Hay que reconocer el talento que tiene Andrés Manuel López Obrador para irritar al movimiento de mujeres en México.
En sólo una semana, en medio de la conmoción por dos femicidios, el presidente dio cátedra de ignorancia sobre el feminismo y de ausencia de políticas para frenar las violencias contra las mujeres.
El enojo feminista es creciente. Y no es para menos. Cada día, diez mexicanas son asesinadas. Urge una respuesta que no ofrece ninguno de los poderes del Estado. Las agresiones, es cierto, no nacieron durante su gobierno, lo que sorprende y enfada es la torpeza e insensibilidad de sus reacciones.
La naturalización con la que se abordan los femicidios, que muchas veces sólo quedan en cifras, logra romperse cada tanto. Así ocurrió el 8 de febrero, cuando Ingrid Escamilla, una joven de 25 años, fue asesinada en la Ciudad de México. Su pareja, Érick Francisco, la apuñaló en el cuello, la desolló de la cabeza a las piernas, le extirpó algunos órganos y los tiró al inodoro. El hijo del asesino, un adolescente autista de 15 años, presenció el crimen. La Policía filtró fotos del cuerpo y varios medios las publicaron. Las protestas feministas estallaron.
En ese momento seguía la polémica por la propuesta del fiscal general Alejandro Gertz Manero de eliminar la tipificación de "femicidio" para calificarlo como "homicidio agravado. La intención, según él, era mejorar la investigación e impartición de justicia, pero organizaciones feministas advirtieron que ello eliminaba el componente de género en el asesinato. El presidente, que ya había rechazado la iniciativa, no tuvo mejor idea que molestarse porque los femicidios iban a ser la nota de una conferencia de prensa en la que él quería promover la rifa del avión presidencial.
Aunque la propuesta de Gertz Manero existía, López Obrador dijo que la información era falsa y que se había manipulado para criticar a su gobierno. En lugar de cederle el protagonismo a las verdaderas víctimas, se victimizó. "No quiero que el tema sea nada más lo del feminicidio, ya está muy claro", dijo en su afán de dictar lo que debería publicarse en los medios, lo que debería interesarle a la sociedad.
Las movilizaciones por el asesinato de Escamilla y por los femicidios arreciaron. El presidente respondió con undecálogo contra la violencia a las mujeres plagado de lugares comunes como: "proteger la vida de todos los seres humanos", "es una cobardía agredir a la mujer", "se tiene que respetar a las mujeres" y "castigar a los culpables". De estrategias, políticas y objetivos concretos, ni hablar. Nomás le faltó incluir el "ni uno menos", el lema machista que intenta desacreditar los asesinatos de mujeres por su condición de género. El presidente confirmó así que desconoce las particularidades de los femicidios y de las luchas feministas en general.
El espanto se acrecentó el sábado con el hallazgo del cuerpo de Fátima, una niña de siete años que llevaba cinco días desaparecida. Fue encontrada en una bolsa, con signos de tortura. Los femicidios se mantuvieron como tema central en redes sociales y en los medios.
López Obrador pasó a la defensiva y en su conferencia del lunes presumió las diarias reuniones que él mismo encabeza con el gabinete de Seguridad. Lo que no dijo es que no hay logro alguno para reportar porque la violencia sigue sin control, con los femicidios como una de sus principales facetas.
Para peor, el presidente que suele descalificar a todo crítico como "conservador" mostró de nuevo su propio costado más conservador y moralino. Habló de "una crisis profunda de valores", de "decadencia" y de que "sólo siendo buenos podemos ser felices". Convocó "a seguir moralizando, purificando la vida pública" y culpó de los femicidios a su enemigo favorito: el neoliberalismo, con pleno desconocimiento de la historia de la cultura patriarcal que se ha replicado en todas las épocas, sin importar el modelo económico. La violencia machista, que tiene en los femicidios su punto culminante, es ancestral, pero el presidente no lo sabe. O no lo entiende.
El colmo del discurso presidencial llegó cuando les pidió a las feministas, "con todo respeto", que ya no hagan pintas y que sus protestas sean pacíficas. Sí, el mismo reclamo de las voces que comparan a una mujer muerta con paredes o monumentos pintados. Que se indignan más por los gastos de limpieza que por una mujer estrangulada, descuartizada o violada.
Mientras López Obrador alimentaba la tensión con los feminismos, desde una entidad estatal revelaron que hacía años existía un expediente contra los padres de Fátima por supuesto "descuido y maltrato emocional". Otra vez, la vieja estrategia de culpar a las víctimas de su propia tragedia, de sembrar sospechas, de desviar la atención, de querer evadir la responsabilidad del Estado.
López Obrador tiene razón cuando denuncia que sus "adversarios" usan los femicidios para "golpearlo", que hay oportunismo político, que muchos de ellos tienen una doble moral porque como exfuncionarios fueron responsables de la epidemia de violencia o que, como comunicadores afines a gobiernos anteriores, no denunciaron con tanto ahínco los asesinatos de mujeres. El problema es que, como en tantos otros temas, es él quien les da herramientas para la crítica constante.
El presidente todavía goza de una popularidad del 70 %, pero habrá que esperar el impacto de los casos de Ingrid y Fátima porque, con sus desatinos para abordar los femicidios, se juega el respaldo de las mexicanas que representan más de la mitad de la población. A falta de una oposición fuerte y articulada, los feminismos asoman como una inesperada resistencia al lopezobradorismo.
Si los resultados comienzan a ser negativos, quizá entonces cambie un discurso con el que hasta ahora sólo ha demostrado que, como jefe de Estado, no está a la altura de la revolución feminista que recorre México y el mundo.