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"Se ven obligados a robar comida": Las penurias de la temible yakuza

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La famosa red mafiosa nipona está en crisis. Los gángsteres se quejan de la pérdida de influencia y afirman que "el mismo éxito tendrían si se hicieran delincuentes comunes".
"Se ven obligados a robar comida": Las penurias de la temible yakuza

La mafia japonesa yakuza está experimentando tiempos difíciles. Aunque siguen siendo fuertes, ya no son lo que eran. Los gángsters se quejan de que el estatus de la yakuza se ha devaluado: ya no inspiran el temor y la reverencia de antaño, escribe el periodista Mijaíl Tíschenko en la revista en línea Republic.

Degradación de valores

Un reciente caso destacado muestra cómo 'la honradez' del grupo delictivo va en declive. A finales de mayo, dos gángsteres miembros de la facción Yamaguchi-gumi fueron sorprendidos en medio de un hurto particular: en un supermercado llenaron su cesta con alimentos y trataron de salir sin pagar. Japan Today reportó entonces que estaban acompañados de su jefe, que también fue arrestado. Uno de los detenidos confesó a la Policía que al grupo le va tan mal que "se ven obligados a robar comida".

Este caso es extraordinario, anota Tíschenko. Tradicionalmente, la yakuza, uno de los mayores grupos delictivos del mundo, no recurre a robos dado que practica otras actividades criminales o semipenales como chantaje, proxenetismo o juegos de azar. Esto les aporta algo de apoyo en la sociedad: el estatus de 'ladrones nobles', indica.

Los exgángsters, como Satoru Takegaki, se quejan ante lo que ocurre con los valores de la yakuza. Takegaki dice que las tradiciones tienen cada vez menos valor. "Ahora solo el dinero es importante, no la deuda y los sentimientos", constata. Otros lamentan que anteriormente su estatus venía determinado por la valentía y la predisponibilidad de sacrificarse a uno mismo por la causa común, pero ahora hasta el estatus se puede comprar.

La yakuza es una franquicia del miedo. Se paga una cuota y, a cambio, se obtiene un nombre con el que se gana dinero
Un jefe yakuza

La yakuza para Japón es algo más que una simple red criminal. Yamaguchi-gumi es un clan que opera casi por todo el país nipón. Sus ingresos se estiman en decenas de miles de millones de dólares al año siendo comparables a los ingresos de los carteles mexicanos de la droga. El hecho curioso: la parte de la actividad de este grupo mafiosos es legal: operaciones financieras y la construcción. Robert Feldman, analista del banco de inversiones Morgan Stanley, calificó el clan de una de las sociedades de inversión más grandes de Japón. En la prensa también se refirieron al grupo delictivo como Goldman Sachs con armas.

Relaciones especiales

La mafia solía mantener relaciones especiales con el Gobierno que lo toleraba o trataba de aprovecharlo. Lo hacía, por ejemplo, para luchar con los comunistas en la década de 1950 —evoca Tíschenko— o para asegurar el orden cuando en el comienzo de la década de 1960 el entonces presidente estadounidense Dwight Eisenhower visitó el país asiático. Hasta existen reportes que rezan que la mafia financió el Partido Liberal Democrático, que goza de un peso político considerable en el país.

La yakuza cuenta con el apoyo de la parte de la sociedad ya que la ven como "un mal menor" puesto que el grupo sigue el código de honor y al menos frena la delincuencia callejera. La yakuza incluso ayudó a las víctimas de desastres naturales: uno de los ejemplos fueron las labores de limpieza en la planta nuclear de Fukushima después del terremoto y el tsunami de 2011. Además, los que no confian en los tribunales recurren a la yakuza para resolver sus conflictos.

La yakuza envejece

El número de integrantes de la yakuza en Japón alcanzó su punto álgido en 1963, cuando la organización mafiosa tenía en sus filas 184.000 personas. Pero en los últimos años su número ha disminuido. Según la Policía, en 2017 la mafia cuenta con menos de 40.000 seguidores formales e informales. 

La yakuza está envejeciendo gradualmente. El porcentaje de gángsters de más de 50 años superó el 40%. Es la primera vez desde 2006. Durante este tiempo cada vez menos jóvenes se suman a la organización. La cuota de veinteañeros se redujo del 13% al 5%. Los mafiosos en la treintena pasaron del 30% al 20%.

Leyes restrictivas

Hay varias razones que explican la decadencia del grupo delictivo. Una de ellas es la serie de crisis económicas que golpearon al país asiático e hicieron que los ingresos de la mafia comenzaran a menguar: tanto por el hecho de que sus clientes (o víctimas) se han empobrecido como debido al hecho de que las yakuzas que participan en las transacciones financieras se encuentran entre quienes han perdido. Como consecuencia, los mismos grupos que integran la yakuza empezaron a llevar a cabo una 'rebaja de plantilla'. Después de la crisis de 2008 uno de ellos 'despidió' a un tercio de los mandos intermedios. 

Según dicen algunos miembros de la mafia, la yakuza está perdiendo popularidad entre los jóvenes y esto se debe en gran parte a las leyes aprobadas en los últimos años y que hacen que la vida sea más difícil para sus integrantes. Afirman que anteriormente los atraían los sueños de una carrera de gángster como la posesión de riquezas, la popularidad entre las mujeres o los coches de lujo. No obstante, la realidad ha cambiado y ya no se corresponde con esta imagen, indica Tíschenko.

El periodista recuerda que en 1991 fue adoptada una ley que permitió clasificar a la yakuza como grupo peligroso. Posteriormente, otra ley de 2008 postuló que los líderes de las bandas yakuza sean personalmente responsables de las acciones criminales de sus subordinados. Los jefes de la mafia, por mantener el estatus semilegal, se vieron obligados a participar en contestaciones judiciales. Así en 2012, Goto Tadamasa, un exjefe de un grupo criminal, fue obligado a pagar 1,4 millones de dólares a los prójimos de un agente de bienes raíces asesinado por sus subordinados.

Nuevas leyes aprobadas en 2012 prohibieron hacer negocios con los partidarios de la mafia y ofrecerles servicios. Esto llevó a situaciones en que los miembros de la yakuza podían ser rechazados a la hora de alquilar un apartamento, abrir una cuenta bancaria o adquirir una tarjeta de crédito. Estas restricciones provocaron situaciones como la incapacidad de algunos jóvenes pandilleros de reservar hotel en Tokio, lo que les obligó a pasar la noche en un coche.

Acto seguido, los gángsters comenzaron a ocultar su relación con la mafia. Empezaron a eliminar el logotipo de los clanes de sus tarjetas. Algunos se negaron a hacerse tatuajes, señal tradicional que prueba de que la persona pertenece a la yakuza. Muchas saunas prohibieron la entrada a quienes llevaban dichos tatuajes.

A esto se suman las divisiones internas en el seno de la yakuza, las cuales debilitan a la organización delictiva. En 2015, miles de miembros del mayor sindicato del crimen de Japón, Yamaguchi-gumi, abandonaron esta organización para formar el grupo mafioso Kobe Yamaguchi-gumi. 

Según observa Tíschenko, todo esto hizo incrementar la insatisfacción de los miembros de la yakuza. Y es que por su participación en la mafia todavía tienen que pagar cuotas: los jefes de menor rango pagan desde 10.000 a 30.000 dólares al mes. Con estas leyes restrictivas la membresía cada vez tiene menos ventajas. 

"La yakuza es una franquicia del miedo. Se paga una cuota y, a cambio, se obtiene un nombre con el que se gana dinero", afirma uno de los líderes del grupo, que ha perdido la mayor parte de sus partidarios. Lamenta que "ahora ni siquiera" se puede hacer "una tarjeta de visita" y "un miembro de la yakuza sin nombre no inspira demasiado miedo a la gente". "¿Para qué estamos pagando? El mismo éxito tendríamos si nos hiciéramos simples delincuentes comunes", concluye.

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