La crisis en Ucrania relocalizó una cuestión que define geopolíticamente a las potencias preeminentes: la defensa y promoción de sus intereses más allá de sus contornos nacionales. Independientemente de su enfoque en materia de política externa, se trata de una característica propia de actores mayormente grandes y poderosos: revisionistas o conservadores, siempre los Estados preeminentes practican una política exterior que preserva y reafirma sus intereses y su poder en sus adyacencias o vecindario contiguo y más allá también.
Dicha práctica coloca hoy a Rusia y China como actores que amenazan la paz y seguridad internacionales. En la actual cumbre del G7 que se lleva a cabo en Alemania, se planteó como primera inquietud la reafirmación geopolítica de Rusia en relación con los acontecimientos que tienen lugar en Ucrania; asimismo, en el foro anual sobre seguridad en Asia, el Diálogo Shangri-La/2015, el secretario de Defensa estadounidense expresó su preocupación por el despliegue de China en el Mar del Sur de China.
Sin duda que es motivo de intranquilidad que dichos actores lleven adelante políticas de reafirmación de intereses más allá de sus espacios nacionales. Pero la experiencia no respalda poderes políticos mayores en clave de “ensimismamiento geopolítico” o “pasividad geopolítica”. Dichos poderes siempre han definido su seguridad nacional en un sentido dilatado, lo que implica que su “vecindad sensible”, es decir, aquella más crítica en relación con su seguridad nacional, siempre podrá ser objeto de reservas por parte de aquellos si un hecho allí implica un reto a sus intereses: el espacio euro-oriental para Rusia; el espacio que se extiende desde el Mar de la China hasta el Mar de la China Meridional para China.
La apreciación que tienen estos actores sobre el espacio como factor de poder es real y vital, no una cuestión aparente o complaciente. Y ello no siempre implica que avancen físicamente sobre el mismo: muchas veces la garantía a su seguridad no pasa por exigir un “estatus geopolítico de vasallaje” a los actores vecinos, sino por lo que podemos denominar una “admisión de restricciones”, por caso, evitando estos actores vecinos asociarse a instrumentos político-militares, por ser parte, precisamente, de un “espacio de inmediación” de un actor mayor.
Es posible que en el caso de Rusia y de China el enfoque externo de estos actores los exponga más cuando proyectan poder con fines dirigidos a amparar su seguridad nacional en su espacio de inmediación, puesto que se trata de actores, particularmente Rusia, que están rodeados de múltiples países. En otros términos, una densa vecindad obliga a los actores mayores a realizar casi permanentes “ajustes” o desplegar “técnicas de equilibrio geopolítico” en su espacio adyacente.
En el caso de Estados Unidos ello no siempre se percibe, pues se trata de un actor cuya posición global “offshore” (y sin adversarios extra-regionales) le significa un activo de seguridad que no disponen los demás actores preeminentes. Sin embargo, ello no implica que este otro “Estado continental”, para emplear el término de Friedrich Ratzel, no despliegue políticas de poder e influencia en relación a su “vecindario inmediato” y mucho más allá también.
En un interesante trabajo, “La ‘periferia turbulenta’ como factor de expansión de los intereses de seguridad de Estados Unidos en América Latina”, los especialistas argentinos Roberto Russell y Fabián Calle definen el espacio de interés estadounidense en términos más amplios de lo que habitualmente se conoce.
Para estos expertos, desde el fin de la Guerra Fría Estados Unidos ha extendido su esfera de interés geopolítico en la región: si antes la misma se extendía a esa suerte de “Mare Nostrum” que es América Central y el Caribe, desde el final de la contienda ha sumado a la misma la parte norte de América del Sur, es decir, parte de los territorios de Colombia y Venezuela.
Más allá de este primer espacio de seguridad nacional estadounidense, el enfoque comprende Europa Occidental, Europa Oriental, Golfo Pérsico, etc., llegando el “grabado de seguridad” hasta el mismo Mar de la China Meridional, donde, según el enfoque estratégico nacional de 2012, en los próximos años se desplegará el sesenta por ciento del poder naval. En otros términos, el “espacio de inmediación” de los Estados Unidos es prácticamente global.
Sin llegar a esta dimensión geopolítica y de seguridad, es importante destacar que China ha ido extendiendo notablemente sus “anillos de poder e influencia” bastante más allá de su zona de interés inmediato, conjugando en ellos cuatro componentes de interés mayor: por un lado, obtención de materias primas y obtención de derechos de explotación de recursos; por otro, colocación de bienes manufacturados y transferencia de mano de obra (respecto de esto último, en un reciente artículo el profesor argentino Juan Battaleme señala que, como resultado de acuerdos firmados con algunos países del África, aproximadamente un millón de chinos se encuentran hoy dispersos en el continente).
La definición geopolítica en clave de extensión de intereses en zonas adyacentes y más allá no se agota en estos tres poderes mayores. Casi silenciosamente, India ha venido ampliando sus “anillos de interés”. Si bien el espacio territorial por el que rivaliza con Pakistán concentra buena parte de su atención y poder nacional, India aspira a ejercer influencia en espacios adyacentes del este del país como asimismo en el Índico. Por ello, al igual que China, India se encuentra en una etapa de desarrollo y despliegue del poder naval.
La Unión Europea ha logrado configurar un espacio pos-nacional, sin duda, aunque la influencia que ejerce en dicho espacio el “pacificador americano” no sólo restringe las capacidades autónomas de Europa, sino que la arrastra a conflictos que comprometen la seguridad continental y hasta la misma empresa de la integración.
En estos términos, la capacidad de proyección de poder genuinamente europeo se reduce, más allá de la influencia e injerencia aceptada de Francia en su esfera de dominio africana, a la “gestión” de los problemas del Mediterráneo, es decir, las migraciones, y a evitar que la expansión del Estado Islámico acabe por controlar el norte de África.
En la zona de Oriente Próximo y Golfo Pérsico, tres potencias medias y cuasi continentales irradian poder e influencia: hace tiempo que Turquía, Arabia Saudita e Irán sumaron a su condición de actores pivotes o geopolíticos la de actores geoestratégicos, es decir, actores situados en zonas sensibles y con creciente capacidad para proyectar poder e influencia regional.
En América Latina, desde siempre el Estado continental por antonomasia, Brasil, definió esferas de influencia a nivel regional-continental, a nivel oceánico, a nivel transcontinental e incluso, de acuerdo a sus más célebres geopolíticos, a nivel mundial.
En breve, si bien Rusia aparece hoy como un actor que proyecta capacidades más allá de su espacio nacional con el fin de amparar su seguridad nacional, todos los poderes preeminentes desarrollan concepciones y prácticas centradas en salvaguardar intereses un poco más allá de los límites locales e incluso, en algunos casos, proyectar poder e influencia a escala global.
Hay poco de novedad en ello. Acaso lo “novedoso” e inquietante es que el ascenso de múltiples actores está llevando a que las definiciones geopolíticas nacionales a modo de anillos concéntricos de poder y ascendencia que irradian hacia el exterior se crucen y solapen entre sí cada vez más, situación que podría llevar a escaladas interestatales incontroladas.