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El “factor humillación” en la política internacional

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El “factor humillación” en la política internacional
Es pertinente estudiar la cuestión de la humillación en la política internacional, puesto que se trata de un factor clave en relación al curso del mundo, es decir, a su estabilidad o no.
 

La humillación es un sentimiento de impotencia que no siempre es considerado en la política internacional, sobre todo en relación a sus consecuencias.

Generalmente, cuando desde la disciplina del estudio de las relaciones internacionales se alude al término, de modo casi automático surge un actor, Alemania, cuyas severas penalidades por su responsabilidad internacional tras la Primera Guerra Mundial fueron creando sentimientos de humillación y necesidades de reparación nacional, que finalmente arrastraron a Europa al peor de los escenarios.

Sin embargo, existen otros casos en los que los sentimientos de humillación implicaron cambios trascendentales en las relaciones internacionales, como así también casos que generan incertidumbres en relación a la estabilidad del orden internacional del siglo XXI.

A fin de realizar una reflexión de la dimensión del “factor humillación”, consideremos los más importantes.

Estados Unidos humillado: reacción y cambio internacional

Respecto a situaciones de humillación que implicaron cambios, el caso más interesante es el de Estados Unidos, país que hacia fines de los años setenta decidió poner fin a una era de reveses y humillaciones internacionales, decisión que resultó trascendente no solamente para Estados Unidos, sino para el mundo.

  

En efecto, desde la crisis de los misiles  en 1962, Estados Unidos venía sufriendo serios traspiés: al desenlace de Cuba, siguieron Vietnam, la expansión soviética a escala global, la caída de Nicaragua, la invasión soviética a Afganistán y la toma de la embajada norteamericana en Teherán, acontecimiento a partir del cual Washington reaccionó.

Fue así que en tiempos de James Carter (es importante destacarlo) se adoptaron decisiones estratégicas relevantes en relación a la afirmación de la defensa y la promoción de los intereses nacionales estadounidenses. Por caso, se aprobó la denominada “Doctrina Carter”,  a partir de la cual la región del Golfo Pérsico toda pasó a ser un espacio de interés geopolítico esencial de los Estados Unidos,es decir, un área selectiva por la que el país iría a la guerra si fuera necesario.

Esta política de revigorización nacional fue potenciada por Ronald Reagan, quien incrementó sensiblemente los costos de mantención del imperio soviético y retó a Moscú a una carrera armamentística que, en la situación en que se encontraba, el país euroasiático nunca hubiera podido sostener. Finalmente, la URSS fue derrotada, se desplomó y al  orden internacional basado en la “geopolítica de dos” siguió un orden centrado en la “geopolítica de uno”.

En breve, las adversidades o humillaciones que sufrió Estados Unidos en la política internacional provocaron una reacción que no solamente detuvo la tendencia declinante de la superpotencia, sino que fue fundamental para lograr la victoria en la Guerra Fría.

Rusia humillada: ¿terminó la Guerra Fría?

Otro caso de humillación fue el que aconteció tras el final de la contienda bipolar, y que tuvo (y tiene) a la Federación Rusa como protagonista.

La situación podemos presentarla en forma de interrogante: ¿implicó el final de la Guerra Fría que Rusia, el “Estado continuador” de la Unión Soviética, dejara de ser considerada por Estados Unidos como una amenaza?

A juzgar por las iniciativas que llevó adelante Occidente, la respuesta es negativa: por caso, desde el exterior y desde la misma Rusia se alentó un proceso de cambio económico radical que dejó a Rusia en una situación de debilidad sin precedentes; asimismo, contrariamente a promesas realizadas sobre el final de la Guerra Fría se amplió la OTAN (una organización política-militar creada para una situación que dejó de ser) hasta los lindes de la Federación Rusa, quedando (por ahora y gracias a la reacción militar de Rusia en el Cáucaso en 2008) suspendida una nueva ampliación “al Este del Este”, es decir, hasta prácticamente afectar el activo protohistórico de Rusia: la profundidad estratégica. Finalmente, por citar una más, se implementó (en su primera fase) en el espacio eurocentral un sistema de defensa antimisilístico que Rusia considera dirigidoa neutralizarsus armas estratégicas, y no las armas delos denominados “Estados-imprevisibles”.

Desde la perspectiva de la humillación abordada aquí, Occidente persuadió a la Rusia pos-soviética que la contienda bipolar había sido una cuestión entre Occidente y la Unión Soviética, de modo que, derrotada y desaparecida ésta, las relaciones con Rusia debían basarse en un auténtico patrón de cooperación e incluso asociación estratégica.

Rusia, que se consideró “ganadora” junto con Occidente de la Guerra Fría  pues había contribuido a derrotar a la URSS, adhirió a dicho patrón hasta que los hechos le fueron demostrando que para Occidente la cooperación implicaba una política de poder cuyo propósito era maximizar la victoria (o mejor dicho los dividendos de la victoria) más allá de la URSS.

Desde estos términos, una Rusia más poderosa y tradicional se opone a que Occidente continúe desarrollando una estrategia que considera lesiva a sus intereses y a su prestigio, postura que nos ayuda en buena medida a comprender, entre otras, la situación de parálisis internacional frente al conflicto en Siria.

China humillada: ¿es el país asiático la amenaza?

El “factor humillación” tiene también a China como protagonista, puesto que para este actor en ascenso estratégico Estados Unidos aspira a un orden internacional en clave, si no hegemónica, lo más monopolar posible, es decir, un orden con una “superpotencia global extensa”, para expresarlo en los términos de Zbigniew Brzezinski, seguida de potencias mayores.

Solamente esa autopercepción de superpotencia única explica que sus intereses nacionales sean definidos de manera tan amplia, al punto que afecten los intereses nacionales del “resto” de los demás poderes. En efecto, a principios de 2012 se aprobó la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional que, como estableciera en los años setenta la “Doctrina Carter” en relación al Golfo Pérsico, convierte a la región del Asia-Pacífico en un área de interés nacional.

Para Pekín, la iniciativa geopolítica estadounidense tiene como propósito restringir su libertad de movimiento en un área que considera propia, como bien lo demuestra su estrategia naval basada en la “defensa y proyección activa marítima”.

En este último caso, el “factor humillación” implica que Estados Unidos no considera el sensible enfoque chino relativo a la “mentalidad de poder global”, es decir,  reconocimiento y consulta, no decisiones unilaterales, entre los grandes poderes. Por consiguiente, la mantención de esta situación no coadyuva a un orden interestatal basado en el consenso y la complacencia geopolítica.

Existen otros casos de humillación, por caso, el que afecta al mundo árabe, muy bien tratado por el francés Dominique Moisi en su obra “Geopolítica de las emociones”.

En breve, es considerable analizar la cuestión de la humillación en la política internacional, puesto que se trata de un factor clave en relación al curso del mundo, siendo motivación de fuerzas que pueden modificar procesos y cambios, es decir, incidir a su estabilidad o no.

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