Los sirios suelen decir: "Antes de ser musulmanes, cristianos, judíos o drusos, todos éramos sirios". Y no hay duda de que es una gran verdad si echamos un vistazo a la historia de la región desde los orígenes de la civilización.
Situada en la encrucijada geográfica que conecta Europa, África y Asia, y ruta comercial desde antaño, la Gran Siria fue tierra compartida por árabes, filisteos, judíos, arameos y amorreos en los tiempos en que el Antiguo Egipto y Mesopotamia se disputaban la hegemonía del Antiguo Oriente Medio. La tolerancia, la diversidad y el cosmopolitismo de estos pueblos semitas fue una necesidad cultural para hacer posible la convivencia durante miles de años, y de ella se deriva la cultura de la hospitalidad que actualmente les caracteriza.
Antes de la Primera Guerra Mundial, 'Bilad al Cham', territorio donde el Antiguo Testamento situaba el paraíso terrenal, se extendía desde las fronteras de las actuales Turquía hasta las de Arabia Saudita, y desde el Sinaí al río Éufrates. Bajo el dominio del Imperio Otomano, estaba formada por ciudades y pueblos interconfesionales e interétnicos, en los que comunidades humanas de diferentes religiones y etnias convivían pacíficamente desde las últimas cruzadas.
Bilad Al Sham bajo administración otomana
Aunque actualmente pueda parecer paradójico, las comunidades cristianas y judías gozaban de gran importancia política, económica y social en toda la región, y eran muy respetadas en ciudades milenarias de mayoría musulmana como Damasco, Alepo y Bagdad. Compartían todas ellas una cultura semita y hablaban árabe, y los musulmanes recordaban que sus antepasados habían sido judíos y cristianos que se habían convertido al Islam a partir de los siglos VII y VIII, de tal manera que todos se consideraban pertenecientes a la misma etnia semita y fieles a alguna de las tres religiones monoteístas de los libros sagrados. La convivencia fue generalmente pacífica y se caracterizó por la tolerancia recíproca y la ausencia de cualquier tipo de extremismo religioso.
El Tratado de Sykes-Picot, concluido en secreto el 16 de Mayo de 1916 en plena Primera Guerra Mundial, marca el inicio se la política neo-imperialista en Oriente medio, "permitiendo" a Gran Bretaña y Francia dividirse los territorios del Oriente Próximo tras la contienda, y creando cuatro estados; Siria ,Líbano, Transjordania y Palestina. La posterior ocupación franco-británica puso las bases de lo que sería "la catástrofe" o "Naqba", tal como se conoce en el Mundo Árabe a la creación del Estado de Israel, que supuso la expulsión de miles de palestinos de sus propias casas y su migración forzosa hacia ciudades como Damasco, Amman, Beirut, El Cairo y Bagdad.
Esta tragedia histórica provocó a su vez la aparición de un lógico y comprensible antisionismo (que no antisemitismo) en toda la región, pero también de un injusto antijudaísmo, que se manifestó a través de la creciente intolerancia hacia los judíos en todo Oriente Próximo, hasta el punto de que muchos de los judíos autóctonos de la región sufrieron represalias vecinales injustas tras las sucesivas derrotas bélicas de los ejércitos árabes ante Israel. A consecuencia de ello muchos judíos de la región decidieron emigrar, principalmente a Israel o a Estados Unidos, pero también a Turquía, Irán, Marruecos y Túnez.
Por todo ello, podemos afirmar sin tapujos que la creación del Estado sionista de Israel y la diáspora palestina acabó con la convivencia milenaria y desestabilizó la región de forma paulatina. Nadie sospechaba que detrás de esta tragedia histórica y espiritual se ocultaban siniestros intereses geopolíticos anglosionistas para evitar la influencia soviética en la región y asegurarse el acceso a los recursos energéticos a medio y largo plazo.
La segunda gran catástrofe se produce a partir del 11 de septiembre de 2001, cuando G.W.Bush lanza su "Guerra contra el terror" que ha acabado siendo la gran maldición de los cristianos y otras minorías de Oriente Medio. Antes de la invasión de Irak en 2003, un millón y medio de cristianos vivían por todo el país, ocupando incluso cargos políticos e institucionales en el gobierno secular de Sadam Hussein, que pertenecía a la comunidad sunita. A día de hoy no quedan más de 400.000 cristianos, y la mayoría han emigrado al ser objetivo del terrorismo islamista y víctimas propiciatorias de los constantes choques entre chiitas y sunitas
http://elmed.io/cristianos-iraquies-entre-el-paraiso-y-el-exterminio
Actualmente se está produciendo la última y quizás la peor de las catástrofes que han azotado a la región. Las denominadas "primaveras árabes" y, especialmente, el conflicto sirio, son un claro y descarado ejemplo de intervención instigada desde el exterior. La intervención en este caso no es solo ilegal, sino también inmoral, hasta el punto que las minorías religiosas son atacadas por mercenarios yihadistas financiados por las petromonarquías y al grito de "Los cristianos a Beirut y los alauitas a ataúd".
Siria y Líbano son los dos únicos países de la tierra tres veces santa que mantienen intacta la pluralidad étnica y religiosa heredada desde tiempos inmemoriales, y que fue enriquecida hace casi un siglo con la llegada de comunidades armenias que huían del genocidio perpetrado por Turquía en 1916. Dados los antecedentes de Irak, si el país cayera en las manos de las milicias de yihadistas extranjeros patrocinadas por Al Qaeda, las minorías serían muy probablemente perseguidas y obligadas a convertirse al Islam o a emigrar.
Si eso ocurriera, Estados Unidos y sus aliados no solo serían inductores y cómplices de crímenes de guerra y lesa humanidad, sino también de un grave crimen contra el patrimonio espiritual de la humanidad. Si Obama ataca a Siria, el Paraíso Terrenal de los textos bíblicos acabaría definitivamente convirtiéndose en un infierno.
Francisco Sánchez Muñoz es abogado y analista internacional
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