Pauline Bonaparte, la mujer ardiente

Sentado frente al Mundo por Carlos Suasnavas

«Después, cuando le preguntaban: "¿cómo pudiste posar desnuda siendo la hermana del Emperador?”, ella tranquilamente respondía: "¿y por qué no?, no hacía frío, y ese estudio era caliente como el infierno".»

Es verdad aquello de que sería maravilloso poder elegir a nuestros familiares, pero a todos los mortales nos toca chantarnos, aguantarnos -con buena o mala cara- lo que el destino nos deparó, y eso lo supo Napoleón Bonaparte mejor que nadie. Tuvo hermanos codiciosos a los que colocó en tronos europeos que al final terminaron siendo títeres de sus enemigos. De todos sus hermanos, Pauline era su favorita y en reciprocidad fue ella la que lo acompañó y apoyó hasta el final, hasta en el destierro.

Maria Pauline Buonaparte nació el 20 de octubre de 1780 en la Isla de Córcega, pero fue más conocida como Paoletta. Esto se debe a que todos los Bonaparte utilizaron las versiones francesas de sus nombres cuando se mudaron al continente. Era la sexta hija (segunda mujer) de Carlo Buonaparte y su esposa Letizia. Tenía apenas cinco años cuando su padre murió y José, su hermano mayor, se convirtió en jefe de la familia, pero fue Napoleón quien forjó la fortuna de la familia durante su ascenso al poder, primero como General del ejército francés, luego como Primer Cónsul y finalmente como Emperador.

Su infancia, como la mayoría de sus hermanos, la vivió en su isla natal, donde recibió algo de educación formal hasta los trece años, edad en la junto a su familia tuvo que huir en medio de la noche a Marsella.

Pauline Bonaparte

Pauline era la bella de la familia, tenía una figura exuberante y un rostro diáfano y simétrico que le atrajo legiones de admiradores, lo cual siempre fue causa de preocupación de su madre y hermanos. Cuando Pauline tenía dieciséis años, se enamoró de Stanislas Fréron, que para esa época tenía cuarenta años de edad y una amplia reputación de mujeriego. Después de que su madre y hermanos le hicieron ver lo nocivo de aquella relación, su hermano Napoleón la agarró en delito fragante con Víctor Emmanuel Leclerc detrás del biombo de su oficina. Por supuesto, los obligó a casarse.

Víctor Leclerc a sus 24 años era general del ejército de Napoleón y uno de sus hombres más fieles. Admiraba tanto a Bonaparte, que no sólo vestía como él, sino que también imitaba su forma de andar. Se casaron el 14 de junio de 1797, y aunque Paulina –ahora de 17 años- albergaba ciertos sentimientos hacia su marido, al poco tiempo dejó de serle fiel. Era vox populi que tenía una gran afición hacia los soldados rasos. Un año más tarde dio a luz a su único hijo, un varón al que Napoleón insistió en bautizarlo como Dermide, debido a un personaje de algún poema que le gustaba.

General Leclerc y Pauline Bonaparte

A Leclerc le fue confiado el mando del ejército francés en Haití, donde un soldado negro rebelde junto al médico de la población, habían logrado derrocar no sólo a los colonos franceses e ingleses, sino también liberar a los esclavos (en un inicio con la aprobación de Napoleón). Sin embargo, ahora el negro Toussaint Louverture (así se llamaba) se había convertido en un problema, se había autonombrado Gobernador de la isla, declarando que él era el Bonaparte de Santo Domingo.

Bueno, el asunto es que Napoleón quería que su cuñado fuera y sometiera a Toussaint, lo encarcelara y que la esclavitud fuera restablecida en la colonia. Cuando Pauline se enteró del viaje que le esperaba junto a su marido -a un lugar tan poco glamoroso-, tuvo un ataque de histeria y tuvo que ser llevada por la fuerza a la nave. Llegaron a Haití en 1801. Una vez ahí, sin embargo, Paulina se dio cuenta de que la sociedad no era tan provinciana como ella había pensado. Encontró bailes y fiestas de sociedad en la pequeña isla, donde aparte de los franceses también convivía una pequeña aristocracia inglesa y española.

El rebelde haitiano Toussanit Louverture, según un grabado de 1802

El clima, los ritmos exóticos y el ambiente caribeño devolvieron a Pauline su vitalidad, su picardía y ella volvió por sus fueros, involucrándose principalmente con soldados de bajo rango y oficiales. Sin embargo, cuando la isla fue golpeada por la fiebre amarilla, se reconoce que Pauline cumplió una gran labor sumándose a las brigadas de atención a los enfermos. Lastimosamente su esposo, el joven General Leclerc fue uno de los muchos que murieron con la epidemia. Pauline estaba desolada, se cortó su larga cabellera y la depositó junto al cuerpo de su marido en el ataúd, tras lo cual regresó con su pequeño hijo a Francia.

El duelo y la pena de Pauline no duraron mucho, ya que llegando a Europa retomó sus ardientes hábitos. Y ahora no sólo se limitaba a disfrutar de sus apetitos físicos y carnales, sino que también sacó a relucir su lado materialista. Compró lotes de ropa y de la mejor, más de la que podría usar el resto de su vida a un vestido diario. Pasaba de fiesta en fiesta y siempre hasta el final, una mujer de afterparty, pero su reciente viudez y comportamiento provocaron una oleada de rumores entre las clases altas francesas. Llevaba vestidos tan transparentes que uno podía ver la perfección de su cuerpo a través de la tela. Era impulsiva y coqueta, pero así mismo carecía de instinto maternal. Cuando su hijo murió a la edad de ocho años, Pauline no estaba a su lado. Napoleón trató de ocultar este hecho, siempre quiso vender una mejor imagen de su hermana, pero su comportamiento no ayudaba. Ella prefería seguir con su rutina de belleza que incluía una bañera diaria de leche mezclada con agua, a la cual adjudicaba la suavidad de su piel y lozanía de su rostro.

Generalmente era asistida en la bañera por un sirviente negro llamado Pablo. Cuando alguien le hacía notar que esa compañía era impropia en un momento tan íntimo como el baño diario, la hermana del Emperador pronunciaba la frasecita tristemente célebre: "un negro no es un hombre". De todas formas, hizo que Pablo fuese también acompañado por otro de sus sirvientes blancos, para de esa forma dar a su baño una apariencia más respetable.

Pauline tenía la costumbre de recibir a sus invitados masculinos mientras descansaba dentro de su bañera. Cuando salía de ella podía pasar horas con sus invitados vistiendo solamente una camisa, un poco de labial, el pelo recogido y el perfume elegido.

Pauline Bonaparte

A diferencia de los otros hermanos de Napoleón, Pauline no era muy ambiciosa en eso de los títulos y tampoco quería un reino para gobernar. En ese sentido, Napoleón la trató espléndidamente, como a todos sus hermanos. Cuando le regaló el ducado de Guantalla (con tierra y habitantes), ella más práctica e inteligente se lo vendió al Reino de Parma por seis millones de francos, sin embargo conservó para sí el título de Princesa de Guantalla.

Para agosto de 1803 habían pasado apenas ocho meses desde la muerte de su primer marido, pero Pauline ya se estaba casando con el príncipe Camilo Borghese. Napoleón estaba horrorizado al ver que su hermana se casaba tan pronto, pero Borghese era uno de los hombres más ricos de Italia, con una de las colecciones de diamantes más hermosa del mundo y por supuesto, dueño de la Villa Borghese. El matrimonio le dotaba a Pauline de 800.000 francos, la propiedad de parte de la Villa Borghese, joyas de la colección de la familia y dos carruajes personales entre otras chucherías. Pero no tardó mucho tiempo en desilusionarse de su marido. Ya sabemos, la vida de los reyes y poderosos siempre ha sido la carroña del pueblo, y empezaron a regarse rumores de que Camilo, como todo buen romano era homosexual, mientras que otros decían que no dio la talla a Pauline, mujer acostumbrada a hombres mejor dotados, no precisamente en lo económico. También había algo de fondo, y era que a ella no le gustaba para nada la sociedad romana, sencillamente amaba Francia. Antes de volverse a su patria e ignorando las protestas de su esposo, pasó brevemente por Florencia, donde encargó que le tallara dos estatuas de sí misma al escultor Antonio Canova, el tallador más famoso de Italia en aquella época.

Su segundo esposo, el Príncipe Camilo Borghese

Canova ya había hecho varios trabajos para Napoleón, así que esculpir a la hermana favorita del emperador le era muy natural, hasta que Pauline decidió posar desnuda, lo que conmocionó al escultor, cuyas manos dicen, temblaban cuando aplicaba la arcilla sobre su cuerpo. Después, cuando le preguntaban "cómo pudo posar desnuda", ella respondía: "¿y por qué no?, no hacía frío, ese estudio era caliente como el infierno".

La estatua de Pauline llamada Venus Victrix avergonzó tanto a su marido, que la hizo esconder en un desván donde nadie pudiese verla, pero la vida es irónica y muchas veces se nos ríe en la cara: fue encontrada en las bodegas de la casona y puesta en exhibición permanente en la Villa Borghese de Roma, donde ahora todo el mundo puede contemplar la desnudez de su esposa.

Paulina Bonaparte tallada por Antonio Canova

Según algunos historiadores, la promiscuidad le pasó factura a la bella Pauline porque se dice sufría de una enfermedad venérea que temporalmente la convertía en ninfómana, lo cual evidentemente es un mito. Lo que sí es cierto es que ella tuvo varios amantes, a los cuales acudía por su constante necesidad de sexo. Uno de los afortunados fue el pintor e intelectual Nicolás de Forbin, un artista venido a menos y que pintaba para poder comer, a quien Pauline le cambió la vida haciéndole su chambelán. Curiosamente era más conocido por estar bien dotado que por sus cuadros. También una época tuvo de favorito al violinista Blangini, al que dejó de lado por su colega Nicolo Paganini, y después a Jules de Canouville, jefe de personal de Napoleón. En un desesperado esfuerzo por proteger su reputación, Napoleón adoptó la tendencia de enviar lejos a sus amantes militares, al frente de batalla, de donde nunca regresaban.

Napoleón vencido, derrotado

Cuando Napoleón perdió el poder, Pauline le demostró que a pesar de sus excesos y defectos, siempre fue una buena hermana. Liquidó todos sus bienes en dinero en efectivo (vendió su casa al duque de Wellington, que quedó encantado con ella), y se trasladó a Elba, uniéndose a su hermano en el exilio. Ella fue la única hermana que lo apoyó. Su hermana Caroline, a quien Napoleón había hecho reina de Nápoles, intrigó a su marido para volverse en contra de su hermano. Pauline en cambio utilizó su dinero para mejorar las condiciones de Napoleón en la isla. Organizó grandes fiestas y bailes para los habitantes, y se puso los vestidos más bonitos para agradar a su hermano. Bonaparte, a pesar de que amaba a su hermana, encontró su presencia particularmente difícil al poco tiempo. Sin embargo, cuando el corso decidió regresar a Francia para recuperar su poder, no tuvo más apoyo que el de Pauline. Antes de iniciar su campaña final, ella le hizo entrega de los diamantes Borghese que valían una fortuna. Cuando Napoleón fue capturado después de Waterloo, las piedras preciosas fueron encontradas en su coche.

Napoleón en Waterloo

Después de Waterloo vino el exilio final de Napoleón en Santa Elena, mientras tanto, Pauline regresó a Roma con los bolsillos vacíos, donde gozó de la protección del Papa Pío VII, que alguna vez fue prisionero de su hermano. Vivió en un chalet llamado Villa Pauline, totalmente decorado con un marcado estilo faraónico, obviamente resultado de la campaña de su hermano en Egipto. Siguió preocupada por su hermano, escribiendo decenas de cartas a dignatarios extranjeros, tratando de obtener las mejores condiciones para el exilio de su hermano, a donde tenía previsto ir a visitarlo. Desafortunadamente una serie de enfermedades no le permitió cumplir su deseo. Cuando murió Napoleón en 1821, Pauline lloró lágrimas amargas.

A pesar de que su marido se había mudado a Florencia hace más de diez años (donde tenía una amante) y había declarado públicamente que quería divorciarse de ella, Pauline logró persuadir al Papa para que la reconcilie con su marido tres meses antes de su muerte en 1825. Pauline tenía apenas 44 años.
 

Después de Waterloo vino el exilio final de Napoleón en Santa Elena, mientras tanto, Pauline regresó a Roma con los bolsillos vacíos, donde gozó de la protección del Papa Pío VII, que alguna vez fue prisionero de su hermano. Vivió en un chalet llamado Villa Pauline, totalmente decorado con un marcado estilo faraónico, obviamente resultado de la campaña de su hermano en Egipto. Siguió preocupada por su hermano, escribiendo decenas de cartas a dignatarios extranjeros, tratando de obtener las mejores condiciones para el exilio de su hermano, a donde tenía previsto ir a visitarlo. Desafortunadamente una serie de enfermedades no le permitió cumplir su deseo. Cuando murió Napoleón en 1821, Pauline lloró lágrimas amargas.

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