Economía
Los gastos injustos promueven la estratificación económica
Pronto será San Valentín, una de esas fechas en las que la sociedad se abandona al consumismo y se evidencian las brechas sociales. Según la ONU, el dinero gastado en regalos navideños en EE.UU. el año pasado podría paliar el hambre en el mundo.
Resolver los grandes problemas del mundo puede parecer algo imposible, una utopía que no está al alcance de nuestras manos; pero afortunadamente, en nuestro mundo globalizado de problemas y conflictos interconectados, podemos cuantificar y definir los problemas en base a unas cifras, y esas cifras son el dinero, un dinero que se puede gastar con diferentes criterios. Algunos datos reveladores evidencian que se puede escoger mejor cómo invertir el dinero.
Se exponen datos de la primera economía del mundo, la de los Estados Unidos, con sus gastos y en su divisa, en una ronda de lo que podría ser la ronda de la utopía. En primer lugar, cómo conseguir un derecho básico, el suministro global de agua potable.
Según la Organización Mundial de la Salud costaría 190.000 millones anuales durante un lustro reducir a la mitad la cifra de los millones de personas que sufren carencia de agua. A primera vista parece una suma elevada, pero la perspectiva cambia si sabemos que una cantidad casi igual, 150.000 millones anuales, es lo que le cuesta al contribuyente americano la existencia de paraísos fiscales. Otro ejemplo es la malaria, una enfermedad de entornos tropicales que provoca 4 millones de muertes al año y que con una inversión de 6.000 millones podría prevenirse. Esa misma cantidad de dinero es la que se gastó sin embargo en la pomposa campaña electoral del 2012 en las elecciones presidenciales de EE.UU.
Son ejemplos macroeconómicos que sorprenden. Pero también el ciudadano de a pie podría cambiar muchas cosas con su actitud frente al consumo. Por ejemplo, terminar con el hambre en el mundo. Según Naciones Unidas, eso costaría 44.000 millones, que deberían proveer de nutrición a los mil millones de personas que sufren falta de alimentos. Sin embargo ese dinero no llegó el pasado año, ya que había que comprar, a golpe de ratón, los regalos navideños, que supusieron un gasto incluso mayor en Estados Unidos.
¿Y terminar con el analfabetismo? ¿Es acaso otra utopía? Para ello, según la UNESCO, habría que sumar 26.000 millones adicionales a los programas de desarrollo que abordan la carencia de educación primaria para millones de niños en el mundo. Sin embargo, la esperanza de la educación global se desplaza a golpe de los aficionados al golf estadounidenses, que invierten esa misma suma en la práctica de su deporte favorito.
Se trata de gastos prescindibles que suponen el mismo coste que necesidades básicas, como por ejemplo extender la atención sanitaria en partos y la asistencia médica prenatal en países en desarrollo. En este caso hablamos de proteger la vida de los que llegan al mundo con una inversión de más de 13.000 millones, que es precisamente lo que en 2013 se gastaron los estadounidenses en miles de aplicaciones para iPads y iPhones.
No parece tan difícil terminar con los problemas globales, hay que exigir mucho más a las instituciones que se preocupan por reducir la brecha entre los países consumidores de bienestar y las sociedades en desarrollo. Sin embargo, escudarse en los dirigentes no exime de responsabilidades a los ciudadanos anónimos, que con pequeños gestos pueden aportar su grano de arena al cambio.
Se exponen datos de la primera economía del mundo, la de los Estados Unidos, con sus gastos y en su divisa, en una ronda de lo que podría ser la ronda de la utopía. En primer lugar, cómo conseguir un derecho básico, el suministro global de agua potable.
Según la Organización Mundial de la Salud costaría 190.000 millones anuales durante un lustro reducir a la mitad la cifra de los millones de personas que sufren carencia de agua. A primera vista parece una suma elevada, pero la perspectiva cambia si sabemos que una cantidad casi igual, 150.000 millones anuales, es lo que le cuesta al contribuyente americano la existencia de paraísos fiscales. Otro ejemplo es la malaria, una enfermedad de entornos tropicales que provoca 4 millones de muertes al año y que con una inversión de 6.000 millones podría prevenirse. Esa misma cantidad de dinero es la que se gastó sin embargo en la pomposa campaña electoral del 2012 en las elecciones presidenciales de EE.UU.
Son ejemplos macroeconómicos que sorprenden. Pero también el ciudadano de a pie podría cambiar muchas cosas con su actitud frente al consumo. Por ejemplo, terminar con el hambre en el mundo. Según Naciones Unidas, eso costaría 44.000 millones, que deberían proveer de nutrición a los mil millones de personas que sufren falta de alimentos. Sin embargo ese dinero no llegó el pasado año, ya que había que comprar, a golpe de ratón, los regalos navideños, que supusieron un gasto incluso mayor en Estados Unidos.
¿Y terminar con el analfabetismo? ¿Es acaso otra utopía? Para ello, según la UNESCO, habría que sumar 26.000 millones adicionales a los programas de desarrollo que abordan la carencia de educación primaria para millones de niños en el mundo. Sin embargo, la esperanza de la educación global se desplaza a golpe de los aficionados al golf estadounidenses, que invierten esa misma suma en la práctica de su deporte favorito.
Se trata de gastos prescindibles que suponen el mismo coste que necesidades básicas, como por ejemplo extender la atención sanitaria en partos y la asistencia médica prenatal en países en desarrollo. En este caso hablamos de proteger la vida de los que llegan al mundo con una inversión de más de 13.000 millones, que es precisamente lo que en 2013 se gastaron los estadounidenses en miles de aplicaciones para iPads y iPhones.
No parece tan difícil terminar con los problemas globales, hay que exigir mucho más a las instituciones que se preocupan por reducir la brecha entre los países consumidores de bienestar y las sociedades en desarrollo. Sin embargo, escudarse en los dirigentes no exime de responsabilidades a los ciudadanos anónimos, que con pequeños gestos pueden aportar su grano de arena al cambio.
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