Yakuza: códigos moribundos
Los que han oído de los miembros de la yakuza, el temido sindicato criminal japonés, probablemente los imaginan como asesinos profesionales despiadados vestidos con trajes negros, gafas oscuras y con caras de pocos amigos. Sin embargo, la vida de un gángster en el actual Japón es algo diferente a lo que se retrata en las películas.
Gordito, cubierto en tatuajes y "pasado de moda", el señor Makoto admite que se unió a la yakuza porque era demasiado vago para conservar un trabajo real. "Ya no es cuestión de que me guste o no, escogí este modo de vida y seguiré llevándolo de aquí en adelante", reconoce.
La mafia yakuza fue tiempo atrás una organización poderosa, y podía operar tan abiertamente que tenía su propia oficina con un letrero en la puerta. Pero las cosas cambiaron desde 1992, cuando se aprobó una legislación contra el crimen organizado que facilitó una avalancha de arrestos de mafiosos. Don Makoto se queja de que ahora ni siquiera puede obtener una tarjeta de crédito o alquilar un departamento.
Para empeorar las cosas, las pandillas chinas se han mudado al territorio de la yakuza. El integrante del sindicato explica que la mayoría de las veces los conflictos entre bandas se resuelven pacíficamente, pero si las conversaciones fracasan, surgen guerras territoriales.
Ser un mafioso en condiciones tan duras puede pasar factura, especialmente para la vida familiar. El señor Makoto ha estado casado tres veces, pero ahora está divorciado y criando a su hijo por su cuenta. "No quisiera que mi hijo se convierta en yakuza, porque ser yakuza en la sociedad de hoy en día es muy difícil. Cuando crezca, será aún más difícil", vaticina.