En esta entrada inicialmente les iba a presentar la ciudad de Perm, ubicada en la parte central de Rusia, justo al pie de los Urales. Pero antes les contaré sobre el camino que tuve que recorrer primero para llegar.
Esta ciudad se encuentra ubicada a unos 1.500 km de Moscú. Me tomó 25 horas en el mítico tren Transiberiano para llegar a ese lugar. 25 horas de incomodidad por los pequeños camarotes compartidos, ya que la categoría en la que viajaba era la más económica, pero de amenas charlas con otros viajeros rusos.
En el camarote había 4 lugares, dos arriba y dos abajo. Me ubiqué en el de arriba y los demás viajeros ocuparon los restantes. Ya estaba por meterme de lleno a la lectura de un libro cuando uno de ellos me habló. Quería saber si me iba a poner a dormir para intentar ellos no hacer ruido.
El "platskart", la forma más económica de viajar largas distancias en tren
Les dije que por el momento no iba a dormir y que podían hablar con toda tranquilidad. Al escucharme hablar se dieron cuenta de que el ruso claramente no era mi idioma natal y les entró la curiosidad. Casi al unísono me preguntaron de dónde era, ya que obviamente mi idioma era distinto. De Bolivia les dije. Inmediatamente uno de ellos me dijo: "!Ahhh, entonces ustedes fueron los que mataron al Che Guevara!", medio en broma, medio en serio. Me quedé atónito. Nunca pensé que esas personas supieran tanto de esos detalles.
Entonces ahí empezó la charla. Eran personas en sus treinta y tantos años. Estaban volviendo de Moscú a Kirov y decidieron hacerlo en tren porque era más barato y porque, según ellos, en cada viaje en tren encontraban algo mágico e inigualable y, al parecer, no se equivocaban.
Me contaron de sus vidas, de sus trabajos y aficiones. Se mostraron bastante sorprendidos por mi nivel de ruso. (Apenas llevaba en Rusia 3 años). Me hicieron más preguntas sobre mi Bolivia, sobre el idioma español y mis razones para haber llegado a Rusia. Hablamos sobre política, literatura, música… Pero claro, eso luego de compartir una botella de vodka que llevaban consigo y con pepinillos y pan negro para acompañar.
El acompañamiento o zakuska, es una tradición bastante arraigada y casi obligatoria.
Ahí fue también que conocí una superstición bastante rara que tienen; ellos no sirven ninguna clase de bebida con la copa levantada, tiene que estar OBLIGATORIAMENTE puesta en la mesa. ¿Por qué? Ni ellos mismos lo saben, solo dicen que trae mala suerte.
Me dijeron que cuando uno viaja en tren la mejor manera de pasar el tiempo es hablar con un extraño y beber algo de alcohol para enriquecer la charla y hacer a un lado los miedos. Además, como era invierno la temperatura en la calle estaba a 25 grados bajo cero y me dijeron que es un método bastante efectivo para calentarse, a pesar que dentro del vagón yo no sentía frío.
A los rusos les gusta mucho hacer brindis antes de beber. El primero, si es con un desconocido, se hace por haberse conocido (za znakomstvo). El segundo, que siempre viene enseguida, reza: "Entre el primero y el segundo, la pausa tiene que ser corta" (Mezhdu pervy y vtoroy, pereryv nebol’shoi). Y el tercero usualmente por la familia o por los amigos. Luego del tercero no es obligatorio hacer un brindis, pero muchos continúan haciéndolo. Los rusos suelen preparar estos brindis para las ocasiones felices, como cumpleaños, matrimonios, o incluso en una fría tarde de invierno cuando no hay nada que hacer en la calle. Muchos hablan de la vida, del valor de la familia y los amigos, o de lo importante que es saber apreciar cuando hay buena salud. O bien cuentan una maraña de historias que al final terminan con un enérgico ¡salud!
Y así, entre charla y charla, el camino se fue haciendo corto. Después de 18 horas de viaje, estos 3 rusos se bajaron del tren, se despidieron, me desearon mucha suerte y que ojalá el destino nos volviera a encontrar en otra ocasión.
Luego empezaron las 7 horas más extrañas que jamás haya experimentado en un viaje… (continuará...)
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