Los peruanos quedaron sumergidos inesperadamente en un viaje en el tiempo. Sin escalas, están reviviendo una de sus peores épocas.
En medio del conflicto poselectoral, con una Keiko Fujimori que se niega a reconocer la derrota frente a Pedro Castillo e insiste en denunciar anomalías inexistentes, reapareció Vladimiro Montesinos, uno de los personajes más siniestros de la historia de este país.
Su nombre es sinónimo de corrupción y violaciones masivas a los derechos humanos.
Y, a sus 76 años, regresó a través de unos audios que demuestran que, a pesar de estar detenido en una prisión militar de supuesta máxima seguridad, condenado por múltiples investigaciones judiciales, goza de la suficiente complicidad para organizar a través de llamadas telefónicas una conspiración que impida a toda costa que Castillo asuma como presidente.
La estrategia era ofrecer millonarios sobornos a los miembros del Jurado Nacional de Elecciones para que avalaran las impugnaciones de Fujimori y validaran el fraude.
Para Montesinos, todo vale. Siempre fue así. El objetivo declarado a sus interlocutores es que Fujimori, o "la chica", como la llama en las escuchas, se quede con la presidencia porque solo de esa manera evitará la cárcel. Que no haya ganado las elecciones es un detalle sin importancia. El daño a las frágiles instituciones peruanas está hecho. La democracia, otra vez, queda acorralada. Y, otra vez, es responsabilidad el fujimorismo y sus máximos cómplices.
Entre ellos, hoy se encuentra Mario Vargas Llosa, el escritor que tanto defenestró la dictadura de Alberto Fujimori y, en aras de sus obsesiones ideológicas, terminó apoyando la campaña de su hija. Hasta ahora, el Nobel de Literatura ha guardado silencio sobre la reaparición estelar de Montesinos.
En la cadena de aliados hay que incluir, también, a gran parte de la prensa tradicional peruana que respaldó la campaña de Fujimori y ahora calla o aborda con suma discreción los audios conspirativos.
La conmoción y sorpresa desatadas por la difusión de los 'vladiaudios' se mezcló de inmediato con los mensajes irónicos. Para dimensionar (y simplificar) ante las nuevas generaciones el papel del exsecretario de Inteligencia, en las redes abundaron las referencias a Voldemort y Darth Vader, los villanos de Harry Potter y La Guerra de las Galaxias.
Y sí. Montesinos es el archivillano de la política peruana. Pero sus crímenes nada tienen de ficción.
Los 'vladivideos'
El 14 de septiembre del 2000, a las siete de la noche, los congresistas opositores al fujimorismo Fernando Olivera y Luis Iberico citaron a la prensa en el Hotel Bolívar, de Lima. Dijeron que iban a anunciar su retiro de la mesa de diálogo convocada por la Organización de Estados Americanos (OEA).
La verdad era que iban a tirar una bomba política que se pudo ver de manera simultánea en el Canal N, en donde los congresistas dejaron una copia, por su propia seguridad. Fue un día histórico en Perú. El día que estalló el escándalo de los 'vladivideos' que el propio Montesinos había grabado para extorsionar a las personas a las que sobornaba, sin saber que las imágenes iban a terminar cavando su propia tumba política.
Para entonces, Fujimori ya llevaba una década en el poder, con Montesinos como su principal y todopoderoso asesor, el mismo que había sido colaborador de la CIA y que fue acusado de aprovechar su alto cargo para sumarse al narcotráfico tan lucrativo en Perú, uno de los tres países productores de cocaína.
Los videos, en donde congresistas, alcaldes, líderes partidarios, periodistas y empresarios recibían fortunas en efectivo de manos de Montesinos demostraron la amplia red de corrupción armada por el fujimorismo. Ya se sabía, era un secreto a voces, pero verlo impactaba.
La denuncia televisada provocó un escándalo inmediato que trascendió fronteras. Sólo dos días después, Fujimori sorprendió al anunciar la desaparición del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), que comandaba su principal y corrupto asesor, y llamar a nuevas elecciones, no sin antes despedir e indemnizar con 15 millones de dólares a Montesinos, quien se fugó a Panamá.
En junio de 2001, Montesinos fue capturado en Venezuela y dos meses después lo trasladaron a Perú. Desde entonces ha sido condenado por enriquecimiento ilícito, violaciones a los derechos humanos, asesinatos y tráfico de armas.
Sospechas
La captura de Montesinos representó el fin de la carrera política de un hombre que ejerció el poder detrás del trono de Fujimori.
Nacido en Arequipa en 1945, Montesinos había sido entrenado en la Escuela de las Américas de Panamá, el centro de formación de represores financiado por EE.UU., pero en los años 70 fue expulsado del Ejército peruano, acusado de desobediencia y falsificación de documentos.
Trabajó entonces como espía para la CIA, lo que le valió acusaciones de traición a la patria. Se fugó, pero después volvió al país y aprovechó su dudoso título como abogado para defender a narcos en importantes casos de tráfico de drogas y corrupción.
Durante la campaña de 1990, resolvió algunos problemas legales de Fujimori y se ganó por completo la confianza del futuro presidente. En la primera etapa del Gobierno, Montesinos, desde las sombras, reorganizó las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia, creó un grupo paramilitar, censuró a la prensa y destituyó jueces. Encabezó una violencia institucional que implicó la persecución de todo tipo de opositores, desapariciones y masacres.
El reconocido periodista Gustavo Gorriti, víctima de secuestro por el régimen fujimorista, ha asegurado que el creciente poder de Montesinos desató una pugna entre la DEA, que se alarmó por la influencia de un exabogado de narcotraficantes, y la CIA, que se mantuvo a la expectativa de los pasos de su antiguo aliado.
De hecho, Montesinos afirmaría luego que la CIA había financiado, en 1991, la creación del Servicio de Inteligencia Nacional, organismo que le permitió ejercer el control absoluto de la seguridad nacional y del combate al narcotráfico y al terrorismo.
A pesar de su influencia en el Gobierno, pasaron varios años antes de que Montesinos se hiciera conocido ante la opinión pública. Lo hizo de manera sorpresiva cuando, en su cargo como director de la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas, recibió en octubre de 1996 al general Barry McCaffrey, jefe del Comando Sur de EE.UU., quien aplaudió las supuestas políticas del fujimorismo contra el narcotráfico.
Narcoestado
Montesinos apareció por primera vez en público en un momento en el que se acumulaban escándalos narco en Perú.
En mayo de 1996, apenas cinco meses antes de la visita del zar antidrogas estadounidense, se habían descubierto 170 kilos de cocaína en un avión presidencial que Fujimori había usado hasta hace poco tiempo. En julio, otros 45 kilos de cocaína fueron secuestrados en un barco de la marina peruana que había atracado en Vancouver.
Investigaciones periodísticas, mientras tanto, denunciaban la protección de Montesinos a 'Los Norteños', la banda de narcotraficantes de los hermanos Manuel, Jorge y Tito López Paredes. El narcotraficante Demetrio Chávez revelaba, después de ser detenido, que Montesinos lo protegía a cambio de un pago de 50.000 dólares mensuales.
Nada hacía mella en el asesor presidencial que parecía omnipotente, pero su fin comenzó a escribirse en agosto del 2000, cuando quedó involucrado en un millonario tráfico de armas a la guerrilla colombiana, y se selló un mes después, con la emisión del primer 'vladivideo' que provocó su despido, fuga, captura, procesamientos y condenas.
En 2001, una Comisión legislativa creada ex profeso para investigar los crímenes de Montesinos concluyó, en un informe de 1.500 páginas, que el exasesor presidencial había convertido a Perú en un narcoestado. Lo identificó como el principal jefe del narcotráfico del país, y lo acusó de haber hecho negocios para la producción y tráfico de cocaína con cárteles colombianos y con el mexicano Cártel de Tijuana.
Su control sobre el negocio, dijeron, implicaba el cobro de cuotas a narcos que quisieran operan en territorio nacional, así como la vigilancia de soldados en pistas clandestinas en las que partían avionetas cargados de drogas. En los múltiples juicios que ha enfrentado en Perú, en ninguno ha sido condenado todavía por sus supuestos vínculos con el narcotráfico.
Sin nostalgia
Los peruanos comenzaron a recordar todas estas tenebrosas historias el jueves pasado, cuando Fernando Olivera, el mismo político que hace dos décadas difundió los 'vladivideos', dio a conocer ante la prensa los 'vladiaudios' que alteraron todavía más el panorama poselectoral.
"Me dormí en 2021 y desperté en 2000", resumió un usuario de redes sociales. Es la sombra de la violencia fujimorista que prevalece en un país hoy polarizado en el que, no hay que olvidarlo, casi la mitad de los electores votó por la hija del dictador.
La reacción ha sido previsible. La Marina reconoció que las dos llamadas de Montesinos al comandante retirado Pedro Rejas Tataje desde la Base Naval del Callao son reales y prometió una investigación en la que pocos confían.
El prestigioso portal periodístico IDL Reporteros reveló, sin embargo, que no fueron dos, sino 17 las comunicaciones telefónicas conspirativas que el célebre preso le hizo a su cómplice entre el 2 y el 24 de junio. La segunda vuelta entre Fujimori y Castillo fue el 6 de junio. Montesinos estaba bastante atento a las elecciones.
Desde el Ministerio de Defensa relevaron al jefe del Centro de Reclusión y a tres guardias. La Fiscalía de la Nación anunció una investigación por su cuenta. El Jurado Nacional de Elecciones, con la mayor parte de sus integrantes señalados como 'sobornables' en la conspiración de Montesinos, revisa los expedientes de nulidad presentados por Fujimori, quien ahora, en una de sus últimas maniobras, pretende que se realice una auditoría internacional a los resultados electorales.
Gran parte de la sociedad peruana, por su parte, lo único que espera es que se esfumen los fantasmas golpistas, se respete la democracia y el país, por fin, normalice el funcionamiento de sus instituciones. No séra fácil. El fujimorismo, quedó demostrado una vez más, está listo para impedirlo.