En los últimos años, EE.UU. y los países europeos aliados han desarrollado un relato que han tratado de imponer al mundo, según el cual, sus "enemigos" deben ser enemigos compartidos por todos.
La principal preocupación de EE.UU., que además, explica sus políticas —incluido el conflicto en Ucrania en su afán por cercar a Rusia— es la pérdida de su capacidad de poder hegemónico, por la expansión económica de China y otras potencias emergentes. Esto, a su vez, conlleva el desarrollo de un modelo de multilateralismo económico que se vincula en su variante política como una democratización de las relaciones internacionales y diplomáticas, favoreciendo la pérdida de la capacidad de influencia de su actual hegemonía en solitario.
Sin embargo, este nuevo escenario es una buena noticia para los países de la periferia, ya que supone la posibilidad de diversificar sus socios comerciales, y en ese sentido, de mejorar las condiciones de negociación de sus contratos. Rusia, China, pero también Irán, Turquía o India, son algunas de las potencias emergentes que han facilitado con su ascenso económico esta nueva coyuntura.
Este movimiento multilateral en construcción se ha ido materializando en distintas partes del mundo, y la posibilidad de la diversificación de los socios comerciales se ha convertido también en una herramienta para el desarrollo económico de los pueblos y, sobre todo, en un cimiento hacia la construcción de una auténtica soberanía política, como queda reflejado, por ejemplo, en los casos del Sahel.
En ese sentido, podemos advertir que lo que supone una contrariedad para la unipolaridad estadounidense, supone, a su vez, una liberación para gran parte del mundo, que deja de ser dependiente de EE.UU. o Europa.
Si nos vamos al origen, este movimiento de reivindicación multilateral realmente nació en América Latina. Los llamados gobiernos progresistas o populares reflejaron el colapso de los regímenes de la dependencia y llevan en su ADN el mandato de cambiar estás dinámicas de las relaciones económicas y políticas entre las naciones que les había condenado al subdesarrollo y la subordinación a intereses externos.
Este movimiento de reivindicación multilateral realmente nació en América Latina.
La reacción de EE.UU. ante este proceso de transformación en lo que consideran su "patio trasero" es conocida por todos. Desde el golpe de Estado en Honduras en 2009, tratar de hacer caer gobiernos con estas características, e incluso conseguirlo, ha sido la política internacional aplicada a la región de América Latina y el Caribe.
Los distintos 'lawfare' contra presidentes electos, el bloqueo económico contra Venezuela, el golpe blando en Nicaragua o el golpe duro en Bolivia, unido al recrudecimiento del bloqueo contra Cuba, ha sido la tónica general.
Durante años en los medios de comunicación han tratado de presentarnos que la "comunidad internacional" era EE.UU., la Unión Europea, Reino Unido y Japón. Exactamente los mismos que se reunieron estos días en la Cumbre del G7.
Desgraciadamente no ha sido falso del todo, ya que el desarrollo dependiente de los países de la periferia de ese centro de poder, ha facilitado que, con frecuencia, los intereses de las demás naciones simplemente no estuvieran representados.
Una vieja estrategia de Washington
La reciente 'cumbre de paz de Ucrania', celebrada en Suiza, ha puesto sobre la mesa, de nuevo, el intento de EE.UU. y sus aliados de convertir el conflicto en Ucrania en otra referencia clave para el refuerzo de su propio sistema de alianzas en medio del actual contexto de pugna geopolítica.
Una estrategia nada novedosa.
Recordemos la puesta en escena de la búsqueda de apoyos internacionales de EE.UU. para reforzar la ficción creada en torno al gobierno paralelo de Juan Guaidó en Venezuela o la creación del Grupo de Lima que buscaba un enfrentamiento regional donde, de pronto, se impuso que el "enemigo" de todos los países latinoamericanos debía ser el gobierno venezolano.
También los Acuerdos de Abraham, con lo que EE.UU. buscó el reconocimiento de Estados árabes a Israel, construyendo con ello una alianza contra el eje de la resistencia en Oriente Medio. Una vez más, favoreciendo un conflicto regional por delegación para imponer sus propios intereses geopolíticos.
En el caso de Ucrania, a nivel regional es más sencillo. La UE y Reino Unido no sólo van con alegría hacia el matadero, sino que en cierto modo lideran esta campaña suicida en su propio territorio.
La cumbre para la "paz" realizada en Suiza, que no invitó a una de las partes en conflicto y cuyos principales referentes son reconocidos apologistas de la guerra, solo podía significar una cosa: un nuevo llamamiento a filas por parte de EE.UU. al resto de las naciones del mundo.
En el caso de Ucrania, la UE y Reino Unido no sólo van con alegría hacia el matadero, sino que en cierto modo lideran esta campaña suicida en su propio territorio.
Así lo entendieron países latinoamericanos como Bolivia o Colombia que rechazaron la invitación para participar en esta cumbre. Brasil, por su parte, se limitó a participar como observador con su embajadora en Berna, capital de Suiza. Y México, a través de su secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, aprovechó el encuentro para expresar que los esfuerzos diplomáticos en este tipo de escenarios se deben llevar a cabo "bajo el paraguas de Naciones Unidas", exponiendo con ello el carácter parcial e interesado de esta cumbre.
También entendieron el mensaje los actuales presidentes de Chile y de Argentina, Gabriel Boric y Javier Milei, que aprovecharon, una vez más, para dejar constancia de su alineamiento con la política internacional estadounidense.
Boric desde una equidistancia miope y desmemoriada decía estar en contra de invasiones. En ese sentido, ¿cómo puede compartir alianza, una y otra vez, precisamente con los Estados Unidos de América?
No es la primera vez que la región de América Latina y el Caribe es interpelada por EE.UU. para exigir una mayor implicación en el conflicto en Ucrania. Sin embargo, pese a posiciones divergentes entre los distintos gobiernos de cada nación, hasta ahora ha habido un rechazo mayoritario a una implicación directa.
En la actualidad, nuevos gobiernos populares han vencido electoralmente en distintos países como Colombia o México. Lula Da Silva volvió a la presidencia de Brasil, acompañado por un nuevo impulso del grupo BRICS, que se ampliaba a principios de enero de este mismo año. Venezuela, Cuba y Nicaragua resisten y en Bolivia recuperaron su democracia.
Así, con flujos y reflujos el movimiento multilateral en Latinoamérica sigue estando presente, no como una alianza claramente ideológica, como era hace unos años, pero sí como el reflejo de una política de mirada e intereses propios acorde a un cambio de paradigma a nivel mundial. Los enemigos de EE.UU. no son necesariamente los enemigos de todos.