Las 'noches blancas' en San Petersburgo son un fenómeno que se presenta por la altitud geográfica de la ciudad y, en estas semanas de verano, la noche no llega a oscurecerse por completo. Hace unos días, una de estas noches se pintó de otro color, de rojo escarlata. En San Petersburgo se celebró la gran fiesta tradicional conocida como Velas Escarlatas. Es el regalo que la ciudad les brinda a todos los escolares graduados del año, niños egresados de la secundaria, que en estas fechas dan el paso a su vida adulta, al finalizar este periodo de la infancia.
La fiesta está inspirada en una novela del escritor soviético Alexánder Grin (y no 'Green' como sugieren algunos traductores automáticos, ya que es un seudónimo que proviene de su apellido Grinevski). La historia sobre un barco de 'Velas escarlatas' es una novela de amor, casi un sueño que, por supuesto, se hace realidad. Todos los niños soviéticos conocían muy bien este libro. Después de la medianoche, el bergantín con las velas de color escarlata, entra por el río Nevá al centro de la ciudad, cruzando debajo de sus puentes, que se abren y se cierran, acompañado de un impresionante despliegue de fuegos artificiales.
La primera vez que se celebró esta fiesta fue en 1968, por iniciativa del Palacio de Pioneros de Leningrado que, desde entonces, la convirtió en una tradición anual y en uno de los eventos culturales más vistos de toda Rusia. Esta vez, al barco con velas escarlatas lo acompañaron desde los malecones de San Petersburgo casi dos millones de personas.
La protagonista del libro de Alexánder Grin se llama Assol, es una niña pobre, hija de un pescador, que vive con su papá en un pueblito costero. Cuando ella era muy pequeña, se encontró con el viejo cuentero Egl, a quien le mostró los barquitos que su papá hacía para vender y poder sobrevivir. Egl, en medio del juego, conmovido por la austera vida de la niña, le predijo que un día vendría por ella un hermoso barco con velas de color escarlata y en él un bello príncipe que la buscaría para llevarla a una vida feliz. Cuando Assol regresó y les contó esta historia a los vecinos, se convirtió en objeto de burlas y menosprecio, porque en aquel pueblito olvidado ya hacía tiempo la gente había dejado de cantar y de soñar. Pese a eso, Assol creyó en el cuento de Egl y cada mañana salía a la orilla del mar a esperar el barco de velas escarlatas.
Artur Grei, hijo de una familia de aristócratas que vivía en un castillo, era un niño que había crecido entre libros de piratas y aventuras, lecturas prohibidas por sus padres, sin embargo, Artur vivía enamorado del mar. Finalmente, peleó con su padre, quien lo desheredó, y se convirtió en lo que soñaba, ser un marinero. Con esfuerzo, llegó a ser un joven capitán y logró tener su barco. Un día, pasando por el pueblito de Assol, sintió algo que nunca había sentido, bajó del barco para dar un paseo y encontró a Assol durmiendo en la orilla. Quiso saber quién era ella, preguntó a uno de sus paisanos, quien le contó su historia, entonces se puso manos a la obra. Pocos días después, Assol, como de costumbre, salió a mirar el mar y vio el bergantín de Artur Grei que se dirigía hacia ella, con sus velas escarlatas.
El sistema que gobierna el mundo ha contado a las niñas un cuento de hadas muy diferente: el de un príncipe azul que por nada y a cambio de nada, llegará montado en un caballo blanco, resolverá todos sus problemas, cumplirá todos sus deseos y se las llevará a otro mundo lejano de felicidad. En este sueño, no hay lugar para el viento ni para las velas, está anclado al deseo de soluciones externas, que vengan de fuera, a caprichos egoístas. El príncipe azul es tan producto como lo es cualquier préstamo bancario o un frigorífico, la única diferencia entre ellos es que el primero no existe.
Lo que les importa a las niñas criadas por este sistema es lo que les dará el príncipe y su belleza. Quién es el príncipe o cómo es más allá de su aspecto es lo que menos les importa.
Alexánder Grin nos cuenta otra historia. Assol conocía a su amor mucho antes de verlo en la realidad. Su encuentro fue un encuentro entre almas que pasaron toda la vida navegando la una hacia la otra. La primera pregunta que Assol le hace al capitán Grei es si llevará a su padre con ellos. Al cumplirse su sueño, no olvida quién es ni su origen ni a su familia.
Rusia y el mundo necesitan un manifiesto de las 'Velas Escarlatas'. Assol es la humanidad que sigue mirando al horizonte del mar. El mar de nuestra historia, aún tormentoso, salado, oscuro, interminable, inconcebible. Un color que refleja el encuentro de nuestra mirada y del cielo. La historia que cuenta Grin es sobre el trabajo humano más necesario y más duro, que es el de tener esperanza.
La novela 'Velas Escarlatas' fue escrita en los años 20, en los albores de la historia soviética y, por tanto, estas velas no podían ser de otro color. Nuestro país, a través del mar inexplorado del tiempo, estaba llevándolas al mundo.
En la grandiosa representación de San Petersburgo, tras sus colores y magníficos fuegos artificiales, los escolares, principales destinatarios de la fiesta, deberían descifrar el significado de esta historia, poco usual para las pantallas de estos tiempos.
Otro detalle importante: Alexánder Grin cuenta en sus memorias que cuando escribía esta historia, en San Petersburgo había problemas con el papel, y algunos de los borradores se hicieron en hojas de antiguos informes contables, entre líneas llenas de cifras y letras. Es un buen recordatorio para aquellos a los que les gusta decir que "por fin escribirán" su gran obra, cuando "tengan por fin una computadora nueva", "unas condiciones normales de trabajo" o "tiempo libre".
A partir de los tiempos de Perestroika, algunos 'críticos de arte' intentaron convertir al autor de las 'Velas Escarlatas' en un 'anticomunista' citando esta declaración de él, la que, más bien, me parece absolutamente revolucionaria: "Debo precisar que, aunque amo el color rojo, excluyo de mi predilección cromática su significado político o más bien sectario. Color del vino, de las rosas, del alba, del rubí, de los labios sanos, de la sangre y de las pequeñas mandarinas, este color —en sus múltiples matices— es siempre alegre y certero. A él no se le aferrarán interpretaciones falsas o vagas".
Las falsas interpretaciones tampoco se aferrarán a las 'Velas Escarlatas'. Y esperaremos el manifiesto de Assol, que ya se está escribiendo.