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Obama o Romney: ¿irán a por Irán?
El programa nuclear iraní figura entre los principales desafíos de política exterior en la agenda del futuro presidente de Estados Unidos, cuya gestión deberá bascular entre el apoyo incondicional a Israel y los intereses nacionales, o en otras palabras, el riesgo de enzarzarse en una nueva guerra en Oriente Medio.
En los recientes cara a cara televisados los dos principales candidatos a la Casa Blanca coincidieron en ver a Irán como una amenaza atómica y confirmaron que respaldarían a su aliado, Israel.
“Si atacan a Israel, le apoyaremos. No solo diplomática y culturalmente, sino también militarmente”, dijo Romney La respuesta de Obama en este caso fue casi idéntica: "apoyaré a Israel si le atacan”.
Ambos candidatos, sin embargo, precisaron que un ataque militar contra territorio persa sería "el último recurso". "Cuando enviaba a mi gente a zonas de riesgo era consciente de que esto era el último recurso, no lo primero que podía hacer”, aseguró el presidente estadounidense.
“Claro que las acciones militares son el último recurso. Es algo que se podría considerar si todas las demás medidas no dieran ningún resultado”, explicó Romney.
Pero la pregunta que queda sin respuesta es cómo actuaría el futuro presidente estadunidense ante un ataque preventivo del socio israelí contra las instalaciones nucleares iraníes. Un escenario que pocos en Estados Unidos cuestionan.
“Israel sí atacará. La pregunta es cuál de los candidatos lo manejará mejor”, se pregunta el presentador de televisión O’Reilly.
La semana pasada el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, reclamó desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, la necesidad de trazar una "línea roja" para el programa nuclear persa y de formular una amenaza de intervención militar. Un mensaje bien claro que muchos consideran que iba dirigido a Estados Unidos.
"A Netanyahu le gustaría poder comunicarle al mundo que su país está preparado para atacar, y lo está. Y que lo hará con el apoyo total de EE. UU., pero este apoyo no lo recibe”, dice el antiguo asesor del Departamento de Estado de EE.UU., John L. Esposito.
Una presión que Barack Obama pretende ignorar. “Cuando se trata de decisiones sobre nuestra seguridad nacional, la responsabilidad que siento es respetar los derechos del pueblo americano. Y voy a bloquear cualquier ruido que se oiga por ahí”, sostiene Obama.
Sin embargo, a la hora de elaborar la política exterior, el presidente se enfrenta además a una presión interna, la del poderoso lobby israelí en Washington. Los propios partidarios de Obama proclamaron a Jerusalén como la capital del Estado Judío en la pasada Convención Demócrata, lo que supone una rotunda contradicción a la solución diplomática del conflicto palestino-israelí, que apoya el mandatario.
"Con su discurso en la Universidad del Cairo, Obama dio la impresión de que quería empezar a reconsiderar su política en cuanto a Israel y Palestina. Pero a la hora de cumplir sus palabras, se echó para atras", continua Esposito.
“Si atacan a Israel, le apoyaremos. No solo diplomática y culturalmente, sino también militarmente”, dijo Romney La respuesta de Obama en este caso fue casi idéntica: "apoyaré a Israel si le atacan”.
Ambos candidatos, sin embargo, precisaron que un ataque militar contra territorio persa sería "el último recurso". "Cuando enviaba a mi gente a zonas de riesgo era consciente de que esto era el último recurso, no lo primero que podía hacer”, aseguró el presidente estadounidense.
“Claro que las acciones militares son el último recurso. Es algo que se podría considerar si todas las demás medidas no dieran ningún resultado”, explicó Romney.
Pero la pregunta que queda sin respuesta es cómo actuaría el futuro presidente estadunidense ante un ataque preventivo del socio israelí contra las instalaciones nucleares iraníes. Un escenario que pocos en Estados Unidos cuestionan.
“Israel sí atacará. La pregunta es cuál de los candidatos lo manejará mejor”, se pregunta el presentador de televisión O’Reilly.
La semana pasada el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, reclamó desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, la necesidad de trazar una "línea roja" para el programa nuclear persa y de formular una amenaza de intervención militar. Un mensaje bien claro que muchos consideran que iba dirigido a Estados Unidos.
"A Netanyahu le gustaría poder comunicarle al mundo que su país está preparado para atacar, y lo está. Y que lo hará con el apoyo total de EE. UU., pero este apoyo no lo recibe”, dice el antiguo asesor del Departamento de Estado de EE.UU., John L. Esposito.
Una presión que Barack Obama pretende ignorar. “Cuando se trata de decisiones sobre nuestra seguridad nacional, la responsabilidad que siento es respetar los derechos del pueblo americano. Y voy a bloquear cualquier ruido que se oiga por ahí”, sostiene Obama.
Sin embargo, a la hora de elaborar la política exterior, el presidente se enfrenta además a una presión interna, la del poderoso lobby israelí en Washington. Los propios partidarios de Obama proclamaron a Jerusalén como la capital del Estado Judío en la pasada Convención Demócrata, lo que supone una rotunda contradicción a la solución diplomática del conflicto palestino-israelí, que apoya el mandatario.
"Con su discurso en la Universidad del Cairo, Obama dio la impresión de que quería empezar a reconsiderar su política en cuanto a Israel y Palestina. Pero a la hora de cumplir sus palabras, se echó para atras", continua Esposito.
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