Del asistencialismo a la frivolidad: ¿por qué todavía hay 'primeras damas' que no pueden superar los estereotipos?

Cecilia González

La foto oficial, a color, muestra a la primera dama al centro, cubierta con tapabocas, frente a una precaria biblioteca construida con madera. Está de gira en una de las regiones más pobres del país. De pie la acompañan seis niños. Sentados, otros 12. Casi todos llevan barbijos. Ninguno tiene zapatos. Ella anuncia obras de agua potable. Raro, porque no es funcionaria.

Esta imagen podría corresponder a cualquier país latinoamericano durante el siglo pasado, cuando las primeras damas ejercían únicamente labores asistencialistas, rayanas en la caridad, siempre a la sombra de sus poderosos maridos, sin carrera ni trayectoria propia. Ajustadas a un ideal femenino, jamás feminista, en el que ellos gobiernan y ellas "apoyan".

Pero no. Es una fotografía publicitada apenas en diciembre pasado por Fabiola Yáñez, pareja del presidente argentino Alberto Fernández. No son esposos legalmente. La innovación en términos de nuevas familias culmina ahí, porque la experiodista abrazó su nuevo rol acorde con los parámetros que tradicionalmente ejercen las primeras damas y que parece tan difícil de desterrar.

Desde que Fernández comenzó a gobernar, Yáñez asumió un protagonismo público que es motivo de recurrentes críticas, en parte porque se muestra como gestora de proyectos que más bien corresponden a ministros. De ahí que anuncios oficiales como que la primera dama "artículó" (?) un acuerdo para la provisión de agua potable o que es "un enlace solidario" en la construcción de escuelas convoquen a la confusión.

También participa en donaciones, encabeza fundaciones con fines sociales, reparte juguetes a niños en situación de pobreza o los lleva a que conozcan por primera vez el mar. Visita escuelas o a niños y niñas internados en hospitales, regala productos navideños o sillas de ruedas, visita comedores comunitarios y se saca fotos, muchas fotos, en cada uno de esos eventos.

Cecilia González, periodista y escritora
La imagen desentona en medio de la revolución feminista que recorre el mundo y en un país que está a la vanguardia de las luchas del movimiento de mujeres

Yáñez refuerza así el modelo de la primera dama asistencialista, sin perspectiva alguna de género. ¿Debería rebelarse, modificarlo? No, por supuesto. No es una obligación, pero sí desentona en medio de la revolución feminista que recorre el mundo y en un país que está a la vanguardia de las luchas del movimiento de mujeres y que acaba de conseguir el aborto legal, un derecho que, por cierto, ella jamás apoyó de manera pública.

Sin diversidad

El papel de Yáñez se suma al coro monocromático que, en pleno siglo 21, siguen formando gran parte de las primeras damas latinoamericanas.

Casi no hay matices: eligen temáticas sociales, no económicas. Si la tenían, dejan de ejercer su carrera profesional. No enarbolan causas feministas ni militan en el movimiento de mujeres. Los medios las confrontan en un permanente y vergonzoso "duelo de estilos" porque, es bien sabido, ellas están para competir, lucirse y conmover, en ese orden. Y, por supuesto, que no falte el "emotivo" encuentro con el papa en El Vaticano.

En el caso de la primera dama argentina, los odiadores antiperonistas la usan para denostar al Gobierno, agredirla violentamente en las redes y compararla a cada rato, siempre con un desdén clasista, con su antecesora Juliana Awada, la esposa del expresidente Mauricio Macri a quien quisieron convertir mediática e inútilmente en una Michelle Obama.

La cobertura que los medios oficialistas del macrismo hicieron de Awada fue tan obsecuente, que muchas veces rozaba el ridículo porque era imposible distinguir si era una noticia falsa o no, en particular por la insistente promoción de la huerta presidencial que la exprimera dama supervisaba en tacones y con fotógrafo a mano.

El conservador diario La Nación sigue en esa sintonía. Todavía hoy sostiene una especie de "sección Juliana Awada" en la que nos informa detalladamente sobre cada uno de los posteos de la exprimera dama en Instagram. Así sabemos que "descalza y relajada, mostró cómo pasa su feriado en las redes", "compartió un hobby primaveral", "cocinó recetas saludables", usó un "look chic y relajado para leer en su casa; tuvo " una tarde de juegos con su hija en el jardín de su casa", enseñó "cómo hacer para arrancar el día con buena energía" y también " el singular ingrediente que crece en su jardín".

Lo que se dice, un (hilarante) dechado de virtudes de una empresaria que fue una primera dama idealmente ajustada al molde: sólo sonreía, sin hablar ni alterar jamás la agenda política con desubicadas declaraciones o filtraciones.

No todas pueden decir lo mismo.

Escándalos

Fines de 2019, Chile vive un estallido de protestas ante el derrumbe del espejismo neoliberal. El gobierno de Sebastián Piñera queda sumergido en una grave crisis.

De manera sorprendente, la primera dama Cecilia Morel reconoce la inequidad que arrastra el país y que explica en gran parte el hartazgo de la ciudadanía contra el Gobierno de su esposo.

"Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás", dice la esposa del presidente en un audio que se filtra a la prensa y en el que califica a los manifestantes como "una invasión extranjera, alienígena" que ha rebasado al Gobierno.

"Adelantaron el toque de queda porque se supo que la estrategia es romper toda la cadena de abastecimiento, de alimentos, incluso en algunas zonas el agua, las farmacias, intentaron quemar un hospital e intentaron tomarse el aeropuerto, o sea, estamos absolutamente sobrepasados. Mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racionar las comidas", convoca a sus amigos, parte de la élite a la que pertenecen ella y su poderoso y multimillonario esposo.

Peor aun es el caso de Michelle Bolsonaro, la esposa de Jair Bolsonaro que también cumple el rol protocolar decorativo que se espera de las primeras damas pero que, además, está acusada de haber recibido transferencias de dinero por parte de Fabricio Queiroz, un exmilitar que formaba parte de grupos parapoliciales y que hoy está detenido en Río de Janeiro.

La causa queda en familia, porque tiene su origen en las acusaciones de que el senador Flavio Bolsonaro, hijo del presidente, obligaba a sus asesores en la Asamblea Legislativa a "donar" parte de su salarios. El recaudador era Queiroz, quien depositaba los fondos en las cuentas bancarias del clan presidencial, entre ellas las de una primera dama que profesa la religión evangélica.

"Las ganas que tengo son las de llenarte la boca con puñetazos", fue la nada diplomática respuesta del presidente cuando un periodista le preguntó sobre el escándalo de su esposa y del resto de su familia, en una causa que sigue su curso judicial.

Ruptura

"No seré primera dama de México", anunció Beatriz Gutiérrez Müller cuando su esposo Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia.

Parecía una bocanada de aire fresco. Por primera vez en la historia del país, la periodista y escritora rompía con el canon y aseguraba que continuaría con su trabajo profesional como investigadora, sin encabezar eventos protocolares, sin dirigir fundaciones. Sin ocupar un cargo que considera clasista ya que implica que hay mujeres de primera y de segunda.

Cecilia González, periodista y escritora
El caso de Beatriz Gutiérrez demostró que ser la esposa de un jefe de Estado, aunque se renuncie a ser primera dama, supone un escrutinio público que nunca será fácil de sobrellevar.

Y cumplió, pero ello no la ha eximido de controversias, sobre todo por su uso de las redes sociales en las que cada tanto se vuelve tendencia, ya sea porque es víctima de violentas campañas opositoras, o porque en su afán de defender al gobierno de su esposo reacciona de manera desafortunada.

Uno de los episodios más cuestionables fue la respuesta que le dio el año pasado a un usuario de Twitter que le preguntó cuándo atendería personalmente a los padres y madres de niños con cáncer que denunciaban desabastecimiento de medicamentos.

"No soy médico, a lo mejor usted sí, ayúdelos", respondió Gutiérrez Müller, quien después se disculpó "por si alguien se había sentido ofendido", en un tono alejado por completo de la sensibilidad social prometida por el Gobierno y por ella misma.

Las polémicas son constantes, como cuando en cuestión de horas apoyó y rechazó el Paro Nacional de Mujeres convocado el 8 de marzo del año pasado. Y cómo olvidar el día que usó a Leona Vicario, una heroína patria, para justificar el escándalo de los videos que demostraron que el hermano de López Obrador había recibido, de manera irregular, dinero en efectivo para la campaña presidencial.

"Me siento muy contenta de que vamos a develar la estatua de Leona Vicario, porque ella es un ejemplo de la mujer que arriesgó todo para enviar mensajes para confrontar ideas con personajes independentistas y que también dio dinero y no la grabaron. Me gustaría ver el video cuando ella daba dinero para que todos pudieran comer en los campamentos y luchaban por la independencia", dijo comparando lo incomparable, en un afán de justificar las sospechas de corrupción que rodeaban el financiamiento de la campaña.

Su caso demuestra que ser la esposa de un jefe de Estado, aunque se renuncie a ser primera dama, supone un escrutinio y responsabilidades públicas que nunca serán fáciles de sobrellevar.