrorismo internacional, que tienen en el Gobierno de Quito sus fieles gerentes, después de un infalible y sangriento 'show', le declararon la "guerra al crimen organizado" con el único fin de "limpiarse" de movimientos sociales peligrosos para su poder.
El verdadero peligro para ellos no es el retorno de Rafael Correa al poder, sino la unidad de toda la izquierda ecuatoriana, que superando los errores, malos entendidos y las trágicas divisiones, podría ponerle fin al actual régimen colonial. La brutal detención de Jorge Glas en la Embajada mexicana es una clara señal a todos los adversarios políticos del Gobierno actual, de que la guerra contra ellos de ahora en adelante se hará sin reglas ni respeto de nada.
La justicia comprada por los dueños del narcotráfico y la industria armamentista mundial acusará de "corruptos" a todos los políticos inconvenientes, mientras que a las organizaciones sindicales, campesinas o indígenas las tildará de "terroristas". Los asesinatos políticos serán presentados como "resultado del desborde del crimen organizado". El crimen organizado y desorganizado crecerá aún más, debido también a las consecuencias sociales de las reformas neoliberales.
El Ecuador de Daniel Noboa, igual que El Salvador de Nayib Bukele o la Argentina de Javier Milei, son piezas fundamentales de un nuevo rompecabezas que prepara el capitalismo neoliberal para Latinoamérica y el mundo. Es un experimento novedoso, sin fronteras, sin límites, sin reglas, sin tabúes. Dirigido desde un solo centro en el norte. Los países son los laboratorios y sus pueblos los conejillos de indias, con quienes se va comprobando la fórmula del control total, un modelo que no dejará posibilidades para ninguna alternativa perjudicial que pueda afectar al poder del fascismo corporativo.
En todo el mundo, después de las actuales sobredosis de TV o de redes sociales (que no es lo mismo, pero es igual), la gente no quiere que sus derechos (los de los "buenos") sean equiparados a los de los otros (los "malos", o sea "delincuentes", "corruptos", etc.). Con esta misma lógica se llega a pensar que hay unos países "buenos" que pueden imponerse a los otros que son "malos", "incivilizados" o "no democráticos". Y de esta forma, la justicia, cuya imagen era representada por una balanza, hoy ya no es otra cosa que un mazo. Por eso tantos pobres y explotados —es decir, electores y defensores de sus verdugos— aplauden el encarcelamiento del exvicepresidente ecuatoriano.