¿Está garantizada la democracia en América Latina?
Latinoamérica vive tiempos de cambios vertiginosos. Si se tiene en cuenta la actual crisis política y social de Honduras, donde todavía no se sabe quién ganó las elecciones del 26 de noviembre, sumado a que el Gobierno de Juan Orlando Hernández —hoy también es candidato —reprimió protestas callejeras dejando un saldo de 13 muertos, según el Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (Cofadeh), e implementó el toque de queda—aunque un sector de la Policía se había declarado en huelga para no atacar a sus compatriotas—, sería simplemente mencionar la punta del iceberg.
A ello se le suma la destitución de Dilma Roussef de la Presidencia de Brasil en agosto del 2016, que pareció una escena repetida tras la remoción del entonces presidente de Paraguay, Fernando Lugo, luego de un polémico juicio en junio del 2012. Antes de eso, en 2009, la ya mencionada Honduras sufría un golpe de Estado para expulsar al mandatario de aquel momento, Manuel Zelaya. En otras palabras, no hace falta retroceder demasiado en el tiempo para encontrar quiebres democráticos en la región.
Asimismo, es necesario subrayar aquellos escenarios donde aumentan los picos de tensión: Colombia con su batalla entre el Estado y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que todavía no termina pese a los acuerdos de paz y el reconocimiento de los rebeldes como partido político; y México, con su contexto violento vinculado al narcotráfico, las desapariciones forzadas de personas, el complicado contexto económico y las deficiencias para recibir a los compatriotas deportados por EE.UU., entre otros conflictos que produjeron manifestaciones, aunque ninguna logró desestabilizar al poder. En ambos casos, así como en Argentina, cabe destacar que la centro derecha gobierna por el voto popular.
Todo esto sin mencionar la desesperante crisis de Venezuela —incluyendo la tensión con Donald Trump—, donde miles de personas ya optaron por dejar su país y recomenzar sus vidas en otras ciudades. En Buenos Aires, por ejemplo, ya es común toparse con venezolanos trabajando en comercios, bares o simplemente caminando por sus calles. Así las cosas, reflexionar si la democracia está garantizada en la región no es una simple curiosidad; es una pregunta obligada e ineludible.
Tensa calma
"La democracia sigue siendo muy frágil, la maduración que muchos pensadores creímos que había logrado, ha ido en retroceso", responde el doctor en Ciencia Política, Máximo Quitral Rojas. El especialista chileno se explaya: "Vuelven a aparecer una vez más esos fantasmas del golpismo, que siempre están recorriendo la región. Claro, ahora bajo otra dimensión o característica. Los investigadores podríamos debatir sobre qué son los golpes, pero estoy seguro de que la democracia no es tan estable como uno lo había pensado".
Mientras menciona ejemplos de países donde el contrato implícito entre el sistema democrático y la ciudadanía presenta síntomas de debilidad, resalta el reciente caso de Bolivia, donde "hubo un llamado de la oposición para bloquear los comicios del 3 de diciembre, o directamente no votar". En aquel sufragio se definían cargos judiciales y los votos nulos o en blanco para algunos estamentos clave, como el Consejo de la Magistratura, rondaron el 70%, reflejando una notable desaprobación.
"Da la sensación de que todavía hay pequeñas fuerzas internas que no han aprendido lecciones de la historia para sobrepasar eventos políticos que debilitan la arquitectura democrática", considera el entrevistado. A su vez, añade que "falta tomarle sentido a los procesos democráticos latinoamericanos".
Según explica el profesor universitario, "hay un sector de la población que no está del todo convencido de que la democracia es el mejor régimen político para América Latina", y suma: "Eso es un desafío para los partidos políticos, movimientos sociales y ciudadanía en general. Hace falta un trabajo cívico que permita instalar en el imaginario colectivo que la democracia es necesaria para la sana convivencia social".
Por su parte, la consultora Latinobarómetro considera que en 2017 se acentúa el "declive" de la democracia. ¿Por qué?
Para Quitral Rojas, "la crisis de representatividad tiene sus efectos". Además, habría que plantear si este sistema "solo debe enfocarse en procesos electorales o debe ser capaz de superar las desigualdades económicas para que la sociedad la conciba como el régimen más acorde para los países", y agrega: "Estamos advirtiendo la necesidad de avanzar hacia procesos más participativos".
Chile y Brasil: dos casos de apatía social
Hablando de su propio país, el trasandino expresa que Chile "parece mas o menos estable", pero aclara que sus mecanismos "tienen algunos vicios": "La baja participación electoral, la alta abstención, el poco conocimiento de educación cívica y la profunda desafección entre partidos políticos y ciudadanía", enumera. Al mismo tiempo, manifiesta que "muchos chilenos no conciben que la democracia está resolviendo sus problemas de fondo".
La situación de Brasil, según este experto, merece un párrafo aparte: "Hubo más revueltas sociales producto de su organización en la Copa del Mundo o los Juegos Olímpicos, que por la inestabilidad democrática y la salida anticipada del poder de Dilma", critica. En efecto, sorprende ver cómo la población brasilera tolera tener un Gobierno que no fue elegido por el voto popular. Máximo coincide con esta perspectiva: "Eso llama la atención y plantea el interrogante de cuán comprometida está la sociedad civil con los valores democráticos. Uno esperaba que se hubiesen manifestado de mayor forma".
Sin embargo, analiza que "como la destitución se hizo de una manera parlamentaria, tal vez la ciudadanía no lo sintió como un quiebre abrupto de la democracia", y considera: "La economía brasilera no cayó tanto como se podría haber pensado, pero de todas formas uno esperaba que los movimientos sociales, que siempre han tenido mucha fuerza en Brasil, hubiesen tenido un protagonismo mayor en razón de lo que sucedía con la entonces presidenta".
En el sur tienen "democracias más consolidadas"
Para el politólogo argentino, Juan Battaleme, "si se compara Centroamérica con América del Sur, los niveles de violencia existentes en lugares como Honduras hacen que se tenga un sistema concentrado en un grupo autocrático con un juego democrático muy limitado". Sobre ello, añade que América Central "tiene instituciones muy poco resilientes". En cuanto al caso hondureño, opina: "Desde que cayó Zelaya no es estable políticamente, eso nunca lo pudieron recuperar".
Batteleme, quien además dirige la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), destaca los aspectos positivos de las naciones del sur: "Vos podés decir, mirá, la tiraron a Dilma, pero lo que está claro es que para cambiar un Gobierno tenés que estar dentro de las reglas democráticas", subraya el entendido. Además, continúa resaltando los puntos altos de Sudamérica: "Los niveles de violencia se hacen menos perceptibles o vinculantes. Las discusiones se ganan imponiendo un modelo en algunas de las instituciones, como el Congreso".
Sin embargo, hace una salvedad para la crítica situación de Venezuela: "Fijate el juego político que hace Maduro, quien se sostiene en base a la posibilidad de coercionar desde el Estado, pero también a su capacidad para anular el juego democrático con la reforma constitucional". Según el académico, "aún la reforma de Chávez les permitía cambiar el Gobierno democráticamente a la oposición", y finaliza su concepto sobre "fortaleza institucional": "En Venezuela, lo que está claro es que para evitar perder el poder se cambian directamente las reglas de juego. Vos sabés que eso en los países de más al sur no puede pasar. Las democracias están más consolidadas".
Para tener un análisis más amplio, también se requiere una visión exterior, por eso, el politólogo español Manuel Alcántara Sáez analiza este contexto latinoamericano desde Europa con menos pesimismo: "No creo que se vaya a dar una involución total o quiebra de la democracia, en cierto sentido, los procedimientos políticos se han 'rutinizado'", manifiesta. Sin embargo, más en profundidad, responde que "se está produciendo cierto deterioro en la calidad democrática de un número significativo de países de América Latina".
Concluyendo, el catedrático de la Universidad de Salamanca resume: "En mi opinión, hay tres factores que coadyuvan a ello: la crisis de la representación, que se centra en los partidos políticos, fundamentalmente, la extensión de la corrupción y la polarización política, por la existencia de proyectos excluyentes conducidos por elites". Sin lugar a dudas que los defensores regionales de este sistema político deberán estar más atentos.
Los países que más y menos apoyan la democracia en la región
La consultora Latinobarómetro arrojó este año un estudio porcentual en el cual se reflejan las sociedades que más apoyan al sistema democrático, y también aquellas que menos lo defienden. Así, destaca "la paradoja de Venezuela": siendo este el país con mayor adhesión a este mecanismo representativo en toda América Latina, con un 78%, el año pasado presentaba un 82%. Aun así, vale mencionar que según este sondeo, la satisfacción con la democracia disminuye de un 24% en 2016 hasta un 13% para 2017. Los realizadores del informe lo justifican con la crisis nacional, sin embargo, sus ciudadanos son los latinos que más defienden este sistema representativo.
Luego les siguen Uruguay, con un 70% de apoyo, y Ecuador, que a pesar de la crisis en el partido gobernante y el enfrentamiento entre el expresidente Rafael Correa y el mandatario Lenín Moreno logra el 69%. Detrás figura Argentina, con el 67%, y Costa Rica, que alcanza el 62%. Por otro lado, el país con menor apoyo social a su democracia es, lógicamente, Honduras, que tiene un escaso 34%. Entre los peores puestos de la tabla también están El Salvador, con un 35%, y Guatemala, con 36%. A nivel regional, el estudio destaca que por quinto año consecutivo no mejora el apoyo a la democracia; de 2016, que tenía una aceptación continental del 54%, descendió al 53% en este año. Bajo este contexto, ¿hay garantías de que la democracia se mantenga sólida por muchos años más con este escueto apoyo popular?
Leandro Lutzky