Un tsunami feminista recorre México en respuesta a las cotidianas y múltiples violencias machistas. Y pone en jaque al gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
El hartazgo por los femicidios, en un país en donde cada día asesinan en promedio a 10 mujeres, derivó en una convocatoria que monopoliza los debates públicos y las conversaciones privadas. Nunca se había hablado tanto de los crímenes contra las mujeres, sus condiciones inequitativas de trabajo, la doble jornada no paga que cubren en el trabajo y en el hogar, los matrimonios infantiles, el acoso y el abuso sexual.
Desde hace años, la marcha del 8 de marzo por el Día Internacional de las Mujeres concitaba aquí cada vez a más participantes, tal y como ocurre en el resto del mundo gracias a la revolución feminista que está en marcha. Pero ahora se sumó el Paro Nacional de Mujeres que se realizará un día después y que, en un intento de uso político, es promovido tanto por funcionarios como por opositores.
En México, el 52% de los electores somos mujeres. Los líderes políticos saben que, si no dan respuestas, se arriesgan a perder votos.
El Paro comenzó a germinar en redes sociales en medio de la conmoción por los asesinatos de Ingrid Escamilla, una joven de 25 años que murió apuñalada y desollada, y de Fátima, una niña de siete años que fue encontrada tirada en una bolsa, con signos de tortura.
Las reacciones a los crímenes formaron una mezcla suficiente para desazonar a cualquiera: entre las desafortunadas intervenciones de un presidente que no presenta un programa específico para frenar las violencias y el cinismo y oportunismo de la oposición política y periodística que recién ahora se entera de que en México las mujeres son agredidas de todas las formas posibles.
En sus catorce meses de gobierno, López Obrador pudo controlar temas que amenazaban con sumir a su gobierno en una crisis. Con los femicidios no lo está logrando. Por más que quiera culpar "al neoliberalismo", a "la derecha", a "los conservadores", la responsabilidad es del presidente y de sus funcionarios.
El fiscal general Alejandro Gertz Manero había propuesto eliminar la tipificación de "femicidio" para calificarlo como "homicidio agravado". El repudio fue inmediato. Aunque López Obrador descartó la iniciativa, sorprendió que se molestara durante una conferencia de prensa porque los asesinatos de mujeres iban a ser "la nota", y no su rifa del avión presidencial. "No quiero que el tema sea nada más lo de los feminicidios", dijo en un clima de creciente indignación porque algunos medios habían exhibido el cuerpo de Escamilla.
La cadena de desaciertos continuó. El presidente publicó un decálogo contra la violencia a las mujeres que provocó un rechazo generalizado porque sólo contenía lugares comunes como: "proteger la vida de todos los seres humanos", "es una cobardía agredir a la mujer", "se tiene que respetar a las mujeres" y "castigar a los culpables". Luego habló de "una crisis profunda de valores", de "decadencia", de que "sólo siendo buenos podemos ser felices" y convocó "a seguir moralizando, purificando la vida pública".
Muy bonitas y sentidas palabras, pero en ningún momento presentó programas específicos para prevenir, frenar y sancionar violencias.
Por el contrario, culpó de los femicidios al neoliberalismo, su enemigo favorito, y les pidió a las activistas que ya no pintaran puertas y paredes del Palacio Nacional, que se manifestaran de manera pacífica.
Extrañas reacciones para ser "el presidente más feminista de la historia contemporánea", como lo definió la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, la misma que hizo gala de visión de género al boicotear la huelga del 9M para organizar mejor "un paro de hombres" porque si las mujeres se quedan en su casa se verán "tentadas" a lavar los platos.
La decepción feminista contra López Obrador está latente, lejos de la esperanza que generó su triunfo en las elecciones de 2018, cuando designó a mujeres en el 50% de los cargos en su gabinete y su esposa Beatriz Gutiérrez Müller rechazó el patriarcal puesto de "primera dama" porque prefería continuar con su carrera académica. El clima era inmejorable: Claudia Sheinbaum asumía como la primera jefa de Gobierno electa de la capital y, gracias a la Ley de Cuotas, el Congreso mexicano tenía paridad de género por primera vez en su historia.
Pero los femicidios y las violencias machistas continuaron sin que el gobierno mostrara ni sensibilidad, ni conocimientos ni proyecto alguno.
López Obrador tiene razón cuando denuncia que la oposición quiere infiltrarse y aprovechar políticamente el Paro, que de pronto aparecieron feministas inesperados. Uno de los casos más extremos es el de Felipe Calderón, el expresidente que declaró una irresponsable guerra contra el narcotráfico que hundió al país en una violencia extrema en la que las mujeres han sido víctimas y que ahora convoca a la huelga feminista a través de México Libre, el partido con el que su esposa Margarita Zavala pretende postularse a la presidencia en 2025. Quizá ellos y muchos otros desistan en cuanto recuerden que los feminismos luchan, entre muchos otros derechos, por la legalización del aborto.
La polarización política poco ayuda. Los fanáticos del presidente son capaces de minimizar femicidios con tal de defenderlo. Fanáticos anti López Obrador son capaces de mostrar una inédita e hipócrita preocupación por los crímenes con tal de denostar al gobierno.
En ambos extremos, lo que menos importa son los femicidios. El único fin es la tajada política. Las activistas lo saben. Pero esta es una lucha que excede gobiernos. Organizaciones feministas ya advirtieron que la marcha del 8M y el paro del 9M no son específicamente contra López Obrador sino contra un añejo sistema.
Ojalá el presidente así lo entienda y deje de victimizarse y de culpar a sus "adversarios" de una crisis que él mismo provocó con sus fallidas reacciones.