Pegasus y la engañosa burbuja de la democracia liberal: ¿el totalitarismo perfecto?
El mayor éxito de la democracia es el de haberse convertido en un sistema totalitario perfecto. Creando una falsa creencia de seguridad y libertad, cualquier disidencia se anula mediante el descrédito y ostracismo, sin necesidad de métodos abiertamente brutales; porque el engaño es más efectivo a largo plazo que el terror. Porque aunque el estado parece ausente, a menudo las autoproclamadas democracias son las más draconianas y controladoras, a través de sus cloacas.
La democracia capitalista, como cualquier otro sistema, se impuso mediante la violencia, de la mano de prácticas moralmente cuestionables como la acumulación originaria. Es absurdo pensar que un sistema así, que jamás ha tenido inconveniente en ir de la mano con el sabotaje, el colonialismo y la guerra, que a través de artimañas como sanciones y guerra sucia ha logrado eliminar a sus rivales para presentarse como la única vía, no tiene características autoritarias ni ejerce un control absoluto sobre su población.
Parémonos a pensar en una distopía en la que el gobierno regula incluso la opinión y el discurso. Una distopía en la que se censuran informaciones incómodas y silencian medios contrarios (no en detalles políticos menores sino en la cosmovisión de las cosas), donde se ilegalizan partidos e incluso ideologías. Parémonos a pensar si es una distopía o si es algo que ya sucede en dictaduras reconocidas como tal, pero también en autoproclamadas democracias liberales. Parémonos a pensar si son métodos de dictaduras esperpénticas o de cualquier sistema y sus estómagos agradecidos, que intentan sobrevivir y mantener su hegemonía política, económica, social e ideológica.
Y en este contexto sale a la luz que a través de un software israelí, en un principio diseñado para la lucha antiterrorista, Pegasus, hay más de 50.000 (que se sepa, ya que esta cifra al parecer solo es la punta del iceberg) periodistas, activistas, políticos, empresarios y disidentes que están siendo espiados a través de sus móviles. Porque cierta prensa ideológica, presentada como objetiva únicamente porque reproduce el discurso hegemónico en el territorio al que quiere llegar (aunque año sí y año también salga a la luz que cuelan informes de inteligencia o notas de lobbys como información), nos tiene acostumbrados a creer que es normal que Rusia, China o Arabia Saudí vigilen a sus ciudadanos –práctica que no implican nada malo de por sí–, pero que "los buenos" no lo hacen.
Y ahí es donde se vuelve determinante Pegasus, porque es un software espía que viola la privacidad de todos, atacando incluso desde antenas telefónicas –sin opción a librarse del espionaje ni tomando las medidas de seguridad más estrictas–, porque espía no solo a terroristas sino a cualquiera que pueda establecer discurso, y porque países unioneuropeos como Hungría, Francia o España lo utilizan. Porque la mayoría de servidores infectados por Pegasus están en Alemania, EE.UU., Suiza, Reino Unido y Francia. Porque países de los que apenas se habla dada su comodidad y cercanía estratégica, como el México de Enrique Peña Nieto, han utilizado este sistema para espiar a sus opositores incluyendo al actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, a defensores de los Derechos Humanos, pero también para chantajear, sabotear y asesinar, incluso a periodistas.
Todo ello nos lleva inevitablemente a un debate que hace cuestionar los mensajes vacíos y términos que sin matices no significan nada, como 'valores democráticos' o 'libertad'. Porque, ¿qué es la libertad? Desde el momento en el que el ciudadano acepta un sistema de normas, de buenos y malos, está comprometiendo su libertad; y no es algo malo. Porque en el orden hay más libertad que en el caótico libertinaje. ¿Es más libre el que dice y grita lo que quiere en una jungla de individuos individualistas en la que vive bajo constante amenaza, o el que vive como quiere en comunidad –o ermitaño, si le place– aunque no haga proselitismo de sus tonterías? Es ridículo pedir a un Estado que persiga a lo que el individuo percibe como 'los malos', a terroristas, por poner un ejemplo claro, y pensar que todo ese poder que se le da a la autoridad no se puede volver en cualquier momento por cualquier razón contra de uno mismo. Porque no existe un método para controlar a 'los malos' e ignorar a 'los buenos'; es algo que va contra la propia lógica. El Estado, el sistema, lo único que busca son amenazas para erradicarlas, y esa amenaza puede ser cualquiera. Lo que hoy se acepta, puede que mañana no.
Drones para vigilar la calle, confinamientos y toques de queda ilegales, impunidad policial, control de movimiento… no es lo que hacen solo las dictaduras. Es también lo que hacen las democracias liberales. Es lo que ha hecho y quiere seguir haciendo España con la complicidad de la absoluta mayoría de su población, que ha interiorizado la seguridad al aparente –o no tanto– peligro. Pero lo ha hecho, al final y en esencia, el que se presenta como 'el sistema más libre del mundo' contempla esta posibilidad para sobrevivir.
Es absurdo pensar que un Estado capaz de actuar de manera totalitaria cuando se requiere, va a limitar su capacidad de acción solo a cuando haya pandemia o la población lo pida. Como es absurdo pensar –por poner un ejemplo más cristalino– que, por ejemplo, la Ley Patriótica de EE.UU. solo se utiliza contra amenazas terroristas. Creer que vigilamos a los que nos vigilan solo porque podemos votar a partidos que ni siquiera respetan el programa por el que se les ha votado, es de ser muy inocente, cuando no tonto por voluntad. Y el claro ejemplo es que nunca hay castigos ni responsables por los abusos contra la población, porque el que pierde su cargo ya encontrará un puesto directivo en cualquier empresa para seguir viviendo como un marqués (o marquesa, no vaya a enfadarse la nueva élite por el vocabulario poco inclusivo). Porque la democracia liberal es tan sutil, tan perfecta a su manera, que siendo un sistema totalitario no se percibe como tal. Ha logrado hacer que el ciego se crea que está vigilando la oscuridad. Pegasus es el ejemplo, y es que 'el quinto poder', el que se supone que vigila a las élites del sistema, resulta que ha sido durante años la víctima del espionaje; y que si no se ha dado cuenta de ello es porque ni era una amenaza real, ni estaba realmente vigilando.
Lo único que pueden reprochar las democracias liberales a los modelos autoritarios es que los segundos no disimulan su carácter; porque los primeros a menudo son incluso más autoritarios con un despliegue de mecanismos de control socialmente aceptados, pero escalofriantes con perspectiva. Entonces, ¿por qué hoy seguimos debatiendo democracia o dictadura y nada más? ¿Por qué no se pueden debatir o aceptar modelos distintos a la democracia occidental? ¿Por qué el globalismo ha creado una burbuja socio-cultural e ideológica que no se puede pinchar? Porque la democracia es la dictadura perfecta.
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