La crisis que Turquía ha desatado en el Mediterráneo Oriental y cómo pone a prueba a la UE y la OTAN
Por si el caso de Libia, Líbano y Siria no fuese suficiente, este mes de agosto Turquía ha decidido terminar de incendiar el Mediterráneo Oriental provocando una grave escalada de tensión con Grecia el enviar un barco de exploración sísmica para encontrar yacimientos de gas, acompañado de buques de guerra, entre Creta y Chipre, al sur de las costas de Kastelórizo; un territorio disputado por Atenas y Ankara ya que si bien está poblado por griegos, se encuentra a 500 kilómetros de la Grecia continental frente a los escasos 2 kilómetros de territorio turco.
Y atendiendo a las distancias, los turcos llevan años intentando extender su Zona Económica Exclusiva por las aguas griegas de Kastelórizo, escudándose en que solo la plataforma continental del país debería tenerse en cuenta a la hora de delimitar su ZEE; una reivindicación sin legitimidad legal.
En un alarde de soberbia, con la Comunidad Internacional mirando al Egeo, con Grecia pidiendo a sus aliados una cooperación que no llega (desde una UE deeply concerned pero poco más y una OTAN a la que no le conviene pronunciarse), Erdogan lejos de recular siguió caldeando el ambiente y el 16 de agosto anunció que realizaría un ejercicio conjunto en el Mediterráneo junto a la República Turca del Norte de Chipre; un ente sin razón de existir más allá de mantener a ocupantes turcos en Chipre.
Y lejos de detenerse ahí, el presidente turco también anunció que desplegaría otro 'barco de investigación', el Yavuz, acompañado de buques de guerra. Esta vez navegando con la amenaza de "recomendar no entrar en su área de estudio". Y el plan del turco es alargar la situación hasta –por lo menos– mediados de septiembre.
Y es que Erdogan no solo busca gas natural, sino que pretende avivar la tensión con Grecia, poner sobre la mesa de nuevo la disputa por a quién le pertenece la Zona Económica Exclusiva alrededor de Kastelórizo, entre Creta y Chipre, y entretener a su electorado, que anhela un Imperio neo-Otomano, mientras barre bajo un nacionalismo alimentado por el fanatismo religioso la crisis económica que atraviesa el país.
Y Turquía actúa así porque se siente fuerte, porque sabe que enfrente solo tiene una OTAN de capa caída y una Unión Europea con una política exterior que solo queda para imponer sanciones a países hiper-sancionados. Libia fue el campo de pruebas en el que Erdogan hizo y deshizo, hace y deshace, como le viene en gana ignorando sanciones, resoluciones de la ONU y declaraciones de Bruselas sobre lo profundamente preocupados que están. Recientemente Ankara firmó con Trípoli un acuerdo para delimitar sus límites marinos creando un corredor entre ambos países que atraviesa el corredor de Grecia y Egipto.
Tras Libia y con total impunidad, Ankara decidió utilizar a migrantes irregulares como peones enviándolos en masa hacia la frontera griega. Ahora han ido un paso más allá con el despliegue militar, mientras que la UE de la que Grecia es parte no reacciona, y de la que solo Francia se digna a tener mayor presencia militar en la zona para ayudar a sus aliados comunitarios, optando por adoptar una política exterior propia frente a una unión apocada, más preocupada por sus formas que por el hecho de que los turcos sean cada vez más agresivos contra cualquiera que se interponga en su sueño por restablecer un neo-Imperio Otomano. Y es que Merkel sabe mucho de subyugar al sur de Europa, pero tiene auténtico pavor a siquiera plantearse desafiar al intento de sultán.
Ya por puro pragmatismo, sin la necesidad de apelar a la épica de defender a nuestros camaradas helenos, dejar a Turquía apropiarse del gas al sur de Kastelórizo, al este de Creta y al oeste de Chipre, es renegar de unos recursos que darían más soberanía energética a Europa y reforzaría la posición del bloque en el mundo. Pero con diplomáticos cobardes que solo piensan en la unión para cobrar, es difícil tener una política exterior destinada a defender los intereses de la comunidad. Porque a estas alturas ni la UE ni la OTAN parecen una unión; siendo más un tablero con sus reyes y peones.
La crisis del Mediterráneo Oriental es una crisis de la Unión Europea, donde España e Italia no se involucran en los asuntos del Egeo a fin de evitar potenciales problemas con Turquía, los Hermanos Musulmanes libios, Túnez o Marruecos y así mantener activos los gaseoductos Transahariano, Pere Duran Farell (antes Magreb-Europa), Transmediterráneo, Galsi y el Greenstream. Además de que Italia tiene importantes negocios petroleros con 'eni' en el territorio libio controlado por los aliados de Turquía, el Gobierno del Acuerdo Nacional. La crisis del Mediterráneo Oriental es una crisis de la Unión Europea, donde Alemania quiere impedir a toda costa la creación de un gaseoducto EastMed que haga sombra al poderío germano que le proporcionará el Nord Stream II, directo desde Rusia por el Báltico. Donde Hungría quiere mantener aunque sea sobre el cadáver de socios comunitarios, su puesto observador en el Consejo Túrquico. Donde todos se despellejan mutuamente.
Hasta ahora, por los objetivos escogidos, los turcos han actuado con relativa tranquilidad. Han blindado al islamista Gobierno del Acuerdo Nacional en Libia frente a Haftar. Han invadido el norte de Siria creando un espacio seguro para la inseguridad de grupos yihadistas militantes y mercenarios. Han retomado los bombardeos en el norte de Irak contra el PKK. Pero ahora ha decidido enfrentarse a los grandes, y está desafiando a la UE y la OTAN en un mar Egeo que conoce más de 40 años de tensión entre turcos y griegos. La respuesta que se dé a Turquía determinará la credibilidad que le quede a la UE y la OTAN. Si fallan, su futuro en el medio-largo plazo será incierto –siendo generosos–.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.