Estos días el mundo celebra el quinto aniversario de la que fue bautizada como Primavera Árabe. En 2011 los principales medios de comunicación del mundo pusieron el foco de atención en lo que ocurría en la plaza Tahrir de El Cairo. Allí se congregaron masivamente los ciudadanos a raíz de la huida del presidente tunecino Ben Ali el 14 de enero. Los egipcios recibieron entonces de los tunecinos el 'relevo' de la revolución. El resto del mundo se preguntaba entonces qué consecuencias tendrían aquellos agitados días.
Como el tiempo ha demostrado, los sucesos registrados en el conjunto del mundo árabe desde comienzos de 2011 han dejado un saldo negativo. "Tanto en Occidente como en Oriente Medio hubo una ola de entusiasmo y expectativas optimistas, mientras pocos oían algunas voces moderadas" como las que alertaban desde Rusia de que se trataba de "un movimiento peligroso", escribe el periodista Maksim Artemiev en el portal Slon.
Un peaje que hay que pagar por la miopía occidental
Inicialmente numerosos países occidentales "echaron leña al fuego de la revolución" al poco de echarse a la calle manifestantes libios y sirios y sancionaron a las autoridades de países que hasta hace poco eran "casi amigos", señala el autor. Por eso, la conducta de los gobiernos occidentales se entendió como un apoyo directo al estallido rebelde, según Artemiev.
"Europa debe aceptar a los refugiados que ha provocado", recuerda el periodista ruso. Lo que se observa hoy en Europa con la crisis de refugiados procedentes de los países sumidos en conflictos violentos es "el pago" que tienen que afrontar los políticos "por su propia miopía" por no ser capaces o no querer prever las consecuencias desgarradoras de la política de alentamiento de la rebelión, opina Artemiev.
Por qué la revolución fue ineficaz
"El problema del mundo árabe es que la revolución en sí no ha sido capaz de resolver los problemas existentes. (...) Solo por medio de reformas graduales y prudentes se hubiera podido mejorar la situación, sin comprometer la estabilidad", advierte el periodista, que añade que "cualesquiera que sean los regímenes, un gobierno fuerte en el mundo árabe-musulmán es siempre mejor que una anarquía, porque cualquier debilidad del gobierno en estos países se percibe como una invitación al saqueo y la masacre", explica.
Con los conflictos en Libia, Yemen y Siria pendientes el mundo árabe "está condenado a sufrir las consecuencias de la primavera de 2011 durante mucho tiempo y estas serán poderosos factores de desestabilización", sostiene Artemiev. Para el autor del texto, el Estado Islámico es la mayor amenaza nacida de las revueltas de hace cinco años.