Al escritor Mario Vargas Llosa le ganaron sus demonios. Al final, su obsesión contra la izquierda pudo más. Tanto, que el fin de semana convocó a votar por Keiko Fujimori en la segunda vuelta de los comicios presidenciales de Perú que se realizarán el próximo 6 de junio.
El posicionamiento que el Nobel plasmó en una columna desató un revuelo. Y cómo no. Si puso fin a tres décadas de un abierto enfrentamiento iniciado en 1990, cuando Vargas Llosa perdió las elecciones contra Alberto Fujimori. Desde entonces, sus críticas al expresidente y a su hija fueron implacables. Siempre los equiparó, con razón, a una dictadura, a violaciones a derechos humanos y a la corrupción.
Hasta ahora que, como él mismo escribió, decidió que Fujimori es "el mal menor" porque enfrente se encuentra Pedro Castillo, un maestro y líder sindical que se autodefine como político de "izquierda marxista" y que sorprendió al ganar la primera vuelta del 11 de abril.
Ese fue el límite para Vargas Llosa, quien desde su Fundación Libertad encabeza una cruzada contra los llamados populismos de izquierda, hace contorsiones declarativas para evitar críticas a los populismos de derecha y denuesta a todo político que no adhiera a los postulados liberales. Por eso no le importó entrar en abierta contradicción con las convicciones que había defendido con vehemencia durante tantos años.
"Yo por Keiko Fujimori no voy a votar nunca", prometió en 2011, cuando la hija del expresidente se postuló por primera vez. "Sería deshonroso que los peruanos reivindicaran una de las dictaduras más atroces que hemos tenido", advirtió al recordar el brutal legado que dejó Fujimori. El regreso del fujimorismo, afirmó, restablecería a la dictadura, le daría el poder a un gobierno fascista y "sería la más grave equivocación que podría cometer el pueblo peruano".
Las descalificaciones se sucedieron en los años siguientes. "Si gana (Fujimori), una de las consecuencias tristes de estas elecciones sería que se abrirían las cárceles. Los ladrones, los asesinos saldrían de los calabozos al poder, algo que sería muy triste", dijo Vargas Llosa en 2016 mientras la heredera protagonizaba su segunda candidatura presidencial.
Si ella triunfara, añadió, "sería una reivindicación de una de las peores dictaduras que ha tenido el Perú, una de las más sanguinarias, una de las más corruptas. Votar por la hija del dictador, que lo primero que va a hacer es abrir las cárceles sacar a todos los fujimoristas, empezando por su padre, para que pasen a gobernar, sería una gran desgracia para el país".
Alianza
Keiko Fujimori jamás se quedó callada. Dijo que Vargas Llosa era "un turista que habla por la herida", es decir, por el rencor que arrastraba desde su derrota en 1990; que lo que le sobraba en imaginación le faltaba en caridad humana; que sus "acostumbradas pataletas en política" lo seguían traicionando y que no conocía la realidad del pueblo peruano.
Pero el intercambio de acusaciones quedó atrás. Unidos por el espanto a la izquierda, Vargas Llosa y Fujimori forjaron la alianza más inesperada con base en especulaciones, prejuicios, falacias y lugares comunes que envuelven desde hace tiempo a la política latinoamericana: del "miedo al comunismo" al "no queremos ser Venezuela".
Para justificar su apoyo a la candidata, el escritor aseguró que un eventual gobierno de Castillo tendrá "todas las características de una sociedad comunista", como si eso hoy fuera posible, y que el maestro gobernará como Nicolás Maduro, el malo favorito de la región. O incluso peor: "Significará probablemente un golpe de Estado militar a corto plazo en el Perú". Qué susto. La campaña del miedo en todo su esplendor.
En cambio, dice Vargas Llosa, con Fujimori en la presidencia hay más probabilidades de salvar la democracia. Nomás la condiciona a respetar las libertades y la división de poderes, a no indultar al exasesor presidencial Vladimiro Montesinos y a cumplir solo un mandato de cinco años, o sea, no querer perpetuarse en el poder.
El Nobel apenas si menciona las causas judiciales que acosan a la candidata y no impugna su intención de indultar a su padre si gana las elecciones. Extrañamente, critica a Castillo por no apoyar derechos como el matrimonio entre personas del mismo sexo, la educación sexual en las escuelas y el aborto, pero olvida que Fujimori también adhiere a estas visiones ultraconservadoras.
Como ya ha hecho en las elecciones de otro país, Vargas Llosa muestra un nulo respeto a las decisiones ciudadanas. Bajo la premisa "si no votan como les digo, están equivocados", concluye su artículo argumentando que los peruanos votaron mal en la primera vuelta y no deben cometer el mismo error en el ballotage.
Reacción
Fujimori agradeció de inmediato el aval de Vargas Llosa. Incluso hablaron por teléfono. Le prometió que ahora sí será una demócrata. Ver para creer.
"En estos momento no solo nos enfrentamos a la pandemia y al hambre, sino al comunismo. Me he comunicado con él (Vargas Llosa), le he agradecido su apoyo y he ratificado mi compromiso con la democracia, con la libertad de expresión e independencia de poderes. Perú necesita un reencuentro, que dejemos discrepancias", dijo ante un grupo de periodistas.
En una entrevista en El Comercio, la candidata insistió con la amenaza de que, con Castillo como presidente, "Perú se convierta en Venezuela o Cuba", y minimizó el balance del gobierno de su padre: "Es verdad que genera polarización, hay un recuerdo positivo de muchas personas y también un recuerdo negativo, somos absolutamente conscientes de ello".
Minimizó así los asesinatos, los secuestros, las masacres y los actos de corrupción por los que Alberto Fujimori cumple condenas de hasta 25 años de prisión, o las esterilizaciones masivas y forzadas de mujeres por las que actualmente está siendo juzgado. Las víctimas de las violaciones de derechos humanos todavía tienen mucho para decir, mucho para acusar. Aun así, el primer objetivo de la candidata si gana la presidencia es sacar a su padre de la cárcel.
La impunidad sería también para ella.
Después de dos años de investigación, el fiscal José Domingo Pérez pidió el mes pasado una pena de 30 años y 10 meses de prisión en contra de Keiko Fujimori por los delitos de lavado de activos, crimen organizado, obstrucción de la justicia y falsa declaración. La denuncia central, que forma parte de las derivaciones del Lava Jato en Perú, es que durante sus campañas en 2011 y 2016 recibió millonarios aportes ilegales.
El juicio es inminente, pero si Fujimori ganara las elecciones de junio, quedaría protegida legalmente por el blindaje judicial del que gozan los presidentes peruanos. El proceso en su contra se paralizaría. Ya no sería juzgada, ni condenada.
Pero Vargas Llosa, el autoasumido adalid de la libertad y la democracia, quedaría contento. Según sus parámetros, la sociedad peruana habría votado "bien". Por el "mal menor" que, como ya pasó con Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczinski, él les recomendó. Puede fallar.