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La triste historia de los castratos

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La triste historia de los castratos

Durante el papado de Paulo IV (1555–1559) se expidió una bula que prohibió a las mujeres cantar en los templos católicos y surgió la necesidad de tener coros estrictamente de varones. De esta forma, se recurrió a la castración de hombres adolescentes para que conservaran la voz característica de la niñez y pudieran cantar en las tonalidades más agudas. Esta práctica fue muy común para la interpretación de papeles masculinos con una voz delgada en el barroco y prevaleció hasta el siglo XX con Alessandro Moreschi (1858–1922) a quien se lo conocía como "l'Angelo di Roma", y de quien se sabe es el último castrado con fines líricos en la historia.


Alessandro Moreschi

Alessandro, que provenía de una familia pobre y numerosa, fue castrado a la edad de 7 años para curarle de una hernia inguinal; al parecer procedimiento común en la Italia de la época. Luego, durante toda su niñez y juventud estudió canto bajo la dirección de un compositor de música sacra que hizo que fuera aceptado en el Coro de la Capilla Sixtina a la edad de 25 años, en una época en que prácticamente habían desaparecido estos cantantes puesto que la castración infantil con fines artísticos había sido prohibida desde 1870. Moreschi siempre aseguró que su castración tuvo lugar cinco años antes de la promulgación de aquella norma prohibitoria.

Pero fue en el siglo XVIII donde estos jóvenes se tomaron los grandes escenarios europeos y enloquecían al público —generalmente femenino— con sus angelicales voces. Se habla también de que estos coquetos jóvenes ejercían a veces la prostitución ofreciéndose a hombres y mujeres por igual, ya que al ser castrados, esa condición los colocaba en terreno neutral y con la ventajosa posibilidad de ofrecer favores a diestra y siniestra.
En este universo del espectáculo clásico, lo peor y lo mejor que le podía suceder a un niño italiano era tener una voz hermosa. Si los padres accedían a que alguno de sus hijos se hiciera corista, el infante era llevado al barbero de la esquina donde la castración se consumaba.

La cirugía tomaba un par de horas. En realidad, el efecto del opio en los sentidos del muchacho era lo que requería mayor tiempo. Una vez que el chico estaba sedado, era colocado en una tina de agua caliente, lo que permitía mantener la dilatación de la zona genital. Sin obstáculos de por medio, el barbero trabajaba a sus anchas, mutilando los conductos principales a los testículos los cuales, con el tiempo, se atrofiaban.

Pero como todos sabemos, no siempre las promesas se cumplen. De la gran cantidad de niños que fueron castrados, solo unos cuantos tuvieron la fortuna de cantar frente a las exigentes audiencias de la ópera europea. Y así, lastimosamente, si no lograban brillar en los escenarios, los castratos no solamente se enfrentaban a un fracaso profesional; en muchas ocasiones —por no decir casi siempre— lo que estaba en juego era su vida. De acuerdo con las habilidades del cirujano, la tasa de mortandad en las operaciones variaba. Además, el éxito de una mutilación nunca garantizaba una vida consagrada al estrellato y por una sencilla razón: después de la castración, los chicos eran sometidos a un intenso entrenamiento vocal y no todos alcanzaban la calidad que se exigía en el plano profesional. Muy pocos de ellos se convertían en estrellas rutilantes que veían parcialmente compensado el sacrificio de su sexualidad.

Ya para fines del siglo XVIII, la moda de los castratos estaba en decadencia, el mundo de la ópera ya no los consideraba indispensables, por lo que muchos de ellos terminaron engrosando las filas de los coros de la Capilla Sixtina en el Vaticano.


Farinelli, famoso castrato del siglo XVIII

Generalmente, la edad de los niños castrados oscilaba entre los nueve y quince años, lo que cortaba de tajo su madurez. Por eso, no es extraño que aquellos divos fueran individuos antipáticos, egocéntricos, a menudo atacados por rabietas y caprichos infantiles, aunque también hay que apuntar que su condición los convertía en verdaderos depredadores sexuales, perseguidos con olfato de sabueso por decenas de damas aristócratas insaciables.

Aquí hay que hacer una diferenciación importante con los eunucos de oriente medio, que eran castrados siendo infantes, lo que les acentuaba características femeninas y una ausencia total del deseo sexual. En cambio, los castratos a partir de los 12 años tenían un desarrollo físico casi normal, y lograban una erección sin problemas. La obvia resistencia adicional que les proporcionaba su condición en el lecho, y su incapacidad para concebir, los convirtió en verdaderos trofeos para las mujeres de la época.

Un blog de actualidad, historia y curiosidades desde la Mitad del Mundo, Ecuador creado por el autor de Sentado frente al Mundo .

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