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Sin vacuna contra el odio: los nocivos efectos de la polarización que enturbian (y distorsionan) el debate político en México

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Sin vacuna contra el odio: los nocivos efectos de la polarización que enturbian (y distorsionan) el debate político en México

De los insultos y el escepticismo a la alegría y los deseos más funestos. Estas fueron algunas de las desagradables reacciones por parte de los opositores más extremistas del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, después de que confirmara que se había contagiado de covid-19.

La noticia abrió la compuerta de reacciones viscerales que todo el tiempo están latentes en un México cada vez más polarizado y cada vez más violento.

Sus seguidores le ratificaron su apoyo incondicional y hasta convocaron a cadenas de oración. Parte de la oposición, incluidos los expresidentes Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, sus acérrimos "adversarios", le desearon una pronta mejoría.

Pero en un preocupante fanatismo asomaron mensajes marcados por el desprecio hacia el presidente que demostraron el estado de mezquindad al que puede llegar el debate político.

Además de hacer desafortunados e inmediatos chistes, unos aseguraron, sin pruebas, que el contagio era falso, que no le creían, que seguramente el presidente sólo lo anunciaba para victimizarse. Lo calificaron como "pantomima". Lo consideraron parte de una estrategia para evadir "el fracaso" de su manejo de la pandemia y para distraer a la opinión pública ante "el derrumbe" de su popularidad.

Cecilia González, periodista y escritora
Cecilia González, periodista y escritora
En sus conferencias mañaneras, López Obrador suele denunciar a sus "adversarios" e incita discusiones que se distorsionan y dejan de basarse en diferencias políticas para transformarse en linchamientos virtuales. Pero absolutamente nada justifica las reacciones perversas que suscitó la noticia de su contagio.

Otros presumieron su regocijo por considerar que era una lección, una consecuencia ante la "terquedad" y la "arrogancia" con la que encaró la crisis sanitaria. Que se lo merecía. O, de plano, manifestaron sus peores deseos para que así termine de una vez un gobierno y un líder político al que detestan.

Revanchas

López Obrador es intolerante a la crítica. Estigmatiza a todo aquel que no lo apoya. Divide al mundo en solo dos bandos: o estás de su lado o estás en su contra. Muchos de sus antagonistas actúan de la misma forma: descalifican siempre y por completo al presidente y al gobierno. Todo está mal. No aceptan matices.

En su primer año de gobierno, López Obrador ha reforzado este estereotipo binario al encasillar en un monobloque a sus críticos y a sus opositores que, a diferencia de lo que él piensa, no siempre son lo mismo. Sin distinción alguna, los (des) califica como "fifis", "neoliberales", "defensores del antiguo régimen", "conservadores", "la derecha".

Así ha llamado a políticos, feministas, periodistas y escritores, entre muchos otros. Las y los señalados por el presidente de inmediato reciben ataques en redes sociales con un nivel de violencia verbal que parece no tener techo y que López Obrador jamás condena. Al contrario.

Las ofensas, que son su respuesta inmediata ante cualquier mínimo cuestionamiento, son repetidas y elevadas de tono por parte de sus fervorosos seguidores. Como muestra, basta leer las previsibles acusaciones sin fundamento que repetirán en los comentarios de esta columna y que tienen el mismo tono y cariz cada vez que opino negativamente sobre algunos aspectos del Gobierno mexicano. Nada alcanza, porque si destaco facetas positivas (sí, las hay), los más fanatizados se desconciertan y, por las dudas, igual insultan. Es uno de los problemas de creer en la falsa realidad sin tonalidades promovida por López Obrador.

En sus diarias conferencias mañaneras, el presidente suele denunciar a sus "adversarios", muchas veces con nombre y apellido, e incita discusiones que se distorsionan y dejan de basarse en diferencias políticas para transformarse en agresiones y amenazas. En linchamientos virtuales que muchas veces han amedrentado a sus destinatarios.

Son alegatos marcados por la intolerancia que le cierran la puerta a cualquier posibilidad de diálogo.

Pero absolutamente nada de ello justifica las reacciones perversas que suscitó la noticia de su contagio. Los discursos de odio no se combaten con discursos de odio porque, si no, ¿en dónde está la diferencia, la mesura, la responsabilidad? ¿En dónde queda la coherencia? ¿Cómo podemos criticar, condenar o alertar sobre actitudes que nosotros mismos repetimos? ¿O militamos el 'ojo por ojo', el 'todo vale' en un país que lo que menos necesita es más violencia?

La apuesta

El debate respetuoso y la defensa del disenso en estas épocas a veces parece una utopía. No es que antes existiera. No es que el tiempo pasado fuera mejor. Creerlo sería una ingenuidad.

Cecilia González, periodista y escritora
Cecilia González, periodista y escritora
Lo que ocurre en México, por supuesto, no es una excepción. Es una cadena de odio que se repite en cada uno de los países en los que se asentó la polarización. ¿A quién le sirve? A la sociedad, a la ciudadanía y a la democracia, seguro que no.

Sin embargo, sí es un desafío permanente que encaramos las y los ciudadanos en general, entre ellos nosotros los periodistas, sobre todo ahora que tenemos acceso a plataformas en las que todos podemos expresarnos públicamente. Como escribió Ernesto Núñez, uno de los mejores periodistas mexicanos de su generación: "Siento pena por aquellos que, en un momento así, dicen tonterías en las redes sociales, deseándole mal al presidente. No me dan risa esos memes y las frases que destilan odio, rencor y mala entraña. Me parece un acto de mezquindad e ignorancia desearle mal a alguien en medio de una tragedia como la que viven el país y el mundo, quien quiera que sea".

¿De verdad preferimos agraviar que argumentar? ¿De verdad vamos a seguir descartando por completo a otros, a maldecirlos, a descalificarlos solamente porque no apoyan el mismo proyecto político que nosotros? ¿O porque, sin fanatizarse a favor o en contra, critican o respaldan determinadas políticas y cuestionan otras? ¿Vamos a justificar la violencia propia en la violencia ajena?

Sí, todo eso es más fácil, pero más inútil. O, en todo caso, más conveniente para alimentar esos dañinos climas de polarización e intransigencia que desembocan en los inaceptables deseos de muerte de un presidente. A veces parece un juego de espejos en el que desde ambos extremos se lanzan las mismas acusaciones bajo la convicción de que "el otro" es peor. El "malo".

Lo que ocurre en México, por supuesto, no es una excepción. Es una cadena de odio que se repite en cada uno de los países en los que se asentó la polarización. ¿A quién le sirve? A la sociedad, a la ciudadanía y a la democracia, seguro que no.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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