Uno de delirios del líder nazi ocurrió el 27 de abril, cuando hizo llamar al oficial de las SS (las tropas más cercanas al Führer) Otto Günsche y le ordenó que movilizara a sus 8.000 soldados para luchar con los soviéticos. A esto el subordinado contestó que disponía solo de 2.000 militares mal armados. En respuesta, Hitler se encolerizó y salió de la sala gritando: "¡Cállese! ¡Todos me están engañando! ¡Nadie me dice la verdad!", informa el rotativo 'El Correo'.
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Hitler tampoco dudó cuando ordenó al mando de las defensas de Berlín, Helmuth Weidling, abrir las compuertas del río Spree para inundar los túneles del metro. Como consecuencia fallecieron cientos de ciudadanos alemanes que se encontraban en el subterráneo. Asimismo ordenó a adolescentes y ancianos de las Juventudes Hitlerianas alistarse a la Volkssturm (unidades de milicianos armados a toda prisa).
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En aquellas jornadas desesperadas las borracheras no tenían fin en el entorno de Hitler: cualquier excusa era buena para continuar bebiendo desenfrenadamente.
Fuera del búnker también se sentía que el régimen nazi tenía los días contados. Una de las situaciones más grotescas tuvo lugar en el centro de emisiones del Grossdeutscher Rundfunk, donde "durante la última semana de abril se extendió una 'verdadera sensación de desmoronamiento' que llevó a los empleados a beber sin freno y a fornicar de un modo indiscriminado", aclara Antony Beevor en su ensayo 'Berlín. La caída: 1945'.
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El propio Hitler se sentía apático y hablaba casi sin cesar de un suicidio que siempre retrasaba. Sin embargo, el 30 de abril de 1945 llegó su fin. Según los datos del NKVD (el servicio secreto soviético), se disparó una bala en la cabeza con una Walther del calibre 7,65 mm.