No es ningún secreto que la Turquía de Erdogan y los Estados Unidos de Trump nunca han tenido relaciones plenamente satisfactorias o medianamente buenas siquiera. Si bien a principios del mes de octubre parecía que las relaciones entre ambos países podían mejorar después de que el gobierno turco decidiese liberar al pastor estadounidense Andrew Brunson, esto no fue más que una ilusión temporal. Las diferencias entre ambos países son, sencillamente, irreconciliables, y es que EE.UU. en Siria está entrenando, financiando y armando a lo que Turquía califica como organización terrorista.
Las YPG –Unidades de Protección Popular– están consideradas como el brazo del PKK dentro de Siria, según las autoridades turcas. El PKK o Partido de los Trabajadores del Kurdistán es un partido que lleva años enfrentado a Turquía tanto en el sur del país como en el norte de Irak, y busca la independencia de lo que su principal ideólogo, Abdullah Öcalan, define como el kurdistán. Esta guerra que dura décadas, se ha recrudecido en los últimos años, cuando bajo la excusa de combatir al Estado Islámico los turcos decidieron invadir el norte de Siria entrando a al-Bab. Más tarde iniciaron un frente abierto con las YPG invadiendo Afrín, y ahora quieren hacerse con el norte controlado por las Fuerzas Democráticas Sirias (YPG + rebeldes). El problema del asunto es que esto implica combatir a los principales aliados de Estados Unidos en Siria, y a Trump, es algo que ya no le hace tanta gracia.
Escalada de tensiones en un momento clave
A finales de octubre y aprovechando el colapso de las Fuerzas Democráticas Sirias en el sureste de Siria tras una potente ofensiva del Estado Islámico, los turcos iniciaron sus bombardeos en el norte de Siria, cerca de la zona de Ayn al-Arab o Kobane, la ciudad más importante para los nacionalistas kurdos por su significado. La batalla de Kobane es tan importante para los nacionalistas kurdos que han convertido su resistencia contra el Estado Islámico dentro de la ciudad en prácticamente una epopeya.
Turquía se ve fuerte, y es que en su última provocación logró que Estados Unidos tuviese que "regalarles" la importante ciudad de Manbij expulsando a las YPG. Erdogan anunció entonces que no pararían hasta expulsar a todos los nacionalistas kurdos de su frontera. Lo que parecía una bravuconada, ha resultado ser cierto.
El país gobernado por Erdogan juega un papel mucho más importante de lo que cabría esperar en un principio. Las conexiones del gobierno con los Hermanos Musulmanes y el que al-Qaeda y Estado Islámico hayan hecho de Turquía su centro de mando en Oriente Medio hacen que ningún país se atreva a pararle los pies a Erdogan. Sencillamente, sería algo demasiado comprometido para la seguridad nacional, y es que al 'sultán' es mejor tenerlo contento.
Lo controvertido del tema es que Turquía se ha vuelto muy molesta para EE.UU. y una amenaza para los aliados de los yanquis en Siria… cuando precisamente tanto turcos como estadounidenses son parte de la OTAN, una alianza supuestamente creada para proteger a los países miembro y defender sus intereses. De hecho, tienen los dos ejércitos más grandes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Este enfrentamiento no podría llegar en peor momento para Trump. Su última jugada de sancionar a Irán, además de al país persa también afecta –y de forma muy negativa– a los países europeos, que pueden afrontar problemas económicos muy graves. Mismamente, los pequeños bancos alemanes sacaban muchos beneficios del comercio con Irán, pero es que incluso en el caso español, la industria vasca sobre todo, depende del petróleo iraní. Hablamos de 119.000 barriles de crudo diarios que importaba España que de repente ya no se pueden comprar. Esto va a obligar a Europa a reinventarse y desde luego, es una mancha negra en sus relaciones con EE.UU.
Es en este momento, y no otro, que Erdogan ha llevado al siguiente nivel el conflicto político con los norteamericanos. Ya no solo en el tema de combatir a las YPG, sino que los turcos también han dicho que no van a respetar las sanciones contra Irán. "No queremos vivir en un mundo imperialista", dijo el presidente turco explicando su rechazo a la decisión unilateral de EE.UU. de sancionar a Irán. El mensaje es muy claro, y es que él quiere ser la potencia, no el sometido.
A nivel diplomático, incluso, es muy significativo que el pasado 28 de octubre los turcos se reunieron con franceses, alemanes y rusos para tratar el futuro de Siria, pero no con estadounidenses. Erdogan ya no confía en poder alcanzar objetivos basados en intereses comunes con Trump. Yendo más allá, podríamos pensar que se ha rebelado contra las políticas de EE.UU. La guerra económica y las sanciones que impuso EE.UU. a Turquía en agosto y que hundieron la lira turca han sido un punto de inflexión en las relaciones de ambos países. Ahora, Erdogan quiere devolver el golpe.
Estados Unidos, entre abandonar a los kurdos o enfrentarse a Turquía
Los marines norteamericanos han tenido que empezar a patrullar Kobane y Tell Abyad para evitar que el ejército turco empiece una invasión terrestre. Éstos sin embargo siguen bombardeando el territorio dominado por los nacionalistas kurdos y muestran orgullosos cómo monitorean sus defensas con drones de cara a una ofensiva a gran escala, mientras tachan de inaceptables las acciones de sus "compañeros" yanquis de la OTAN.
Este fin de semana Trump y Erdogan deberían reunirse en París para discutir cómo van a solucionar el conflicto por la presencia de las YPG en el norte de Siria. Ante la duda de qué hará cada uno, tanto los aliados de Ankara como los aliados de Washington se están agolpando en un frente que ya patrullan más de 3.000 efectivos.
Estados Unidos tendrá que replantear su estrategia y sus alianzas. Los rebeldes se han posicionado entorno al liderazgo de al-Qaeda y el liderazgo de Turquía ante el abandono de los países del golfo, Europa y EE.UU., que han decidido enfocar sus esfuerzos en apoyar a los rebeldes dentro de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). El gobierno sirio es aliado de Rusia y de Irán.
Y seguir apoyando a las FDS le va a acarrear al Pentágono tremendos dolores de cabeza y problemas con una Turquía a la que sería un error tomar a broma.
Este final de 2018 podría ser un momento crítico para las YPG, que piden en vano y a la desesperada una respuesta real de la Comunidad Internacional a los bombardeos turcos. Estados Unidos no apoya a nadie por convicción política, y el caso de los kurdos tampoco va a ser la excepción. La situación podría derivar en un abandono total por parte de los norteamericanos a las YPG, que tendrían que someterse al liderazgo de los rebeldes o aislarse en un conflicto en el que quien quiere ir por libre, tiene los días contados.
Turquía está llevando a Washington al extremo; Erdogan quiere saber cuál es el límite de Trump. Como en Afrín, quiere entrar a Kobane y mandar un mensaje de poder al mundo. De este modo, además, logra desviar la atención de los problemas domésticos.
Si Kobane termina como Afrín o Manbij, Estados Unidos demostrará que ya no tiene la capacidad de ser el sheriff del mundo y que su posición privilegiada dentro de la OTAN no sirve para frenar las aspiraciones de quienes quieren hacerse con el trono. Después de Kobane, además, llegaría Raqqa.