De EE. UU. a Canadá sobre un cable y por encima del Niágara
La caminata se inició con la puesta del sol en Estados Unidos y terminó exitosamente 25 minutos más tarde en el lado canadiense del río Niágara: unos 15 minutos más rápido de lo que pensaba el acróbata. El desafío se realizó ante los ojos de unos 112.000 espectadores reunidos a ambas orillas y otros tantos millones que lo siguieron en directo por televisión.
Wallenda se calzó para la ocasión con una especie de mocasines indios que le había regalado su madre. Le protegían del roce con el alambre, facilitando al mismo tiempo sentirlo con los pies. Además, en su travesía usó una vara de 14 kilos de peso como péndulo.
El equilibrista, de 33 años, es descendiente de una familia que contaba con al menos siete generaciones de artistas de circo. Era conocida como ‘Los Wallenda voladores’, y jamás alguno de ellos usó un arnés en sus saltos o sus espectáculos sobre la cuerda floja. Pero en vista de una gran afluencia del público, las autoridades obligaron a Nik a asegurar su vida con ese equipamiento.
Después de la caminata Wallenda confesó haber cumplido con el sueño de su niñez. Aseguró también que en un punto medio del trayecto pensó en su bisabuelo Karl, también actor de circo, al que había llevado a la tumba el intento de un récord de esa misma índole en Puerto Rico en 1978. Para Nik siempre ha sido un héroe, al que quería rendir tributo con el éxito de esta travesía.
La impresión más fuerte se la dejó el viento, que “venía desde todas los caminos”. El joven no podía centrarse en los movimientos del cable. “Si miraba abajo, al cable, veía el agua moviéndose en todas partes. Y cuando miraba arriba, solo había el viento pesado que soplaba frente a la cara. Así eso fue una sensación singular, muy rara”, recuerda el funámbulo.
Cerca de una docena de equilibristas cruzaron el río Niágara cerca de la catarata en el siglo XIX, pero ninguno de ellos por encima de la cascada. Después de un intento fallido en 1896 las autoridades tanto estadounidenses como canadienses mantenían la veda para los espectáculos de esta índole. Wallenda tardó dos años en persuadirlas para que le permitieran la travesía con el fin de apoyar a la economía deprimida de las zonas adyacentes a ambos lados al Niágara.